Mijaín López: Dios de oro puro

En su despedida de los colchones, el pinareño derrotó al cubano-chileno Yasmani Acosta y escaló a la cima del Olimpo por quinta ocasión consecutiva, más que ningún otro exponente en la historia de la lucha en citas estivales.

Mijaín López conquistó su quinta corona olímpica tras derrotar en París al cubano-chileno Yasmani Acosta. Foto: Ricardo López Hevia.

El nombre de Yuri Evseichik no es uno más en la historia de la lucha grecorromana. El israelí fue bronce mundial en 1998 y repitió la misma posición en la cita estival de Sydney 2000, además de ser considerado uno de los mejores gladiadores de los pesos súper pesados en los años 90. Sin embargo, en Cuba no se le recuerda por sus triunfos, sino por ser el primer escollo en la carrera olímpica de Mijaín López.

En fecha tan lejana como el 24 de agosto de 2004, Evseichik apareció vestido de rojo en el Ano Liosia Olympic Hall de Atenas, dispuesto a debutar con un zarpazo frente a un chico de 22 años que llegaba al Monte Olimpo cual simple mortal, por mucho que su figura pareciera ser esculpida a mano y se asemejara a la de Zeus, Poseidón o Ares.

Sin embargo, no demoró Mijail (como lo presentaron los organizadores griegos) en encender las alarmas de sus rivales. El novato nacido en un remoto pueblo pinareño comenzó su andadura ateniense con paso firme, logrando un enérgico abrazo de oso y par de desbalances que desconcertaron a Evseichik y lo mandaron temprano a las duchas.

“A Mijaín López no le gana nadie”

La siguiente víctima fue el turco Yekta Yılmaz Gül, también eliminado del mapa, dejando entonces la mesa servida para, pasadas 24 horas, enfrentar los combates decisivos. En esa instancia, la primera piedra en el camino del antillano fue el ruso Khasan Baroev, quien jamás pudo imaginar que estaba a punto de entrar en los libros de récords como el único ser humano que ha derrotado a Mijaín López en Juegos Olímpicos.

Cuando el vueltabajero perdió, uno de los tantos cubanos que lo sufrió fue Yasmani Acosta, un prometedor luchador de 16 años que ya daba sus primeros pasos en los colchones matanceros, con esperanzas de ascender algún día al equipo nacional. El yumurino peleaba en los pesos pesados, por lo que en su destino estaban ya escritos los choques con Mijaín.

Lo que nunca imaginó Acosta –como Baroev– es que uno de esos enfrentamientos llegaría justo 20 años después de Atenas, en la despedida del legendario Gigante de Herradura y quizás también en la suya. En todo ese tiempo, muchas vueltas dio la vida de estos dos cubanos: la derrota de 2004 transformó a Mijaín en una fiera competitiva, la reencarnación caribeña de Aleksandr Karelin, un luchador prácticamente invencible durante dos décadas; mientras Yasmani tomó el camino de la emigración y batalló por hacerse figura en Chile, un país sin tradición alguna en la lucha.

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Pese a la distancia, los dos lograron seguir conectados de alguna manera, burlar el paso del almanaque, superar todo tipo de adversidades y subir al escenario central del Champ de Mars Arena para discutir el título de los Juegos Olímpicos de París. Pocas historias deportivas deben tener un guion tan perfectamente hilvanado…

Como era de suponer, el final tampoco defraudó. Los dos gigantes salieron a la arena escoltados por sus entrenadores –igualmente cubanos de pura cepa–, caminaron hasta el colchón, se apretaron las manos, se abrazaron y comenzaron la disputa, el último baile.

A partir de ahí, París se rindió ante Mijaín: “¡López, López, López!”, coreaba la grada mientras los seis minutos de combate hasta la eternidad se esfumaban. Y como si fuera un trámite, el pinareño empujó, jaló, volvió a agarrar hasta lograr el mismo abrazo de oso del primer día olímpico contra Yuri Evseichik, volteó a Acosta, consiguió un pase atrás y mantuvo su defensa inmaculada. ¡Imperial!

Mijaín López en París: “Vengo con un solo objetivo”

En la grada observaban leyendas del deporte cubano como Javier Sotomayor o Ana Fidelia Quirot; en su esquina se deleitaba otro campeón bajo los cinco aros como Héctor Milián; y en el palco de honor el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, se rendía al mejor luchador de la historia. Más lejos, millones de almas desperdigadas por todo el planeta vibraron cuando Mijaín alzó los brazos con las manos abiertas; muchos lloraron cuando caminó al centro del colchón, se desabrochó las zapatillas y las dejó ahí como símbolo de su despedida.

Así se coronó una carrera única, irrepetible. Ya el pinareño era considerado una leyenda antes de desembarcar a los pies de la Torre Eiffel, pero su triunfo en París lo eleva a la inmortalidad. Se atrevió a desafiar el tiempo, la lógica, se sobrepuso a la muerte de su padre, a tres años en blanco, y aun así reinó con la misma autoridad de siempre.

Ningún atleta de cualquier disciplina había conquistado cinco cetros consecutivos en una misma prueba individual en Olimpiadas; ningún luchador había conquistado cinco títulos en la historia de los Juegos. Hechos sin precedentes.

Entre 2004 y 2024, entre Atenas y París, entre Yuri Evseichik y Yasmani Acosta, entre la tierra y el cielo, reina por siempre la leyenda de Mijaín López, un Dios de oro puro.  

 

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