El béisbol cubano llora a uno de los primeros héroes de aquellos años románticos, cuando según Pedro Chávez, se jugaba a 42 grados a la sombra: Antonio Jiménez Casa del Valle, el gran “Ñico” Jiménez, murió en su natal Güines, a los 74 años de edad.
Antes que Michael Jordan nos redimensionara el número 23, antes de que Enriquito Díaz fuera el rey de las bases robadas, ya Ñico Jiménez había hecho famosa la franela 23 de los Industriales y el Habana, a golpe de impecables estafas y fildeos elegantes.
De hecho, una de las virtudes que lo caracterizó fue su explosividad y “timing” para robarle la base al pitcher, así como para desprenderse tras un batazo y girar en el lugar preciso para capturar un fly como manda el libro: al pecho, con las dos manos.
No hace un mes reaparecía en la televisión nacional, tras años sin saberse qué habría sido de aquel niño vendedor de carbón que soñaba con ser ingeniero y almendarista, y que acabó convertido en un imprescindible de la pelota cubana. Se le veía flaco y parco, poco locuaz en comparación con Urbano González, entrevistado poco antes.
“Ñico” se inició en la pelota amateur con apenas 14 años, en el Deportivo Trujillo de Güines. En 1957 integró el equipo de la Textilera Mayabeque y un año después se sumó al del Casino Español de Güines, con el que participó en la Liga Atlética Amateur. Esa campaña bateó para .408 (líder) e hizo el equipo Cuba a los Panamericanos de Chicago.
Fue uno de los pioneros de las Series Nacionales, debutando en 1962 como campo corto y jardinero de Occidentales, a la postre el primer campeón. Comenzó así una carrera de 13 temporadas, durante las cuales hizo del robo de bases un arte.
Al retirarse en 1974 se había robado 324 bases en 437 intentos, y ocupa el octavo puesto entre los máximos robadores del béisbol revolucionario. Al guante cometió solo 72 errores en 1800 lances, evidencia de sus buenas manos y sentido para posicionarse.
Con la selección nacional disputó los Centroamericanos de Puerto Rico en 1966 y varios campeonatos mundiales. Fue legendario y esa grandeza le valió para figurar entre las 17 leyendas del béisbol entrevistadas por Leonardo Padura y Raúl Arce para el libro El Alma en el Terreno, reeditado este año a un cuarto de siglo de su lanzamiento.
En dicho texto, “Ñico” explicaba el secreto de su éxito como robador: hacerlo todo bien, pues si algo fallaba tenía todas las de perder. Precisaba que para robar había que tener en cuenta las condiciones del bateador y su conteo, para predecir el lanzamiento con el cual se iría al robo.
“A ningún catcher bueno es posible robarle una base. Hay que robársela al pitcher, y solo cogiéndole el tiempo justo puedes llegar quieto a la base”, agregaba Ñico, para quien el deslizamiento era el colofón de todo. “Uno nunca puede mirar la pelota, pero al acercarte a la base tienes que mirar bien al jugador que va a cubrir, pues él te dice por dónde viene el tiro y, lógicamente, por dónde debes regarte para alejarte de la pelota”.
Con la muerte de Ñico Jiménez se cierra otro capítulo glorioso del béisbol cubano, y se va otro héroe de los que ya no salen, y cada vez quedan menos…