Igual que la marea baja deja un montón de caracoles en la orilla, cada Olimpiada de Ajedrez arrastra sus confirmaciones. Bakú no fue excepción. Allí vi, por ejemplo, que Lázaro Bruzón sigue perdiendo su batalla contra las malas compañías; y que la importación de estrellas es un método expedito para el triunfo (véase la victoria estadounidense entre varones); y que Rusia, por mucho que se aferre en desmentirlo, es la sombra infeliz de un viejo imperio.
Corroboré también que el rejuvenecimiento es la tendencia inevitable del deporte, y la segunda posición de Ucrania –ya sin Chucky en las filas de la escuadra– me demostró que no hay nadie irremplazable en este mundo. Se me saltó el guión Perú, fuerza emergente de Latinoamérica, pero en sentido general el tablero respetó sus cauces lógicos.
No obstante, si algo comprobé siguiendo los cotejos es que en el empeño de convertirse en ciencia exacta, el ajedrez se va alejando de su naturaleza artística de antaño. La suelta en las cunetas del camino, abandonada, y en su lugar sienta en el trono a las certezas aburridas de los programas informáticos. Pasa como en aquella maravilla que Chaplin denominó Tiempos Modernos: manda la máquina.
Antes, cuando me enamoré del juego de los reyes, era muy fácil encontrar una cascada de partidas esplendentes. Eran los tiempos en que la imaginación llevaba la batuta, y la gente salía a ganar o morir sin el terror de hoy a perder ELO o recibir un golpe en la autoestima. Ese romanticismo fue mi escuela, y es por eso que siempre he preferido –por encima de los movimientos pitagóricos de Carlsen– el arranque suicida de Tal, la innovación de Morozevich o los hábitos pirómanos de Shirov.
Mientras antes los jugadores no dudaban para sacrificar un alfil en f7, ahora, según indican los cerebros de silicio, puede ser superior la cautela de h3. Se ataca con más orden, pero menos, y hay encuentros que parecen jugados por amigos incapaces de perjudicarse el uno al otro. Es más: a veces asistimos al cinismo de dos hombres que se estrechan la mano, satisfechos, felices, después de acordar unas tablas insulsas en quince movimientos. “Dios, que salva el metal, salva la escoria”, dijo Borges…
Sin embargo, la película de la vida siempre reserva espacios a los buenos. Y si miramos a las medallas individuales en el primer tablero de Bakú, esta vez fueron roles protagónicos. En el sexo masculino, el georgiano Jobava, impenitente corredor de riesgos. Entre ellas, la mayor de las hermanas Muzychuk, una ucraniana que nos regaló la mejor pieza de toda la Olimpiada al enfrentarse a la esposa del Gran Maestro húngaro Richard Rapport, la dulce Jovana.
Lo conmino a montarse en la máquina del tiempo: reproduzca esta joya y va a sentirse transportado a aquella época en que crear belleza era el sueño confeso de todo ajedrecista.
Blancas: J. Rapport (Serbia, 2318) – Negras: A. Muzychuk (Ucrania, 2550)
1.c4 c5 2.Cf3 g6 3.e4 Ag7 4.d4 cxd4 5.Cxd4 Cc6 6.Ae3 Cf6 7.Cc3 d6 8.Ae2 0-0 9.Tc1 Ad7 10.Dd2 Cxd4 11.Axd4 Ac6 12.f3 a5 13.Ae3 Cd7 14.g4?! (Novedad discutible, en lugar del enroque, porque no está claro que las blancas puedan atacar) a4 15.h4 Da5?! (Con el rey blanco en el centro, la ruptura inmediata 15…f5! tenía muy buen aspecto) 16.h5 De5 17.Th3 Cc5 18.Tc2 a3 19.b3 f5! (Las máquinas no la bendicen, pero la idea es muy coherente) 20.h6 fxg4!! 21.hxg7 gxh3 22.gxf8D+ Txf8 (Evaluar esta posición con exactitud es poco menos que imposible para un ser humano, pero la intuición señala que las negras tienen suficiente compensación por la pieza sacrificada) 23.f4? (Véase Diagrama. Un error muy comprensible, para habilitar Af3 ante la amenaza h2; lo único bueno era 23.Dd1! h2 24.Rd2 Tf4! 25.Dh1 Cxe4+!! 26.fxe4 Txe4 27.Cxe4 Axe4 28.Af3 Axc2 29.Axb7 Axb3 30.axb3 Db2+ 31.Rd3 Dxb3+ 32.Rd2 Db2+ tablas) 23…Cxe4 24.fxe5 h2!! (Mucho mejor que 24…Cxd2 25.Rxd2 h2 26.Tc1 h1D 27.Txh1 Axh1 28.exd6 exd6 29.Ah6, con ventaja blanca) 25.Dd4 h1D+ 26.Ag1 Tf2! 27.Cxe4 Dxg1+ 28.Rd2 Txe2+!, y Rapport se rindió. 0–1
Nota: Los comentarios de la partida pertenecen al colega español Leontxo García.
Nota: Los comentarios de la partida pertenecen al colega español Leontxo García.