A Robeisy Ramírez le gusta dormir las mañanas. No es raro que algunos de su familia le recriminen por no levantarse temprano para los madrugadores entrenamientos de boxeo. Y tampoco es raro, entonces, que durante el ciclo olímpico precedente, después de coronarse monarca en Londres 2012, haya pasado un calvario, separado incluso de la selección nacional.
Gestionar la fama ganada de forma temprana a los 18 años, la mejoría económica, conducir un auto, o tener una hija, fueron elementos que al parecer dificultaron la estabilidad deportiva del púgil, alejado de la armada cubana, desterrado a crudos entrenamientos sin subir al ring en la rutilante y sobrevalorada Serie Mundial, donde sus amigos Domadores cosechaban éxitos a diestra y siniestra.
A Robeisy Ramírez le llaman “El Tren”, o él mismo se puso el sobrenombre, y le viene como anillo al dedo. En Cuba el transporte ferroviario es pésimo, aunque existe y llega a los destinos, demora siglos en hacerlo. El boxeador, fiel a la dinámica, ha tardado cuatro años en salir de nuevo a la vía, pero lo ha hecho en el momento clave.
Pasado el temporal de su suspensión, pasadas las horas de reflexión sobre su futuro amenazado por la inestabilidad, Robeisy supo encontrar el balance físico y emocional para rendir al más alto nivel, otra vez, en el año olímpico, el año de los grandes campeones.
No son pocos los deportistas de todo el planeta que pasan meses y meses desaparecidos, sin competir en las citas más importantes, o acumulando sucesivos fracasos y decepciones. Sin embargo, a la hora de la verdad, en la lid que todos quieren ganar, llegan e imponen respeto, demostrando que no se habían ido del todo.
Robeisy ha hecho lo propio, porque su rendimiento en Río de Janeiro podemos catalogarlo como uno de los más excelsos del deporte cubano en el presente siglo, no solo por la victoria, a fin de cuentas ya tenía una emocionante en Londres, sino por la línea cualitativa exhibida en la urbe carioca, donde su abarcador estilo sobre el encerado acaparó titulares por todo el mundo.
Desde la BBC abrieron los ojos, narraron con particular emoción su trayectoria, y en Río corearon su nombre por una sencilla razón: Robeisy es un fajador nato, una máquina de pegar que gracias a su resistencia física puede sostener un elevado ritmo de pelea, combinando sus ataques con una velocidad infernal.
No tiene una perfecta esquiva, no ha hecho un arte de ello, pero el desgaste al que somete a sus rivales es la mejor defensa. Así lo sufrieron el indio Shiva Thapa, el marroquí Mohamed Hamout, el chino Jiawei Zhang y el uzbeco Murodjon Akhmadaliev, plata mundial, este último su escollo en semifinal. Todo ellos, salvo Hamout, cayeron por decisión unánime.
Su superioridad se basó en la capacidad para leer cada pelea con exactitud, y rendir acorde a las circunstancias, muy variables a lo largo de cinco combates. Intercambios en la corta distancia, en la media, combinaciones de golpes con ambas manos, retrocesos fugaces para tomar un segundo aire luego del desgaste y cierres a todo tren matizaron su trayecto.
En la última parada se topó con Shakur Stevenson, un joven de 19 años que tenía todas cartas para ser el Robeisy de Río. Titular en los Juegos Olímpicos de la Juventud, púgil invencible en su categoría, llegó a Brasil con ritmo despiadado, desarticulando a los contrarios a puro golpe, boxeo en su estado más puro.
La tónica ante el cubano no fue diferente en la final de los 56 kilogramos, catalogada por muchos como una de las mejores en esta cita bajo los cinco aros. El choque de trenes terminó con victoria antillana por muy cerrado margen de 2-1 (29-28, 29-28, 28-29), por lo que perfectamente la balanza pudo inclinarse al otro bando.
No obstante, si hubiera perdido, no podría echársele nada en cara a Robeisy, pues como último clasificado cubano a las Olimpiadas, con una notable deuda de entrenamiento y competencia, llegó en inmejorable condición a la lid de los grandes. Y justo como grande se impuso, convirtiéndose en doble monarca estival, algo que antes solo habían logrado otros cinco púgiles de la Mayor de las Antillas.
Con 22 años emula a estelares del cuadrilátero: Ángel Herrera, Ariel Hernández, Héctor Vinent, Mario Kindelán y Guillermo Rigondeaux, dos veces reyes olímpicos, y tiene en la mira a los mitos Teófilo Stevenson y Félix Savón, únicos con tres coronas bajo los cinco aros junto al húngaro László Papp. Tokio espera a Robeisy, allí tiene “El Tren” su próxima parada.
Nos detenemos en 77 oros
Cuando comenzaron los Juegos Olímpicos de Río, los pronósticos indicaban que Cuba podría llegar a 80 medallas de oro en sus incursiones estivales, eso, por supuesto, si ganaba ocho cetros en la urbe carioca. Sin embargo, la cuenta ha quedado detenida en 77, y el honor de ser el último campeón en el 2016 queda para Arlen López.
También entre las cuerdas del ring, el guantanamero cumplió los vaticinios de media humanidad, que lo ubicaron desde el primer campanazo como el gran favorito de los 75 kilogramos. Sin embargo, el camino no fue tan simple.
Hace solo unos días Arlen había comentado, tras su victoria inicial por nocao sobre húngaro Adam Zoltan, que se trataba de un paso firme, pero que todavía restaba mucho camino por recorrer en busca de la cima del podio. Y tenía mucha razón, porque después del debut arrollador, casi saca su pasaje de regreso a casa ante el francés Christian Mbilli.
Lento, pesado, sin la explosividad que tumbó a todos sus contrarios en la Serie Mundial, el cubano estuvo cerca del abismo y emergió con un ligero favor de los jueces, demasiado estrictos con el resto de los exponentes de nuestro país. Después solventó 3-0 3-0 la semifinal contra el azerí Kamran Shakhsuvarly, y quedó la mesa lista para un combate revancha del pasado Mundial de Doha, Catar.
El uzbeco Bektemir Melikuziev, derrotado en aquella lid, venía con aires de venganza, pero chocó con el muro caribeño, quien si plantear su versión demoledora supo convencer a los respetables de su triunfo, que vale la medalla de oro número 77 para Cuba en Juegos Olímpicos, cifra que quedará congelada hasta dentro de cuatro años en Tokio, porque ninguna de las restantes esperanzas lograron dar la clarinada.
Reinieri Salas perdió en los 86 kilogramos de lucha libre ante el turco Selim Yasar, a la postre subcampeón, y su única posibilidad se limitaba a un bronce por repesca. Y lo cierto es que lo tuvo en las manos, pero el estadounidense Michael Tbory Cox lo derrotó en el último instante, en polémica decisión de los árbitros.
La otra medalla en los planes de la delegación en las últimas horas era de la Rafael Alba en el taekwondo, pero un sorteo bien complejo, chocando en la segunda salida con el líder del ranking mundial, el uzbeco Dmitriy Shokin, enterraron su sueño olímpico, y con él quedaron también sepultadas las opciones de engordar el medallero, pues lo que resta en la urbe carioca no apareció nunca ni en los más optimistas vaticinios. A esos pocos que quedan con vida démosle solo el beneficio de la duda.