Río 2016: Top Ten olímpico

Tras despedirse por otros cuatro años, los Juegos nos dejan –como siempre– un montón de recuerdos felices, algunas salpicaduras de dolor y el corazón vibrante. Tendremos que aguardar ahora porque en Tokio se vuelvan a escribir páginas como estas, irrepetibles en cualquier otra clase de contiendas.

A la vez que levanto la mano para decirle adiós, quiero dejar constancia de una decena de sucesos esenciales para recordar debidamente la Olimpiada carioca. Es mi particular Top Ten de Río. ¿Cuál es el suyo?

Lo más asombroso: El récord mundial de Wayde Van Niekerk en los 400 metros lisos. Le dio la vuelta al óvalo en 43.03 segundos, un crono que hizo polvo cósmico la marca del Pato legendario, Michael Johnson. ¿Podrá romper este sudafricano la barrera? En teoría, el muchacho corrió cada tramo de 100 metros en 10.76. De fábula.

Lo más aleccionador: Después que una legión de improvisados pitonisos adelantara su final en Londres 2012, Michael Phelps renació de sus cenizas –si alguna vez las hubo– y volvió a ser el rey de una cita estival. Sin los tiempos de antes, pero con la ambición intacta. Gústele a quien le pese, en este caso hablamos del mejor deportista de la historia.

Lo más emocionante: La competencia de disco varonil. El mundo cayó en shock en la última ronda, las piezas empezaron a intercambiarse como en un ajedrez de manicomio, y Cristoph Harting -a nombre del ausente hermano Robert- se apoderó in extremis de la gloria, para pesar del pobre Malachowski…

  Lo más merecido: El título de Anthony Ervin en 50 metros libres. Dieciséis años antes, en Sydney, había ganado un oro que posteriormente subastó en beneficio de los damnificados del tsunami de la India. En reciprocidad, el olimpismo le devolvió lo que fue suyo. 

Lo más predecible: Las victorias de Anita Wlodarzyck, Katie Ledecky y Simone Biles. Invencibles a día de hoy, parecieran querer humillar a las rivales cuando las aventajan por metros, segundos o puntos. Igual puede citarse en este punto a Christian Taylor. Y por supuesto, a Teddy Riner. 

Lo más inesperado: El triunfo de Thiago Braz da Silva sobre Renaud Lavillenie. No en dos, ni en seis… En diez centímetros enterró la marca tope de su vida el brasileño, desde ahora un sinónimo de competitividad. A la vuelta del tiempo, solo Cristo tendrá en Río un monumento más grandioso que el de Thiago.

Lo más frustrante: Para Cuba, la ruptura de las expectativas con Yarisley Silva y Lázaro Álvarez. En general, el naufragio del sprinter Justin Gatlin, quien primero tiró por la borda en 30 metros la preparación de cuatro años y más tarde, en 200, explotó a media carrera. Fue el testamento olímpico de un loco que aspiró a superar la velocidad de los relámpagos.

Lo más satisfactorio: En su (supuesto) último acto cuatrienal, Usain Bolt repitió el tricampeonato. Siempre a distancia del contrario; siempre con la sonrisa a toda asta. Nada ha cambiado en él, como no sea el alcance de su fama. Definitivamente, Dios es negro y reside en una isla.

Lo más demoledor: El ‘estrallón’ –no hay palabra más adecuada ahora- de Mijaín a Kayaalp: cómo pudo poner a volar sobre sí los 130 kilos de aquel turco, solo lo sabe el de Herradura. Algo sí quedó claro a partir de ese instante: con un poco de ayuda, el hombre puede volar sin tener alas.

Lo más memorable: Cuando Abbey D’Agostino le tendió la mano a Nikki Hamblin para socorrerla en su caída; cuando Hamblin miraba hacia atrás, preocupada por su renqueante compañera; y sobre todo, cuando ambas se fundieron en un abrazo enorme tras rebasar la meta…, acababan de llevar el espíritu olímpico al templo que soñaba Coubertin. Por encima de records y medallas, Río 2016 son dos manos que se auxilian en el corazón de la desgracia.

Rio-2016

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