Cuando se habla de velocidad pura en Cuba saltan a relucir inmediatamente varios mitos de antaño. Se podrán mencionar a los portentosos Enrique Figuerola, Alejandro Casañas, Pablo Montes, Leandro Peñalver, Hermes Ramírez, hasta llegar al más célebre de todos: Silvio Leonard.
Aunque parezca increíble, Leonard llegó por accidente al atletismo. En su niñez, su predilección por el béisbol era tan grande que solo soñaba con guantes y pelotas, jonrones y fildeos. Nada en absoluto hacía presagiar que ese travieso infante -nacido el 20 de septiembre de 1955 en Cienfuegos- revolucionaría el atletismo cubano.
Por azares de la vida se presentó a una prueba de captación de talentos, realizada en 1969 por la Federación Nacional de Atletismo, y pasó el examen de manera positiva, al finalizar segundo en una carrera de 75 metros planos.
Así consiguió una plaza en la Escuela de Iniciación Deportiva de Santa Clara y comenzó a dar sus primeros pasos en el atletismo Silvio Leonard, quien años más tarde se convertiría en el velocista más ilustre de todos los tiempos en Cuba.
En sus vitrinas privadas se atesoran la medalla de plata en los 100 metros lisos de los Juegos Olímpicos de Moscú-1980, tres preseas áureas en Panamericanos y los récords vigentes de Cuba de 100 y 200 metros, además de otros lauros mundiales, regionales y nacionales.
La cota máxima en el hectómetro la consiguió en 1977 en la Copa América de Guadalajara, México, tras detener los relojes en 9.98 segundos, crono solo superado en esa época por el primado del orbe del estadounidense Jim Hines (9.95). Entretanto, el récord de Cuba de los 200 metros lisos lo implantó en 1978 en el mitin de Varsovia, capital de Polonia, donde recorrió la distancia en apenas 20.06 segundos.
Ambos registros llevan más de 30 años imbatidos por cualquier sprinter nacido en Cuba, y a todas luces permanecerán intactos por toda la eternidad si la escuela cubana de velocistas continúa tan deprimida como los novelones mexicanos.
Leonard y sus dos anécdotas deportivas más dolorosas
El explosivo corredor cienfueguero se presentó a los VII Juegos Panamericanos de Ciudad de México-1975 como uno de los candidatos al título en las distancias cortas, aunque el estadounidense Glancy Edwards, el trinitario Hasely Crawford y su compatriota Hermes Ramírez partían como máximos favoritos.
La carrera por el título continental transcurrió de manera irregular. Tras una pésima arrancada, Leonard comenzó a remontar posiciones hasta sobrepasar a Crawford sobre el estambre y ganar, con solo 19 años, su primer cetro panamericano.
Sin embargo, la alegría le duró menos que un merengue en la puerta de un colegio. Al pasar la meta no pudo detener el impulso y cayó al foso del estadio, accidentándose dramáticamente en su columna vertebral.
“Cuando arrancamos sentí un fuerte latigazo en el muslo izquierdo y enseguida pude observar que mis rivales tomaban la delantera. Las piernas no me respondían. Me sentía como un vehículo sin dirección ni frenos. Buscaba desesperado algo que me detuviera al pasar la meta y ahí estaba frente a mí, el increíble foso”, describió Leonard, años después de su trágica victoria.
Ya completamente recuperado gracias al doctor Rodrigo Álvarez Cambra, el fenómeno de la velocidad cubana regresó a las pistas y tras disertar en los Panamericanos de San Juan-1979, asistió en 1980 a los Juegos Olímpicos de Moscú, antigua Unión Soviética.
Allí logró la medalla de plata, un resultado a priori excelente pero que nunca olvidará por un error táctico fatal.
“En Moscú estaba ganando la carrera y me puse a mirar para el costado para ver al que venía detrás y perdí tiempo. Hicimos el mismo registro pero el inglés inteligentemente metió la cabeza y en el fotofinish perdí el oro. Ahora Silvio Leonard fuera campeón olímpico”, declaró recientemente.
La magnitud de su legado puede medirse en récords o medallas, pero más allá de esos premios individuales está la inteligencia y el coraje de un hombre capaz de superar gigantescos obstáculos para marcar una época en la historia de la velocidad pura cubana.