Un pueblo agasaja al héroe olímpico emigrado

Héctor Rodríguez

Héctor Rodríguez

Uno de los héroes cubanos en los Juegos Olímpicos de Montreal llegó a Cuba procedente de Madrid, donde se estableció definitivamente desde 2001. Nada más contactar con su familia habanera enrumbó inmediatamente al parque principal de Guanajay para recibir un baño de multitudes, con banda de música incluida.

Héctor Rodríguez, el primer campeón olímpico de América en judo, narra lo ocurrido en la mañana del sábado 30 de julio en su natal ciudad, con la misma alegría que me trasmitía aquella noche del 30 de julio de 1976, justo 40 años atrás, en el auditorio canadiense repleto de gente de ojos rasgados que no salían de su asombro.

¿Qué hacía aquel mulato intruso con la medalla de oro?, se preguntaban los “chinitos” que no salían de su asombro, ni sabían quizá que el caribeño había conseguido un metal de bronce en el Mundial de Lausana, Suiza, tres años atrás.

Se convertía en el primer monarca negro en la historia del deporte marcial inventado por Jigoro Kano, con una costilla rota en su anatomía desde hacía más de un mes  cuando se la quebró en México donde se preparaba. Aquel día hubo duelo entre los japoneses: sorprendentemente su doble campeón mundial, Yoshiharu Minami, fue eliminado en su primer pleito por el francés Yves Delvingt.

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Poco faltó para que aquella lesión lo dejara en La Habana por sugerencia de los médicos y de expertos deportivos; pero su entrenador, Ibrahim Cepero, insistía incluso cuando alguien importante del país comenzó a preocuparse por los integrantes de la delegación olímpica para verificar las reales posibilidades de preseas, más cuando se trataba de competidores amenazados por dolencia.

“Le aseguro que este atleta tiene virtudes técnicas, tácticas y volitivas para hacer un gran papel. Merece esta oportunidad”, le dijo Cepero a Fidel Castro, a quien súbitamente el entonces presidente del INDER, Jorge García Bango, había puesto al otro lado del teléfono.

Cepero estuvo también este sábado en Guanajay junto a una legión de ex judokas de la generación de los años 70, donde cada cual contó una historia de su vida a teatro lleno y donde le entregaron a Rodríguez, que cumplirá 65 años el 12 de agosto, el título de “Hijo Ilustre” de la ciudad.

“Entre ir a Río de Janeiro, donde ya me tenían mi billete aéreo asegurado, y venir a Cuba, pues no lo pensé un minuto. Estoy  aquí para celebrar los 40 años de mi medalla”, dice el legendario judoka al que siempre lo persiguió la maldición de los jueces: en los Olímpicos de Munich 72, una mala decisión lo despojó de una medalla ante el francés Jean-Jacques Mounier, y terminó quinto.

HECTOR-RODRIGUEZ46aEn los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Santo Domingo en 1974 fue dueño y señor del combate final ante el venezolano Luna, pero el tercer hombre sobre el tapiz sacó de la manga una carta inexistente para descalificarlo.

En los Juegos Panamericanos de Ciudad de México en 1975, cristalizó evidentes acciones ofensivas contra el canadiense Brad Farrow que no vieron los jueces, y al final, debió decir adiós a un título bien ganado.

Aquel fantasma lo rondó también esa noche en Montreal: el dolor en la costilla lo amenazaba más que el propio sudcoreano Chang Eun-kyung. El combate fue interrumpido para que el doctor Raúl Mazorra lo atendiera.”¿Y tú podrás seguir?” “Sí, sí, médico, ayúdeme con eso”, le respondió y el galeno ajustó al máximo el vendaje en su cuerpo, cuyo esqueleto ya había sido infiltrado desde la semifinal.

En el momento del veredicto de los 63 kg, el árbitro dirigió su mano hacia el asiático, y Chang dio la vuelta con una gran sonrisa. Pero el juez rectificó de inmediato, lo llamó de nuevo al tapiz y se volvió entonces para Rodríguez para proclamarlo vencedor. Un oro complicado e histórico, congelado en el tiempo como una asignatura pendiente del judo varonil desde aquella época.

Y Rodríguez, a punto de cerrar los Juegos, se sumó a la fiesta cubana del “doblón” de Juantorena, de los imponentes nocaos de Stevenson y compañía, del voleibol de Gilberto Herrera, de las vallas de Alejandro Casañas, del polo acuático bajo la tutela del húngaro Karoly Laky, del 0-0 del fútbol ante la Polonia de los legendarios Lato, Szarmach, Deyna…

Con su historia a cuesta, Héctor Rodríguez se retiró en 1981, fue entrenador de las selecciones nacionales de mujeres y hombres y en 1997, de regreso de un campeonato mundial en París, en la parada de un torneo Iberoamericano en Madrid, decidió quedarse un tiempo en España apoyado por un amigo y admirador de su carrera, el judoka gallego Alejandro Blanco, presidente de la Federación Española, y luego presidente del Comité Olímpico Español hasta nuestros días.

De vuelta a Cuba, Rodríguez estuvo durante un tiempo en el tatami del barrio La Ceiba –donde tiene su casa– en el gimnasio “Eduardo García Moré”, que había pertenecido en los años 50 a la escuela privada “Chandler College” y donde tras el triunfo de la Revolución cubana comenzó a ser usado  por las primeras selecciones de voleibol de mujeres que entrenaba Eugenio George.

En 2001 volvió a Madrid, a través de un contrato de la empresa Cubadeportes con el Comité Olímpico Español; en 2005 retornó a La Habana con la decisión de aclarar su situación y continuar en España, donde además de su trabajo con el equipo ibérico, era el principal preocupado por garantizar las mejores condiciones a todo equipo cubano que pasara por la Península. Era un embajador del judo de la isla en España.

Estuvo seis años sin visitar Cuba, y gracias a la flexibilización migratoria, regresó en 2011. En 2013 también pasó por casa con rumbo a Brasil donde sería exaltado al Salón de la Fama del Judo y hace hoy su vida entre Madrid y La Habana, cuando el trabajo se lo permite. En enero de 2016 se le vio en el Grand Prix en el Coliseo de la Ciudad Deportiva con el equipo español y arropado en las gradas por sus amigos de la vieja guardia, esos mismos que este fin de semana lo acompañaron en el homenaje popular.

Hoy Héctor Rodríguez está escribiendo sus memorias,”cuando el tiempo me lo permite”, en su apartamento cercano al estadio del Atlético de Madrid y en estos días espera conseguir el video de su pelea con el sudcoreano.

“Yo nunca fui un desertor”, me responde mientras me aprieta el brazo como con ganas de un uchi mata… “¿Te acuerdas cuando te di mi primera entrevista en Montreal hace hoy 40 años?”, me dijo, y entonces, gracias a Dios, me dio una palmada.

Miguel Hernández y Héctor Rodríguez en Madrid.
Miguel Hernández y Héctor Rodríguez en Madrid.
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