Federer no es un Rey. Llamarle “Su majestad” resulta un disparate, aunque tenga la clase de cualquier noble. Se declaró “enemigo de la guerra y su reverso, la medalla”. No quiere ostentar poder, ni machacar a nadie. No le interesa mostrar potencia, rapidez, conquistar tierras. Si algo desea conquistar son almas. El alma de sus rivales, de sus amigos. Almas titilantes, almas pensativas, almas enérgicas, almas enturbadas, almas erráticas y vertiginosas, almas dagas, almas mullidas, almas como pistolas insomnes 1, almas de diverso calibre en cualquier cancha que va. Las almas del público.
Federer agradece al público cuando lo veneran; levanta los brazos tan humildemente hacia las gradas como cualquier hijo de vecino. No grita cuando gana. No grita cuando pierde. Solo el puño izquierdo apretado al pecho.
No jugó nunca al tenis con una raqueta. En su derecha utiliza un pincel con el que dibuja golpes a las líneas. Tiene la sensibilidad y el genio de un artista. La ansiedad de la creación. Se inventó el ataque por sorpresa en el abierto de Cincinnati de 2015: durante el servicio del oponente se paraba muy cerca de la línea del medio del campo y restaba el saque rival a bote pronto. La bola caía detrás de la net. Desconcertante.
El suizo jamás podrá ser Rey, quizá un artista, y como no sé muy bien qué cosa es, solo diré que Roger Federer es un hombre amable.
Escribió Reina María Rodríguez que en Ginebra todos saben dónde queda la casa de Borges, aunque no conozcan el nombre del presidente de Suiza. En Munchenstein, todos saben del Schaulager, antiguos almacenes convertidos en una conocida galería de arte que lleva la firma de los arquitectos suizos Herzog y de Meuron. Pero nadie sabe decir de la casa donde vivió Federer de niño. No hay un monumento, ningún símbolo dedicado a Roger. No tiene calle que lleve su nombre, ni una placa en la fachada de la casa donde nació, ni tan solo una evidencia de su paso por la escuela.
Federer puede ser el presidente de Suiza. Su primer apellido y su nombre son en sí un símbolo, un monumento, una calle, la ciudad, el país completo. Y un poco más.
Capaz que sea un Dios. El Dios del tiempo. Nació en la tierra de los grandes relojeros y dominó un deporte donde —presumiblemente— los puntos se marcan siguiendo los cuartos de hora. Debe resultar paradójico, o para decirlo como Borges, será una verdad que parece una mentira; pero el suizo despliega un juego en el que se borra el tiempo.
“Y ningún jugador es más rápido, ni produce semejante impresión engañosa de serlo sin esfuerzo alguno, que Roger Federer”, escribió David Foster Wallace en su libro En cuerpo y en lo otro.
Para el escritor estadounidense, es uno de los escasos atletas sobrenaturales que parecen estar exentos, por lo menos en parte, de ciertas leyes de la física:
“Otros seres comparables serían Michael Jordan, que no solo podía dar saltos inhumanamente altos, sino también quedarse suspendido en el aire un momento o dos más de los que permitía la gravedad, y Mohamed Alí, que realmente podía cruzar ‘flotando’ la lona y asestar dos o tres golpes en el tiempo necesario para dar uno. Probablemente haya otra media docena de ejemplos de 1960. Y Roger Federer pertenece a esa categoría: una categoría que se puede denominar genio, mutante o avatar. Nunca verás que le falte tiempo o equilibrio. La pelota que se acerca a él se queda suspendida en el aire una fracción de segundo más de lo que debería”.
Para Michel Contreras fue Michael Jordan quien confirmó que Dios luce elegante con pantalones cortos…Y blancos, agregó Federer, sobre el pasto de Wimbledon.
Por tanto, los dioses juegan en short y Roger lo hace con una luz distinta, con una mano sabia para reproducir sobre la cancha una sola sombra larga, (así pudiéramos llamar de una forma a la belleza que cubre todo el court). Es bonito, así es su juego. Maleable, y su molde es ese: la belleza contenida en 24 metros de cemento, arcilla o pasto.
Parecía que el minutero se movía al antojo de su raqueta. En 2017, luego de seis meses de inactividad, se coronó en el abierto de Australia con 36 años y se convirtió en el ganador más veterano de un Grand Slam. También posee el récord de número uno más viejo de todo el circuito y del que más semanas consecutivas lo fue. Era el tiempo en su tiempo, sin importar la grandeza de Nole o Nadal.
Pero si Aquiles por su talón es Aquiles, Federer por su rodilla es Tommy, Ismael o Alexander, no es Roger. Tal vez un semidiós.
Federer pudiera ser humano, pero su cinestesia en un court causa serias dudas para esa hipótesis. Su nombre, casi un sentimiento para los amantes del tenis. Su revés paralelo a una mano, orgásmico: reta al primer bailarín de cualquier compañía de ballet. Fluye en el saque, en su patentizado smash cruzado, en sus voleas. Nadie bailó nunca mejor tango con la net que el suizo. Si el tenis resulta un baile de dos, Federer lo hizo de tres.
Según Foster Wallace, verlo en la pista era tener a Mozart en un concierto de Metallica. Si seguimos ese peloteo, Roger sería un Ennio Morricone del tenis. Lo clásico y lo contemporáneo en un mismo (in)genio. Capacidad innata para generar múltiples soluciones. La mezcla del tenis antiguo y el tenis moderno. La finura y la sutileza ante el juego físico desde el fondo de la cancha. El momento Federer contra el impulso Nadal: “la virilidad apasionada del sur del Europa contra el arte intrincado y clínico del norte.”
Así quiso despedirse, del mismo lado de la red del hombre que le impidió ganar su sexto Wimbledon de manera consecutiva, que le ganó seis finales de Grand Slam, que lo llevó al límite. A él ya nada le asombra, por tanto nada lo indigna, a nadie aborrece, ya todo lo asume, a todo lo espera, ni la final de Wimbledon 2019 lo hiere, a nadie lapida, a todos abraza, ya nada ambiciona, aunque algunos resabios le quedan de cuando fue humano…
En la Laver Cup 2022, ambos salen de azul ultramar con banda blanca en la cabeza. Jack Sock y Frances Tiafoe, los rivales de la despedida, van de rojo. Empieza en la red Federer y en una derecha la cuela por el hueco entre el poste y la malla. Punto raro para el resto del mundo.
No jugaba dobles desde 2015. No juega oficialmente hace más de un año. Está fallón y su golpe es plano como el abdomen de Nole, que lo mira desde el banco. Rod Laver en la grada. El tenis se da el lujo de tener tres leyendas vivientes en Londres junto a 17 mil aficionadas. Papá Robert en el público, también su madre, su esposa Mirka y los pares de jimaguas.
Frena en seco con el revés la bola devuelta de Sock. Segundo servicio. Es una delicatessen del suizo que aún se acuerda de usar la raqueta. En su carrera cambió 13 veces de raqueta. En el primer set quebraron los europeos con 5-4 arriba. En el segundo habrá un rompimiento por lado y un tiebreak para los más jóvenes. Y a romper el empate en 10 puntos, con el súper desempate.
Tiafoe cruzó todo el campo para saludar a Nadal, quien por poco devuelve una pelota detrás de la net. El helvético está como fuera de cobertura. No se engancha en la zona delantera. Saca lento la raqueta, pero se inventa un ace para poner 6-5 en el súper tiebreak.
7-6. Arriba por una volea abajo cruzada del suizo. Todavía la mano dura y un tiro que solo él puede ejecutar. La derecha dura de Tiafoe golpea a Federer en el brazo derecho. El público lo abuchea y el francés comete un error no forzado.
9-8. Saca Federer para ganar o para terminar todo lo que empezó hace 24 años o hace toda su vida. Sock y Tiafoe hacen tres puntos seguidos y le dan el segundo tanto al equipo del resto del mundo en la Laver Cup.
Desde el anuncio de la despedida de Federer, todo ha sido tan dramático que no había suceso que lo empeorara o mejorara.
Nadal tiene la palma de la mano izquierda sobre la quijada. Está desencajado como si le prohibieran para siempre hacer su ritual antes del saque. Le salen dos lágrimas de arroz crudo dedicadas al hombre que preguntará qué había que hacer para ganar…
Están los récords, las estadísticas, las comparaciones, y luego está la metafísica del deporte. Roger es el tenis, aunque no es todo el tenis. Y la gente lo sabe cómo lo supo Baudelaire en el siglo XIX: “Lo que ha sido creado por el espíritu está más vivo que la materia”.
Federer es el amigo imaginario para quienes nunca lo acompañamos en vivo y no pudimos verlo de cerca poner su bola de servicio en la V de la raqueta, ni echarse los mechones hacia atrás; para los que nos daba taquicardia verlo perder un tiebreak o dejar un revés cruzado en la red; para los que vivimos de este lado del mundo y teníamos que despertar a las cuatro de la mañana para seguir su ritmo en Australia. Con récord o sin récord Federer mueve montañas más altas que los Alpes como un Rey, como un Dios, como un presidente, como un ser humano común, como nada de eso o como Federer.
Al final abraza a todo el equipo. Lo primero que dice es que no está triste por el resultado. Llora que dan ganas de llorar y de seguir llorando. No puede hablar. No puede. Y entonces qué coño voy a seguir hablando yo en esta crónica…
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Nota:
1Fragmento de “Salva de Bienvenida”, poema de Manuel Díaz Martínez