Por Roberto Muñoz Bolaños, Universidad Camilo José Cela
El partido de ultraderecha radical Alternative für Deutschland (AfD, Alternativa por Alemania) ha sido el gran triunfador en las elecciones celebradas en dos länder —estados federados— de la antigua República Democrática Alemana (RDA) el pasado domingo 1 de septiembre. En Turingia ha ganado, obteniendo el 32,8 % de los sufragios. En Sajonia ha quedado en segundo lugar con el 30,6 % de los votos. ¿Por qué?
La respuesta a esta pregunta es compleja y está directamente vinculada con un sentimiento que apareció en el territorio de la antigua RDA en la última década del siglo XX: la Ostalgie (nostalgia del Este). Se trataba de una visión idílica del pasado comunista que se ha transmitido de padres a hijos.
En este relato, la RDA era presentada como un paraíso perdido, étnicamente puro, remanso de paz, tranquilidad, igualdad y seguridad. Un mundo feliz donde la población disfrutaba de extraordinarios servicios públicos universales, gozaba de un fuerte sentimiento de identidad y de estrechos lazos comunitarios.
El hecho de que fuera una dictadura resultaba insignificante, ya que solo el 31 % de la población del antiguo territorio de la RDA se considera demócrata en la actualidad. Este supuesto ente perfecto desapareció en 1990 cuando se produjo la unificación por absorción de la RDA por la República Federal Alemana (RFA). Sin embargo, 34 años después, sigue siendo anhelado por muchos de los habitantes de este territorio.
Recuperar el paraíso pedido
En este espacio desorientado y carente de identidad comenzó a expandirse, en la segunda década del siglo XXI, AfD, una organización política de nueva extrema derecha que presentaba dos importantes ventajas. La primera, que no pertenecía al viejo sistema de partidos heredado de la RFA. La segunda, que prometía restaurar ese paraíso perdido, lo que explicaría su éxito electoral. En el caso específico de Turingia, se sumaba una tercera: su carismático líder Björn Höcke.
Este profesor de Historia y Deportes nació en 1972 en Lünen (RFA), en el seno de una familia ultraconservadora procedente de Prusia Oriental (parte de Polonia y Rusia en la actualidad). Su padre le inculcó desde la más tierna infancia los principios fundamentales de la extrema derecha tradicional alemana: visión gloriosa del pasado, nacionalismo etnicista (Völkisch), racismo, antisemitismo, natalismo, defensa de las virtudes prusianas (sinceridad, modestia, honestidad, flugalidad, sentido del deber y del orden, etc.), homofobia y antifeminismo. Posteriormente, en sus años como estudiante y profesor, incorporaría otros conceptos vinculados a la nueva extrema derecha: negacionismo climático, euroescepticismo, antiglobalismo, rechazo por las políticas de género y los movimientos LGTBI y, sobre todo, islamofobia.
En 2013 se trasladó a Turingia que, a diferencia de los länder del oeste, era étnicamente más puro, como le había explicado su progenitor. Fue uno de los fundadores de AfD en este territorio y, aunque estuvo a punto de ser expulsado dos veces por sus manifestaciones pronazis y fue también procesado, terminó convirtiéndose en el líder del partido en este land.
Un líder para evitar la desintegración de la democracia
Este ascenso fue acompañado de un cambio en su ideología, con la introducción de conceptos propios del nacionalsocialismo, especialmente en el plano político y económico. Así, en la obra Nie zweimal in denselben Fluß: Björn Höcke im Gespräch mit Sebastian Hennig (“Nunca dos veces en el mismo río: conversaciones de Björn Höcke con Sebastian Hennig”), publicada en 2018, Höcke afirmó que la democracia estaba en un proceso de desintegración como consecuencia de la emigración y la globalización económica.
Esta dinámica solo podía frenarse si aparecía un líder fuerte y absoluto que emplease todo el aparato estatal para devolver el orden a la comunidad. Este “orden” implicaba su transformación en una sociedad étnicamente pura. Para lograr este objetivo era absolutamente necesario poner en marcha un programa de remigración masiva que hiciera retroceder el islam hasta Turquía. El paralelismo con la figura de Hitler era evidente, aunque el “enemigo” fuera diferente.
Paralelamente, en el plano económico evolucionó del liberalismo al anticapitalismo, mostrándose partidario de la economía orgánica de mercado (Adam Müller), defendida por los nazis. Este sistema se basaba en la subordinación de los elementos económicos, incluido el mercado, a un fin superior: la comunidad racica.
También comenzó a defender las políticas sociales, pero como un derecho exclusivo de los verdaderos alemanes.
Estos planteamientos identitarios, autoritarios, nacionalistas, etnicistas, islamófobos, anticapitalistas y defensores de la solidaridad y de los lazos comunitarios, junto a su posición crítica con los “vencedores de Alemania” en la Segunda Guerra Mundial (Estados Unidos, Francia y Reino Unido) y su cercanía a Rusia, entroncaban con la Ostalgie y explicarían su triunfo en los recientes comicios.
La imposibilidad de poner en marcha su programa
Sin embargo, su reciente éxito no le va a abrir las puertas del gobierno turingio porque no lo van a permitir el resto de partidos. Es más, aunque se convirtiese en presidente de este land, jamás podría poner en marcha su programa político.
En el sistema constitucional alemán, el jefe del Ejecutivo de un Estado federal no tiene capacidad para establecer políticas nacionales ni para modificar las leyes estatales, como las referidas a la emigración. Además, cualquier norma jurídica que se aprobase en el parlamento de Turingia y que fuera en contra de la Constitución alemana, la Ley Fundamental de Bonn de 1949, sería anulada por el Tribunal Constitucional Federal de Alemania.
Ni siquiera si Höcke se convirtiese en canciller federal podría poner en marcha su programa, ya que su contenido resulta claramente inconstitucional. De hecho, el único mecanismo que permitiría al líder ultraderechista hacer realidad su proyecto político sería un golpe de Estado triunfante en Alemania.
Esta esperanza distópica es alimentada por la cada vez mayor presencia de simpatizantes de AfD en las Fuerzas Armadas, los diferentes cuerpos policiales y la judicatura, como ha quedado demostrado en las diferentes operaciones involucionistas que se han desarticulado en este país en los últimos años.
Roberto Muñoz Bolaños, Profesor de Ciencias Sociales, Universidad Camilo José Cela
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee el original.