Los Elpidios que me duelen

Estos hombres tienen en común el pertenecer a la generación que hizo la Revolución, o a la siguiente, la que la impulsó en sus inicios.

Foto: Alejandro Ernesto.

Foto: Alejandro Ernesto.

Escucho “Pequeña serenata diurna”. Y mientras Silvio canta aquello de “vivo en un país libre…”, no dejo de pensar en una caricatura que vi hace varios días en Facebook. Es un solo cuadro: en él se ve al coronel Elpidio Valdés, nuestro icónico mambí, ya viejo, canoso, acabado, con el uniforme raído, sentado en el piso vendiendo los diarios Granma y Juventud Rebelde.

Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.

Pienso mucho en todos los hombres que he retratado vendiendo esos mismos diarios en las calles de Cuba. Siempre hombres. No sé por qué, pero nunca he visto mujeres voceando las noticias de esos dos periódicos que dicen lo mismo y podrían ser solo uno. Y esos hombres tienen en común el pertenecer a la generación que hizo la Revolución, o a la siguiente, la que la impulsó en sus inicios. Todos cargan ya sobre sus espaldas 70 años, o más.

¿Cómo sería su juventud? Es difícil no imaginar que al igual que Elpidio, al igual que tantos mambises, ellos entregaron su vida a un sueño, a una causa, a un hombre. Casi todo un país lo hizo. Casi todos en aquellos tiempos se entregaron, de una u otra forma, a la construcción de esa sociedad que soñaban como perfecta. Todo sacrificio valía la pena, el futuro sería el Comunismo, la sociedad más justa y próspera con la que se pudiera soñar en aquel entonces.

Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.

Me pregunto cuántos de ellos habrán combatido en Angola, Etiopía, Nicaragua… Cuántos habrán ido a trabajos voluntarios a cortar caña, a sembrar un café que jamás se cosechó, a edificar horribles edificios que ahora languidecen igual que sus constructores. Siempre inspirados en el ejemplo del Che Guevara, convencidos de que estaban construyendo los cimientos de un futuro sin pobreza, un futuro en el que no tendrían que vender diarios para ganar un mísero sustento.

Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.

Cuántos de esos hombres habrán quedado mutilados en todos estos años. Mutilados de cuerpo, alma o ilusiones. Cuántos habrán perdido amigos, familiares, sueños, con tal de seguir el camino correcto que les indicaban. Cuántos de ellos hoy mirarán atrás arrepentidos, o no. Viendo que su sacrificio no sirvió de nada o casi nada.

Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.

Pienso en mi padre, periodista que trabajó en ambos diarios, que nunca tuvo que venderlos en las calles, pero que entregó su juventud a la Revolución, que pasó varios años en las Fuerzas Armadas Revolucionarias por el único incentivo de cumplir con la patria, que combatió en Angola, que construyó esos horribles edificios.
Mi viejo, porque es el ejemplo más cercano.

Puedo pensar también en sus amigos y en muchos de los míos. Y en la ironía de que muchos de ellos, cansados de luchar por un sueño colgaron las armas y ahora viven fuera de la isla, la mayoría en el imperio que tanto combatieron, rodeados de los antiguos enemigos. Sin grandes sueños, pero tranquilos.

Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.

Otros, los que me duelen, vegetan en la isla, o venden diarios como Elpidio, con tal de sacar unos pesos para llegar a fin de mes, si es que llegan.

Ya no esperan nada del futuro. Muchos de ellos son héroes, pero a nadie le importa. Casi nadie conoce su pasado. Ellos se sacrificaron por un futuro que de momento, solo producirá nuevos mambises, con vendrán con sus historias a cuestas, a vender los mismos diarios de siempre.

Foto: Alejandro Ernesto.
Foto: Alejandro Ernesto.

*Este texto se reproduce con la aceptación expresa de su autor.

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