Por , University of Birmingham
Según Naciones Unidas, 2024 es “el año electoral más importante de la historia de la humanidad”, con la mitad de la población mundial —unos 3 700 millones de personas en 72 países— con derecho a voto. Sin embargo, algunas elecciones son más importantes que otras, por lo que el mundo está pendiente de lo que pase en Estados Unidos.
Estados Unidos es la mayor economía y la mayor potencia militar del mundo. Pero también es el eje de muchas alianzas estratégicas internacionales, del sistema económico y financiero y de muchas de las instituciones liberales del mundo.
Estas elecciones constituyen un momento crucial en la historia de Estados Unidos y podrían tener enormes implicaciones para la forma de gobernar el país y para el futuro del orden de posguerra que Washington ha contribuido a construir.
A diferencia de cualquier elección desde 1945, los principios básicos de las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo están en disputa. La disputa está entre el Partido Republicano de Donald Trump, que podría ofrecer una ruptura total con el papel de Estados Unidos en la comunidad internacional, frente a la agenda más internacional de Kamala Harris, del Partido Demócrata. Con Harris, es probable que Estados Unidos siga desempeñando un papel importante en la OTAN, por ejemplo.
Aranceles a China
El asalto más conspicuo a la tradición de la política exterior estadounidense son los planes de Trump de imponer un [arancel universal del 20 % a todas las importaciones extranjeras]. Los aranceles a China podrían ser mucho más elevados, con amenazas de Trump del 60-200 %. Además de ser inflacionistas y perjudiciales para la economía estadounidense, es probable que estas medidas provoquen represalias, guerras comerciales y trastornos en la economía mundial. Al limitar el acceso al mayor mercado nacional del mundo, también obstaculizarían los esfuerzos globales para la transición a una economía de carbono cero.
Sin embargo, estos asuntos preocupan poco a Trump, que planea repetir su retirada del acuerdo de París sobre el cambio climático, derogar las medidas de protección del medio ambiente aplicadas por Joe Biden y autorizar la explotación sin restricciones de los yacimientos de petróleo y gas estadounidenses mediante el fracking desregulado. Los planes de Trump añadirían toneladas de carbono extra a la atmósfera si se ejecutan, y probablemente socavarían de forma significativa el trabajo global sobre el cambio climático.
También está en disputa el compromiso de Estados Unidos de defender a sus amigos y aliados de Estados hostiles. Como miembro de la OTAN, Estados Unidos está obligado a acudir en ayuda de los demás miembros en virtud del artículo 5, si otro país les ataca, y también tiene tratados similares con Japón y Corea del Sur. La administración Biden lideró a la OTAN en el apoyo a Ucrania con ayuda militar y financiera para evitar su total sometimiento a la ocupación rusa.
En cambio, Trump ha indicado que pondría fin a este apoyo y presionaría a Kiev para que acepte la paz en los términos de Moscú. En lugar de ver una red de alianzas como la base de la fuerza y la influencia, Trump las ve como una fuente de riesgo y una carga.
Defender a los amigos
Muchos exfuncionarios, como el exasesor de seguridad nacional John Bolton, sospechan que Trump intentaría abandonar la OTAN en un segundo mandato o debilitar su eficacia mediante un apoyo tibio. En Asia, los recientes comentarios de Trump de que “Taiwán debería pagarnos por la defensa. No somos diferentes de una compañía de seguros” sugieren un debilitamiento del compromiso estadounidense con la isla.
Para muchos observadores, estas elecciones también son importantes porque se cuestiona la capacidad de Estados Unidos para llevar a cabo unas elecciones libres, justas e indiscutibles y un traspaso pacífico del poder. Desde su primera participación en el proceso de primarias del partido republicano en 2016, Trump nunca ha aceptado los resultados de unas elecciones que perdió.
Lo que es más notable es que ha convencido a la mayoría de los votantes republicanos para que se pongan de su lado al afirmar que las elecciones de 2020 fueron robadas: solo un tercio cree que las elecciones fueron legítimas. Cuando la fe en el proceso electoral está tan socavada es difícil ver cómo Estados Unidos puede unirse para ser gobernado después de las elecciones.
Para el bando de Trump, sin embargo, hay una respuesta preparada para esta cuestión. Si resulta elegido, el proyecto 2025, un documento de políticas elaborado por un think tank (laboratorio de ideas) de derechas, sugiere que su administración sustituiría la cúpula de la burocracia de Washington por 50 000 funcionarios que le jurarían lealtad a él por encima de la Constitución. También sugiere que una administración Trump disolvería una miríada de agencias federales como los departamentos de justicia, energía y educación, así como el FBI y la Reserva Federal, y utilizaría su recién reclamada autoridad ejecutiva para imponer su agenda política.
Tales medidas están diseñadas para permitir a Trump introducir una serie de políticas que muchos consideran autoritarias, como la deportación de millones de “extranjeros ilegales”, utilizando la Guardia Nacional y el ejército si es necesario.
El experimento estadounidense con la democracia ha fascinado e inspirado al mundo desde su creación en 1776. Sin embargo, nunca antes había estado tan en peligro. Estados Unidos está profundamente dividido en muchas cuestiones fundamentales, desde la fiscalidad, la inmigración, el aborto, el comercio y la política energética y medioambiental, hasta su papel en el mundo.
Por primera vez, estas divisiones parecen más importantes para muchos electores que el respeto a sus instituciones y tradiciones democráticas. Más fundamentalmente, muchos ciudadanos estadounidenses parecen incapaces de aceptar el resultado del proceso democrático y la consiguiente legitimidad del ganador.
Quién gane las elecciones y cómo se gobierne Estados Unidos en consecuencia, importa ahora, a más gente, que nunca.
Publicado originalmente en The Conversation.