No hubo sorpresas. Tal y como se esperaba, el presidente Donald Trump hizo su discurso de aceptación de la nominación presidencial criticando duramente al candidato demócrata Joe Biden y sus políticas durante la última jornada de Convención Nacional Republicana, desde el jardín sur de la Casa Blanca.
El evento de este jueves en la noche tuvo lugar con una multitud de espectadores que no guardaban la distancia social ni portaban mascarillas, salvo en casos aislados que no hacían sino confirmar la validez de la norma.
La tribuna estaba flanqueada por docenas de banderas estadounidenses y por dos grandes pantallas de video. El mensaje de la imagen era bastante obvio: aquí no pasa nada, a despecho de regulaciones sanitarias vigentes.
“Las personas que abandonan sus residencias deben usar una máscara cuando es probable que entren en contacto con otra persona”, sostiene un documento de las autoridades del distrito de Columbia. Y los mil quinientos invitados estaban, a no dudarlo, bastante apretaditos.
En medio de un escenario interno caracterizado por las protestas raciales, la pandemia de coronavirus y el huracán Laura, Trump aceptó el nombramiento de su partido. Y fue directo al grano atacando a Biden con una hipérbole.
“Hemos pasado los últimos cuatro años revirtiendo el daño infligido por Joe Biden en los últimos 47 años”, dijo el mandatario, quien, para no variar, se presentó como la única alternativa posible del modo de vida americano, sin dudas uno de los leit motivs de estos últimos cuatro días de Convención.
“Todo lo que hemos logrado ahora está en peligro”, dijo. “Esta elección decidirá si defenderemos el estilo de vida americano o permitiremos que un movimiento radical lo desmantele y destruya por completo”. Y preguntó retóricamente: “Así que esta noche les hago una pregunta muy simple: ¿Cómo puede el Partido Demócrata pedir liderar a nuestro país cuando se pasa tanto tiempo derribándolo? En la visión retrógrada de la izquierda, no ven a Estados Unidos como la nación más libre, justa y excepcional de la tierra. En cambio, ven una nación malvada que debe ser castigada por sus pecados”.
Las palabras de Trump fueron la clásica vuelta de tuerca: considerado abrumadoramente un demócrata moderado, Biden figura en este discurso como una torpe herramienta de la izquierda radical y de fuerzas marginales. Han sustituido la idea de adversario por la de enemigo, uno de los cambios más peligrosos de este grupo de mandarines instalados en el ejecutivo.
Pero continuó: “Joe Biden no es el salvador del alma de Estados Unidos. Es el destructor de los trabajos de Estados Unidos, y si se le da la oportunidad, será el destructor de la grandeza de Estados Unidos”.
Se trató de un discurso demasiado extenso y muy similar a los que ha dado sobre el estado de la Unión, dado a promocionar sus propios logros, pero salpicados de esa mixtura de medias verdades y mentiras típicas de su estilo, bien sobre la economía, las relaciones con la OTAN o la pandemia de coronavirus que, a despecho de cualquier triunfalismo, ha costado las vidas de miles de personas en su país y dejado a millones sin empleo.
La promesa más rechinante que hizo el presidente en este último terreno consistió en afirmar que habría una vacuna antes de fines de este año, yendo un poco más lejos de lo afirmado por el vicepresidente Pence la noche anterior.
“Estamos brindando terapias que salvan vidas y produciremos una vacuna antes de fin de año, o tal vez incluso antes”, dijo. La presentación de sí mismo como el candidato cuyas políticas están respaldadas por la ciencia y diseñadas para los trabajadores de Estados Unidos no resiste, sin dudas, el más mínimo análisis lógico.
Y siguiendo la rima, reiteró otro absurdo: que “China sería dueña de nuestro país si Joe Biden fuera elegido. El costo del cierre de Biden se mediría en aumento de sobredosis de drogas, depresión, adicción al alcohol, suicidios, ataques, devastación económica, pérdida de empleo y mucho más. El plan de Joe Biden no es una solución al virus, sino una rendición al virus”. Otra raya más para el tigre: lo que Biden realmente dijo es que cerraría de nuevo si se lo recomendaran los funcionarios de salud.
Por otra parte, analistas varios coinciden en señalar que el evento obliteró las tensiones y angustias que se viven hoy en Estados Unidos luego del asesinato de George Floyd, incluyendo minimizar o ignorar los sucesos de Kenosha, Wisconsin, en los que la policía baleó al afroamericano Jacob Blake. Y que en su lugar se han centrado en una crítica de “anarquistas, agitadores, alborotadores, saqueadores y quemadores de banderas”.
“Su voto decidirá”, dijo Trump, “si protegemos a los estadounidenses respetuosos de la ley o si damos rienda suelta a los anarquistas violentos, agitadores y criminales que amenazan a nuestros ciudadanos”.
Los demócratas, dijo, son el “gobierno de la mafia”. El senador Bernie Sanders reaccionó de inmediato: “Donald Trump tuvo la oportunidad de hablar directamente con las personas que están sufriendo actualmente en Kenosha, Wisconsin. Tuvo la oportunidad de hablar directamente con las personas negras en Estados Unidos … y la desperdició y la perdió… en cambio, traficaba división y caos y avivaba las llamas”, dijo Sanders. “¿Qué es esta conversación sobre ‘el gobierno de la mafia’?'”. No. Lo que está sucediendo actualmente en este país es un ajuste de cuentas sobre la raza. La gente está protestando en las calles, lo cual es estadounidense…”
La mesa está servida. Con este discurso, se descorrieron las cortinas de las elecciones. Ahora vienen los debates presidenciales, que serán verdaderos choques de trenes en medio de una nación dividida y polarizada.