Ilustraciones: Fabián Muñoz
Cuando el Dr. Mario Luján y Torralba cumplía su servicio social en las montañas de Holguín, se le presentó un caso de priapismo, en que el enfermo, un sexagenario con su pene erecto durante más de treinta horas, le fue llevado en parihuelas; y al verlo trombosado, de un color muy malo, optó por amputar.
A los dos meses, de la misma serranía le bajaron otro con idéntica patología, al que logró extraerle sangre y el hombre pudo volver a Cuchuflí Arriba por sus propios medios.
Poco después, cuando Mayito vio que le traían su tercer caso de priapismo en angarillas y desde lejos reconoció a los mismos cargadores de Jacinto, alarmado ya, les preguntó:
–¿Vienen de Cuchuflí?
–Sí, dóttor.
–¿Otro más? ¿Qué ustedes hacen por allá arriba, compay?
El paciente se llamaba Manolo. Era un cuarentón, mulato muy claro, como Mayito, pero de pelo liso y facciones aindiadas. Llegó mudo del susto. También parecía muy avergonzado. Permaneció con la vista clavada en el piso como si fuera culpable de algo abyecto. No se atrevía a mirar al médico, y cuando Mayito se puso a palparlo, empalideció y cerró los ojos para no ser testigo de tan deshonroso manoseo entre hombres.
El médico comprobó que se trataba de una erección drenable.
–No hay problema —lo tranquilizó—. Esto lo resolvemos.
Al oír aquello, el hombre se apeó de la camilla de un brinco.
–¿Me la van a cortar? —preguntó al borde del llanto, mientras se tapaba el enorme bulto con el sombrero.
Convencido de su destino fatal, empezó a tartamudear y a decir que si lo mochaban como a Jacinto, él se iba a guindar del primer árbol.
Luján lo tranquilizó y le explicó que su caso no reclamaba amputación; y como Manolo se gastaba unas dimensiones colosales, se puso a palmotearlo y a bromear, que si king size, que si XXL, que si veinticuatro extra largo de cornisa volada, y que para cortar aquello haría falta un serrucho; hasta lograr que el pobre se echara a reír y le permitiera drenarlo.
Minutos después, Manolo alzaba la cabeza y cerraba los ojos mientras Mayito le untaba su glande macrocéfalo y luego todo el miembro, con un líquido blanco. Pero ya drenado, sintió un inmediato alivio y mejoró su ánimo.
Interesado en pesquisar los orígenes de tan extraño priapismo, que parecía ser exclusividad de Cuchuflí, el doctor se puso a indagar con el paciente y así se enteró de que en los cercanos alrededores del Pico del Cristal, a lo largo de los años, se habían dado muchos casos de esos.
Sobre la ruta que le indicaron hacia el misterioso y encumbrado caserío, él recordaba la finquita de Heliodoro, un cincuentón, veterano de la guerra de Angola, que todos los días se empujaba dos botellas de aguardiente casero.
Lo había conocido cuando su mujer, una guajira de veinte años con la que se juntara hacía poco, se derramó sobre un empeine una olla de manteca hirviendo; y Mayito, ante la imposibilidad de aliviar con fármacos los dolores de una severa quemadura, la había calmado mediante hipnosis.
Eso le valió mucho prestigio con el guajiro, que poco después viniera a buscarlo con una mula de reata, para llevarlo a comerse un lechón. Allí se enteró que como todo serrano de la zona, Heliodoro no comía más que carne de puerco, arroz, frijoles y yuca con mojo. Y el único vegetal verde que se llevaba a la boca, era el aguacate, que abundaba en su finca.
En ocasión del accidente de la mujer, Mayito le vio el rostro muy enrojecido y lo convenció de que se dejara tomar la presión; y tenía 180 con 120. Poco después comprobaría también que la mayoría de los montunos pasados de los cincuenta, vivían con una tensión arterial elevadísima. Y cuando trató de convencer a Heliodoro de que redujera la sal y la grasa, el hombre se echó a reír:
–No, médico, qué va —y se empinó un trago a pico de botella—. El día que me toque joderme, pues me joderé y ya; pero mientras viva, quiero pasarlo sabroso.
Y aquella mañana en que llegara al bohío de Heliodoro Hidalgo con idea de pedirle una orientación segura hacia Cuchuflí, la hija menor lo enteró de que el día precedente había salido con un arria de mulas a vender su café en Nicaro. Pero ella parecía muy contenta de atenderlo. Mayito se dio cuenta de que la muchacha le estaba sacando fiesta, pero por la prisa que llevaba y el machetazo que se ganaría si el padre se enteraba de algo, optó por seguir camino.
Casi noche ya, llegando por fin al caserío, Mayito seguía pensando en el misterio apasionante de los pitos erectos de Cuchuflí Arriba.
¿Qué rayos harían esos tipos?
El origen de tan insólita y reiterada dolencia entre un puñado de guajiros, él iba a encontrarla en esas lomas. Podía ser un alimento, una bebida, la picada de una araña, la cola de un alacrán afrodisíaco; o el roce con el polen de alguna flor cuchufleña, ignorada por la taxonomía mundial; o alguna brujería vernácula.
Algo tenía que existir, causante de aquella parapitosis. Fuera lo que fuese, el doctor Mario Luján y Torralba se había propuesto arrancarle su secreto a aquella comarca, y sorprendió a varios funcionarios del Ministerio de Salud Pública con la solicitud de una prórroga en su servicio social.
Si corría con algo de suerte, se cubriría de gloria como descubridor de un Viagra cubano.
ENERO 2012