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Otro San Valentín en el calendario indetenible. Día para festejar el amor en sus múltiples y complejas facetas. Ya sabemos que amor y desamor, las dos caras de la moneda, son cosas de todos los días, y que cada cual habla de ese estremecimiento de acuerdo a cómo le fue en la feria.
OnCuba ha querido, también en esta ocasión, exaltar la fecha. Por eso extendimos la invitación a un grupo de amigos para que nos dieran sus pareceres sobre la experiencia de enamorarse. Convocamos a veinte, aceptaron quince, escribieron sus textos expresamente para esta ocasión diez.
Aquí van a encontrar un grupo de testimonios muy diversos. Disquisiciones, relatos personales, informes de lectura, comparaciones entre la vida y las idealizaciones del cine… Son historias que suceden en La Habana, Quito, Moscú, Barcelona, Sancti Spíritus y Madrid, reveladoras todas. Nos ha dado gusto acopiarlas para ustedes. Ojalá su lectura les sea tan placentera como lo fue para nosotros.
El amor está en el aire
El 14 de febrero es el Día de los Enamorados, y el 15 nací yo. Los sentimientos se confunden y los regalos también. En mi caso, muchas veces se “matan dos pájaros de un tiro”, especialmente en los últimos tiempos, donde cualquier detalle o una simple invitación a cenar, puede significar, para esa persona, el salario de todo un mes.
No suelo idealizar las fechas, ni los momentos. El Día del Amor puede ser cualquiera. Muchas veces no he tenido pareja un 14 de febrero y sí en mayo o noviembre, por eso creo que lo importante es vivir las experiencias con la mayor intensidad posible. El amor llega… cuando llega, y no tiene mucho sentido explicarlo. Se percibe, se disfruta, estremece. Te hace sentir vivo y, gracias a él, crees que valió la pena estar en este mundo. También, cuando desaparece, puede implicar dolor, angustia, vacío.
El amor está en el aire, como dice la canción. Lo encontramos en la familia, los amigos, un animal. Una vez, estando lejos de Cuba, le escribí una carta de amor a Petite, mi perra, una poodle toy a la que extrañaba profundamente. Aún tengo esa carta por ahí.
Siendo una persona profesionalmente relacionada con el audiovisual, he sentido atracción y deseos por algunas actrices. Estoy convencido de que, gracias a ellas y al poder seductor de las imágenes, empecé a interesarme por el cine.
Amé intensamente a Olivia Hussey, la Julieta de Zefirelli, y también a Ali McGraw en Una historia de amor. Nunca he llorado tanto con una película. Los sentimientos que despertaron en mí esas actrices son inolvidables.
Más tarde, me dio por enamorarme de actrices españolas como Maribel Verdú, Ángela Molina o Ana Belén. Ninguna me hizo caso.
Quedé paralizado con Natalie Portman en El profesional. Fue amor a primera vista. Años después, la vi en Closer, una de mis películas preferidas. Esa atracción logró conjurar el paso del tiempo. Han sido amores profundos e imposibles.
Cuando tenía 9 o 10 años, me enamoré de una de las últimas estrellas del carnaval. Creo que a ella toda Cuba la amó. Tuve la suerte de que mi padre conocía a su familia y consiguió que la estrella y yo pudiéramos pasar una tarde juntos… haciéndonos fotos. Las guardo como un tesoro. Cincuenta años después nos volvimos a encontrar, casualmente, en un concierto de rock. Bailamos, recordamos y tuvimos nuevamente nuestras fotos.
Por más de dos años estudié cine en Moscú. La perestroika de Gorbachov estaba en su apogeo, y un matrimonio norteamericano acababa de pedir asilo, con sus tres hijos, en la URSS. Fue un caso muy publicitado, aunque no existían entonces las redes sociales, ni la web.
La muchacha de ese matrimonio estudiaba conmigo en la preparatoria de idioma ruso. Nos enamoramos en una fiesta y estuvimos juntos todo un año. Fue un amor bonito, lleno de exploraciones y eventos singulares que se sucedían a nuestro alrededor. Estábamos tan concentrados en nuestra relación que nada más importaba. Ella no sabía español, yo conocía poco de inglés, pero el amor y el deseo poseen un lenguaje universal.
A Jennifer —ese era su nombre— le ponían una guía o traductora. Nos acompañaba con frecuencia. Una chaperona, seguramente de la KGB. El lujoso apartamento donde ella vivía con sus padres y hermanos debía estar repleto de micrófonos y cámaras ocultas.
Muchos años después he pensado que en algún archivo de allá deben estar las fotos y los informes de nuestras citas, las visitas a su casa, mis conversaciones con sus padres.
¿Debería pedirle nuestras fotos a Putin?
Gustavo Arcos Fernández Britto, docente y crítico de cine. La Habana.
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Como si el mundo dejara de ser complicado por un rato
Amar a alguien significa elegirlo cada vez, día a día, todos los días, y sentirlo hogar y el lugar más seguro del mundo.
Es confiar en esa persona que transforma lo ordinario en algo especial. No importa si es un paseo sin rumbo, hablar de los temas más cotidianos o simplemente quedarnos en silencio; todo se vuelve especial cuando está a tu lado.
El amor se siente como si el mundo dejara de ser complicado por un rato. Es comprender que no siempre necesita palabras grandiosas; solo pequeños momentos llenos de verdad, y justo esos momentos —he pensado— siempre serán mi mejor elección.
Vanessa Pernía, periodista. Holguín.
Un espacio de intimidad y revelación
El enamoramiento no es un estado, sino un proceso de desestructuración y reconstrucción de la realidad. Se percibe como una dislocación, una ruptura de las coordenadas habituales de la existencia.
De repente, el mundo se vuelve inestable; los puntos de referencia se desdibujan, y lo conocido se torna extraño, inquietante y fascinante. La cotidianidad se filtra a través de un nuevo prisma, adquiriendo un sentido diferente, más profundo y significativo. No se trata simplemente de una alteración del estado de ánimo, sino de una transformación ontológica.
Este proceso se caracteriza por una intensificación de la experiencia. Los sentidos se agudizan, las emociones se amplifican, y la consciencia se expande. Hay una sensación de plenitud, pero también de fragilidad; una vulnerabilidad que genera, a la vez, temor y excitación. La comunicación se vuelve esencial y profundamente enigmática. Las palabras pierden su significado literal y se convierten en vehículos de una comunicación no verbal, una comprensión intuitiva que trasciende las convenciones lingüísticas. El silencio adquiere una nueva dimensión: un espacio de intimidad y revelación.
La relación con el otro se presenta como un espejo deformado que refleja nuestra propia imagen y la proyección de nuestros deseos y temores. La ausencia del objeto de nuestro amor se siente como una amputación.
La mirada del amado o de la amada se convierte en un punto de referencia, un eje en torno al cual gira nuestro universo interior. Existe una dependencia paradójica: una necesidad de individualidad a la vez que una fusión con la persona escogida.
Esta tensión entre la autonomía y la unión define el espacio existencial en el que se desenvuelve la relación. La experiencia del amor se torna así un continuo cuestionamiento de nuestra propia identidad, una transformación constante que nos acerca y nos aleja simultáneamente del otro y de nosotros mismos. La búsqueda de comprensión es, en esencia, una búsqueda de la propia definición.
María Santana, artista visual y performer. La Habana.
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21.30 x 27.30 cm.
Besos en secreto
A veces, cuando duermes, aprovecho ese silencio, esa soledad simulada, para acariciar tu pelo, tu cuerpo, para besarte muy suave y que sólo sientas el sueño de ese beso.
Quizás en todo el día no te he besado y sólo en la noche siento la ausencia de ti.
¿Cuánto más esperaremos para que la intensidad en que supimos querernos sea la única o principal razón de cada día?
Quiero descubrir siempre en mí, en ti, la inquietud, la explosión del pecho, que nombrábamos con palabras secretas.
Sólo tenemos que abrazarnos y mirarnos con el deleite de cuando las penas y las preocupaciones no eran tantas. Amarnos pensando en que lo más importante es el amor que hemos logrado sentir juntos; solo eso nos hace grandes, fuertes para resistir y sentir que la vida valió la pena en cada instante.
Ha sido un amor rodeado de música, de melodías cantadas por un piano que se escucha como si estuviera en el jardín.
¡Cómo me enamoras cuando oigo tu piano! Es como si me besaras, y yo creo que tu piano es eso: un beso. Un beso de la mañana, suave, acariciador, húmedo de rocío y tibio por el sol que asoma. Danzan las melodías y nos envuelven como en un júbilo, fuerza creadora y a la vez extraña sensación de que todo está bien, que nada podrá salir mal.
Sé que sentimos lo mismo. Creo que desde hace mucho sólo nos diferencia el fatalismo de estar en dos cuerpos diferentes. ¿Será siempre así? Quizás no.
Llegará la mañana con tu cumpleaños y nos llenaremos de besos, pero ahora, cuando duermes, aprovecharé de nuevo el silencio, la media luz del cuarto, para acariciarte fuera del tiempo, para besarte y que sientas, por todo un año, el sueño de ese beso.
Hasta mañana.
Silvia Rodríguez Rivero, artista visual y escritora. La Habana.
Amor platónico
Cuando el equipo de OnCuba me invitó a participar en este dossier, acepté sin pensarlo mucho. En ese momento estaba trabajando, y solo le eché un vistazo al mensaje. Cuando llegué a casa me puse a reflexionar sobre qué escribir, y se me abrió una interrogante: ¿Qué es enamorarse?
Para un químico la respuesta sería muy sencilla: es un aumento de la dopamina que provoca una situación similar a la euforia; pero esta respuesta me creaba aún más duda. ¿Qué provoca esta liberación hormonal?
Para buscar respuestas recurrí a la filosofía, de paso así rompería par de mitos de la cultura popular, centrándome solamente en el amor de pareja.
Para Platón, la concepción misma del amor está ligada a su dualidad filosófica que relaciona lo material y tangible con lo ideal y realmente puro. Por lo que el amor es un impulso que nos lleva a querer ir más allá de lo material en nuestra experimentación de algo, en el acceso a su belleza pura y real sin espejismos o reflejos de sombras del mundo material.
Cuando se refiere al amor puro como algo inalcanzable, no dice que sea imposible acceder a ese alguien que se ama o ser correspondido por este. Realmente, lo inalcanzable se encuentra en que, como seres materiales, la pureza está reservada al plano ideal. Como seres materiales no podemos poseer algo inmaterial como el amor.
Así que no sigas llamando amor platónico a las comedias baratas que te montas en tu cabeza con Henry Cavill o Dua Lipa. Busca un amor real y sano, o acude al psicólogo.
Más de dos milenios después, Jean-Paul Sartre llegó a una conclusión similar: el amor no se puede poseer. A diferencia de Platón, Sartre no creía en el paso al plano ideal tras la muerte; su no posesión del amor se basaba en la libertad. “Aquel que quiere ser amado, debe querer la libertad del otro, porque de ella emerge el amor, si lo someto, se vuelve objeto, y de un objeto no puedo recibir amor”.
El amor sano debe ser correspondido, es la aceptación de la libertad del ser amado, es la no idealización de este. Se deben conocer las imperfecciones propias y las del otro, y aún así amarlo. Enamorarse es un viaje, es el camino hacia un amor ideal al que cada vez te acercas más, pero al que nunca se llega.
Ernesto Lahens Soto, narrador y periodista. Madrid.
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La pasajera
Ella estaba apartada del torrente de personas; nadie parecía esperarla. En ese vuelo venía mi hijo, y yo buscaba su rostro entre la gente. Al rato volví a mirarla. Era una mujer atractiva, algo más joven que yo; hablaba por teléfono gesticulando amplio, como hacen las cubanas.
Todo pasó en dos o tres minutos. Me acerqué y dije las palabras exactas, las únicas, entre las más de 93 mil que tiene el español. El premio fue una sonrisa y su número de móvil.
Al día siguiente salimos a almorzar. Pasaron las horas, cenamos, fuimos a escuchar a un pianista que me gusta. Dos semanas después, estaba sentada, desnuda, en mi biblioteca, husmeando entre mis papeles.
Me gustaba mucho más que lo suficiente. Le dije: quédate, pero no lo hizo. Nunca dormimos juntos. A lo largo del año ella viajó a varios sitios. Mi lugar en su agenda iba quedando claro. Después de todo, se fue diluyendo.
Hoy, muy temprano, cuando estaba preparando la cafetera, recordé su sonrisa. Con los años se aprende a ser agradecido con el universo, sin buscar demasiado el sentido a las cosas. Para mí será siempre una pasajera muy especial.
Eugenio León, arquitecto. Quito.
Debíamos poner una pared
I
Sentada en el banco más solitario de la plaza, hay una bella muchacha vestida de negro. La noche es fría, y hay calma en la ciudad a pesar de la fecha.
Para llegar a ella con decencia, me presento y le recito de memoria un soneto de Hernández Novas que habla del mar, de la tristeza.
Ella escucha mirando a las parejas de amantes que se besan, allá lejos.
—Ese poema es una mierda —me dice. Pero me has hecho llorar, y eso es bastante.
Me largo. Entro a un café y pido un doble expreso, pensando en la poesía y en este extraño 14 de febrero en que las palabras suenan huecas.
Enciendo un cigarrillo y voy a casa despacio, silencioso.
La muchacha sigue allí, llorando.
II
Deberíamos poner una pared que divida a la mitad nuestra cama; una pared de ladrillos que llegue hasta el techo, sin puertas ni ventanas, para que no podamos enviarnos mensajes, ni saludos, ni crudas ofensas, y así, a pesar de nuestro gran amor, disfrutar los dos de esa libertad que da la soltería.
Pero junto a la pared, recostada contra el muro, que nos dejen una mandarria, para que en tu cumpleaños, el mío y en San Valentín, cuando la entropía no asusta, demoler con energía la vileza y frialdad del ladrillo, para vernos, hacer el amor como locos, dedicarnos poemas y dormir a pierna suelta con nuestras manos juntas, saludables, amatorias.
En la mañana volveríamos a construir la muralla, porque de esta manera contribuimos a que nuestro amor sea eterno.
III
Es el farol de mi esquina la única luz en la ciudad. Casi todos bailan, beben o hacen el amor como todos los 14 de febrero.
Aparece ella, callada, sorteando los excrementos de los perros.
—¿Vamos? —me dice.
—¿A dónde?
– A matarnos.
Le brindo un trago de vodka como la única solución para atenuar mi sorpresa.
—Eres hermosa.
—Y tú un imbécil —me responde.
Yo lo sé, me imagino que tenga algo de imbécil, pero no lo digo.
—¿Vamos a matarnos en busca de luz?
Yo la entiendo, pero no quiero hacerle el juego. Es difícil matarse.
Nos vamos lejos, caminando a ciegas, cantando en esta ciudad a oscuras, destruida.
Creo que, al final, al verla sonreír, no quiere morirse todavía, pero debo estar seguro. Siempre hay que estar seguro.
Llegamos al puente. El Yayabo refleja la luna, la distorsiona.
Si la abrazo, se dejará besar; seguro se deja besar.
Luego vendrá un suspiro, insinuaciones mías, y llegaremos a la luz.
Llegará la luz, seguramente.
—¿Hacemos el amor?
—Puede ser —musita. ¿Y después?
—Después nos matamos —le respondo. Y nos vamos abrazados, sorteando de regreso el excremento de los perros, a oscuras, en silencio.
Hermes Entenza, escritor y artista visual. Núremberg.
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21.30 x 27.30 cm.
Quitarse cristales del pecho
Hay días en que camino hacia la Facultad y siento que floto, que soy feliz y radiante. Es común que ante un estado de dicha tal se asuma que hay un amor, un amor romántico y mil palabras de promesas e ilusiones, pero en mi caso es mucho más.
Quizás si en los últimos meses me vieron feliz como una florecita, pequeña y violeta —esas que me pongo en el pelo— es que de algún modo regresó a mí la comprensión de que el amor de la amistad es tan valioso como el de la pareja o la familia, y requiere igual de atención y cuidados, igual de apapachamiento.
Esa comprensión llegó en mayo del año pasado, cuando la relación más importante que había tenido hasta entonces estalló en pedacitos filosos. Como dice uno de esos amigos entrañables, la poesía es el modo de quitarse cristales del pecho. Yo, que no soy poeta, los imagino a ellos mientras entran a esa zona de guerra y limpian, dan orden, me dejan con el corazón tranquilo y sereno.
Hay algo aún más tierno cuando agradecen cualquier pequeño gesto mío hacia ellos, y para mis adentros pienso: “Si supieras cuánto de bueno y valioso trajo tu amistad a mi vida”, pero no digo nada, por timidez.
Mis amigos, de la universidad, de las carreras, de los colectivos y, en especial, de las lomas, hacen de mi vida un espacio de ternura, un lugar de paz y libre de odios o rencores. Ahora entiendo mejor a la poeta holguinera Mayda Pérez Gallego cuando dice que el valor de sus amistades no viene de la antigüedad, sino de su rareza.
Los míos también llegaron uno a uno a mi corazón, desde donde destruyen todas las tristezas.
Dailene Dovale, periodista y docente. La Habana.
El amor perdura si le echas ganas
Como tengo el crítico de cine demasiado activado últimamente, las películas me vienen a cuento para explicarlo todo.
Según los filmes románticos, vale para el enamoramiento aplicar siempre el esquema siguiente:
Chico encuentra a chica —pongan aquí los géneros, identidades o preferencias sexuales que se les antoje—, fascinación mutua en sucesión de escenas a ritmo de videoclip, descubrimiento de un secreto o algún rasgo del otro que no les cuadra, conflicto, separación, luego cada cual por su lado siente añoranza del otro en una sucesión de escenas a ritmo de videoclip, ocurre el reencuentro y la aceptación de esa supuesta falla en la pareja; y entonces ya están listos para el momento final del beso presagiando el amor hasta que la muerte los separe.
Pero las ficciones de Hollywood se terminan justo en el instante en que las verdaderas historias de amor apenas comienzan en el mundo real.
Por eso, en las películas que se las dan de honestas, la gran ilusión se desmorona y las cosas pueden ponerse tan feas como uno las percibe en esa Historia de un matrimonio (Marriage Story), dirigida por Noah Baumbach en 2019.
Para el que no la recuerde —caso muy difícil si la vio—, es aquella donde Scarlett Johansson hace de actriz y Adam Driver hace de director de teatro, y a los dos les va muy bien juntos hasta que empieza a irles muy mal; y van a acabar, además de tirándose los platos, con el pequeño Henry convertido en muñeco de trapo en medio de la disputa, cada uno de los ex cónyuges queriendo halar para su lado al hijo común.
Por suerte, si bien no conviene ser ingenuo y creerse el modelo del cuento de hadas, tampoco hay que dejarse llevar por el pesimismo a rajatabla. Las buenas historias de amor no tienen que ser truncadas por la separación, como en Casablanca (1942) o Los puentes de Madison (1995), ni por la tragedia, como en Love Story (1970) y Titanic (1997).
Las de la vida real pueden sostenerse en el tiempo, aun cuando el día a día erosiona la pasión y siembra obstáculos, insatisfacciones y tragos amargos. Estoy seguro de que el amor perdura si le echas ganas, como sucede en aquella película… en… ¡No me viene ninguna a la mente! Como en la historia de mis padres, tendría que decir. Lo cual reafirma la hipótesis de lo poco que sirve Hollywood para saber del enamoramiento.
Rafael Grillo, narrador y periodista. La Habana.
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21.30 x 27.30 cm.
Volver a aspirar a la belleza
Xavier, el vecino del 29B —70 años, 45 de casado— dice estar muy enamorado de su mujer. Nos encontramos en la barcelonesa Plaza de España. Yo venía regresando de Montjuic, más precisamente del Museo Miró, y él, del centro comercial Las Arenas. Nos invitamos al Buenas Migas, un café donde se da esta plática.
Cada mañana, cuando me despierto junto a Laura, me emociono —lo dice con naturalidad, convencido de que no hay nada extraordinario en su relato. No recuerdo cómo llegamos a este tema. Debe haber surgido cuando me preguntó si tenía pareja. Le contesté que había acabado de salir de una historia mediocre, sin nada de emoción. Entonces encajó la frase.
Escucharlo fue una experiencia muy gratificante, pues, aunque no me descubrió nada que no estuviera en tantas novelas de amor y libros sobre relaciones conyugales, su testimonio tenía el valor de la constatación.
Dije, sin entrar en detalles, que para mí todos los amores habían sido —al menos en el inicio— para siempre. Siempre es mucho tiempo —sentenció.
Para quitarle peso al asunto, solté la socorrida frase: El amor es eterno mientras dura. De eso se trata —dijo—, hay que hacerlo durar. Es un propósito —siguió–, que debe estar asistido por la suerte, y también por la admiración mutua y la química. La suerte, que existe —continuó hablando—, se puede estimular, pero en esencia es incontrolable; la química va variando en los dos, y hay que rogar porque siga encajando; la admiración debe permanecer inalterable: es el cimiento y la argamasa de la relación.
Por su relato supe que Laura era un ser excepcional a sus ojos, inteligente, de convicciones firmes y una gran capacidad de ternura. Su belleza —precisó— mutó con los años, pero siempre ha estado ahí, pues no es únicamente un atributo del cuerpo.
Escalaron todos los estadios del amor, desde el pasional, arrasador, calcinante y contrariado al principio, hasta el de la madurez, ese que tiene como atributos la serenidad y la exacta comprensión de las virtudes y defectos de cada cual. El amor no tolera, acepta, que es asumir al otro término de la ecuación en condición de igual. Esta última oración, de su autoría, devela la profesión que ejerció Xavier por décadas y décadas: profesor de matemáticas en un liceo. Laura, por su parte, con estudios de sociología, se dedicó a la asistencia social y a la canalización de ayuda para los sectores más desprotegidos de la sociedad.
Laura —siguió— aún me enciende la sangre; y a ella, estoy seguro, le sucede lo mismo conmigo. Los hijos no entienden que mostremos nuestro amor en público; piensan que es ridículo que nos besemos en un cine o que nos dejemos mensajitos subidos de color en el imán del refri. Pobres —lo dice con un poco de pesar—, creen que el amor es cosa exclusiva de los jóvenes; ojalá vivan una historia parecida a la nuestra, que ha tenido, como todas, sus luces y sus sombras, pero más de las primeras.
Xavier tiene curiosidad por saber qué hago en Barcelona, si pienso quedarme por allá. Le cuento que viajé a celebrar mi cumpleaños. Una especie de fiesta de un mes que me regalé por distintas ciudades de España.
Pregunta si he renunciado a intentar nuevamente la vida en pareja. La renuncia —le digo, citando a un poeta venezolano— es el viaje de regreso del sueño. Le comento que acabo de escribir un pequeño texto sobre el tema. Él sabe, por una amiga común, que cometo poemas. Quiere escucharlo. Lo busco en el teléfono y se lo leo. Se queda callado unos segundos. Luego me pide que lo escriba en una servilleta; quiere mostrárselo a sus hijos. Yo también quisiera que lo míos lo leyeran.
las lluvias sucesivas
no me he olvidado
de escribir
sigo agregando
palabras a mi vida
a veces borro
los renglones torcidos
pero quedan marcas
que son como tatuajes
en la piel de los días
también hay versos
que se desgajan
caen a la tierra
y las lluvias sucesivas
los convierten en humus
abono para el sueño
de los otros
no me he olvidado de vivir
hoy la presentí
en el mercado
cambiamos dos o tres miradas
por encima de la gente
que escogía las frutas
nos hemos sonreído
y he vuelto a aspirar
a la belleza
Alex Fleites, poeta y periodista. La Habana.