El día de su segundo cumpleaños de santo –24 de abril–, Daymé Arocena no estaba en Cuba, sino en Londres. La capital del Reino Unido, con su aura de ciudad lluviosa y refinada, no se le antojaba el escenario adecuado para una celebración afrocubana. Sin embargo, allí estaba Daymé: sacando sus caracoles –cada uno en su bolsa–, construyendo un altar con viejas cajas de discos abandonadas, en una suerte de “hogar” que antes fue sede de Brownswood Recordings, disquera que hoy la representa.
El resto parecía sencillo. Comprar flores, dulces, arroz frito, ron, miel y tabaco. Invitar a algunos amigos, entre ellos: Gilles Peterson, dueño de Brownswood, padre adoptivo de Daymé en la urbe inglesa. A las diez de la mañana ya todo estaba listo.
Más tarde Daymé se quedaría dormida y soñaría una canción: “It’s not gonna be forever”, décimo tema de su nuevo álbum Cubafonía.
Y se le presentó tal cual aparece hoy en el fonograma. Letra y música, todo en un mismo combo. Porque Daymé Arocena compone en sueños. Tiene ese ashé: “La canción fue un regalo de cumpleaños. Es pegajosa, la gente escucha el disco entero y es la que queda. Fue eso, un regalo por el esfuerzo de haber celebrado el cumpleaños en Londres, por no haberlo pasado por alto”.
Lo onírico y lo religioso están en Daymé. Surgen sin presiones. Simplemente fluyen. Otros temas que comparten estos mismos cimientos están presentes en Cubafonía –producción discográfica lanzada el 10 de marzo último en todas las plataformas digitales, y que reúne a músicos jóvenes cubanos: Gastón Joya y Emir Santa Cruz, en los arreglos; y a Ruly Herrera, Jorge Luis Lagarza, Yaroldy Abreu, Bárbara Llanes, entre otros.
Cierta vez La Lupe se le apareció en sueños. Ese día Daymé la “había quemado muchísimo” y se durmió con ese sonido peculiar en la cabeza. La Reina del Latin Soul llegaba en forma de música y convertía a Daymé en la emisaria de “una canción que nunca fue, pero que tiene que ser ahora”. Así nació “Negra Caridad”, quinto track del álbum, un bombazo en todos los sentidos, con paralelismos y juegos de palabras, alegorías a Oshún –o, lo que es lo mismo: a Caridad–, y cargada de la herencia que le dejaron La Lupe y Nina Simone, ambas el non plus ultra para esta cantante que, después de haber sido fichada por el sello Brownswood Recordings –y luego del archiconocido boom–, sería catalogada como la nueva promesa de la música cubana.
“Con ‘Negra Caridad’ tengo un cruce, una encarnación espiritual rara. Si yo hubiese estado en mis cinco sentidos, no hubiese compuesto una canción así. Siento que me la mandaron del más allá. Es una canción que se le quedó en la inspiración a alguien y nunca se terminó. Está fuera de época y no es totalmente mía”.
Daymé Arocena puede componer dos canciones en un día o dos canciones en un mes. El ritmo de creación no depende de ella. Hay canciones que le llegan completas, de un round; otras aparecen en secuencias armónicas. En este proceso, las letras son su némesis. Ahí sufre. No se siente poeta. Se cuestiona a sí misma y sufre.
“Por eso hay canciones, como ‘Ángel’ –también de Cubafonía– en la que nunca encontré la manera de decir lo que quería, sin embargo siento que está completa. Es una canción de resignación. Cuando algo no puede ser…, cuando algo no fue”.
Y en ese momento inexplicable, sus canciones cierran ciclos, sobre todo ciclos amorosos: “Soy la amante de la vida, me enamoro y desenamoro con la misma facilidad. Luego de la catarsis, explota la bomba y caen las cenizas, es ahí cuando la música empieza a sonar en mis oídos. Y cuando terminó la canción, se cerró el ciclo, se acabó el amor”.
El día que Daymé soñó su Itá –lectura que el sacerdote religioso hace de una persona al cuarto día de recibir santo, su destino– ella despertó y lo grabó en su móvil. A la mañana siguiente ahí estaba todo: un nuevo tema, transparente desde la primera palabra hasta la última. En “La rumba me llamo yo”, Daymé Arocena canta cosas como estas: “Dice mi madre que el negro está regala’o, / que se me acerca pa’ sombra / y que no los quiere a mi la’o. / Que soy hija de la suerte, / que lo mío es natural, / que no reparta mi gloria pa’ que no me quieran mal”.
Canta cosas como estas y piensa en la gente, en qué dirán de ella luego de escuchar esa letra. “Porque nadie más feliz que yo de mi negritud, de mis etnias y de todo lo que viene conmigo. Pero en el amor, el santo dice que por más que me guste el hombre oscuro, él los aleja. El choque es muy fuerte. De ahí que la canción sea personal y ajena totalmente a cuestiones racistas”.
Pero “La rumba me llamo yo” también es un canto al azar, a la buena fortuna. Desde su religión Daymé sabe que su signo significa “Hija de la suerte”. Sabe que su nombre es “Corona”. Sabe, además, que ella mueve los hilos: “Mi cabeza me hunde y me salva”. Y con esta sapiencia emprende un viaje. Un viaje hacia el interior de Cubafonía donde “La rumba…” secunda y da continuidad al disco, porque es la canción más conectada directamente con la música folklórica.
A ella se le suman otras: “Lo que fue”, “Maybe Tomorrow”, “Cómo”, “Todo por amor”, “Valentine”, y “Mambo Na’má”, tema prácticamente onomatopéyico que se sitúa justo en el centro de la dramaturgia de la producción discográfica. Un tema que surgió en Nueva Orleans, en medio de las típicas ceremonias de la ciudad de Louis Armstrong, donde un cortejo fúnebre acompaña a sus muertos a base de himnos religiosos, rhythm and blues y jazz. En ese second line –como se le conoce al ritual– se metió una vez Daymé, cayéndole atrás a la música en vivo. Ella, que mide menos de 1.60 m, atormentada, en medio de un mar de gente, solo podía ver los pies de quienes iban a su lado. Allí sintió una extraña conexión entre aquellos pies y el mambo. “Allí me vino esa melodía que inicia el tema: ‘uhuh, uh, uh, uhuh’. Hice el link con el ritmo del mambo y ese ritmo de Nueva Orleans que sentí tan cubano.
“Porque lo que pasa entre Estados Unidos y Cuba es que la formación genética es muy similar. Es el mismo sufrimiento esclavo, son los mismos cimientos de mestizaje y, por tanto, los ritmos son muy parecidos. Hace un tiempo escuchaba a Bobby Carcassés y él decía: ‘Cuando Chano Pozo y Dizzy Gillespie se conocieron… fue amor, por eso crearon el latin jazz’. Tal vez “Mambo Na’má” es como Chano y Dizzy”.
En Cubafonía hay un paralelismo espontáneo con Nueva Era, álbum debut que a finales de 2015 se nominara dentro de los mejores 50 fonogramas del año, según la National Public Radio de Estados Unidos. Los discos inician con un canto a las deidades de la religión yoruba. Si bien Nueva Era fue un disco atípico, poco premeditado, y su primer single –“Madres”– es totalmente improvisado, lo cierto es que el folklore, como ahora en “Eleggua”, emerge desde el primer beat. El uno le canta a Oshún, diosa del mar y a Yemayá, diosa de la fertilidad, protectora de los niños y las madres; el otro rinde honores al portero de los caminos, al dios que abre o cierra todo.
“Por eso tenía que ser ‘Eleggua’ el tema que abriera Cubafonía. La analogía es meramente fortuita. Todo en la música cubana comienza desde el folklore, desde la música religiosa afrocubana. Esa es la primera visión que tiene un artista si quiere ser autóctono. Pienso, y lo digo desde el respeto, que la santería es la religión nacional cubana, por el hecho de ser la única que nació en Cuba.
“La santería que se practica en Cuba no es el yoruba de Nigeria, no es el catolicismo de España. Es el origen de lo que vino después. Por ejemplo, los toques batá son la base rítmica de todos las sonoridades cubanas, desde el son hasta el reguetón. Es increíble, pero no hay manera de desligar una cosa de la otra, por eso la música cubana suena distinto. Por eso somos distintos”.
talento cubano siga adelante.
una entrevista genial no concoia a la cantante y a traves del trabajo el lector va conociendo de su musica y de su vida. felicidades lore excelente trabajo. besitos
Te esperamos por New Orleans negrona ,eso si es Buena musica cubana,ojala te inviten el proximo ano al festival de jassaqui en Louisiana.
Me encanta, estaba haciendo falta una figura como ella en el espectro de la música cubana. Sólo un detalle para el escritor, y sin ánimo de crítica, los orishas juegan malas pasadas (como maldades) para reirse de nosotros… ¨Oshún no es la diosa del mar sino de los ríos, la sensualidad, el oro y la zalamería. La Reina del Mar es YemayᨠToda la suerte del mundo y el ashé (claro) para Dayme Arocena..