Para blancos, negros y chinos la ceiba es un árbol sagrado. Intocable. Tiene, como la palma, personalidad propia. No hay temporal, huracán ni rayo que la afecte y no se corta ni se tala sin permiso de los dioses. El que siembra una ceiba contrae con ella un compromiso de por vida, porque de ella depende su suerte, salud y desenvolvimiento. Es trono. En su fronda viven los orishas, los antepasados, los santos católicos. En la santería, el Iroko, como llaman sus creyentes a la ceiba, se identifica con Olofi y Obbatalá, con Olorum, Oloddumare y Ochanlá; es el árbol de Dios, y es la casa de Dios para los paleros. Los arará invocan en ella deidades temibles y adoradas.
Los sacrificios se le ofrendan a la ceiba dando vueltas a su alrededor, dice Natalia Bolívar en su libro Cuba: imágenes y relatos de un mundo mágico. Se realizan con un bastón adornado con cascabeles y cintas y llevando un torete y velas encendidas. Se le ofrecen gallos, patos y guanajos blancos.
Todavía en la primera mitad del siglo pasado, en la capital de la Isla, muchachas preferiblemente de clase media y alta, solían levantarse temprano una mañana y sin intercambiar palabra con nadie ni siquiera un saludo, se iban a la Catedral, tocaban la aldaba de algunas de sus puertas y, aún en total silencio, caminaban hasta El Templete, monumento que rememora la fundación de La Habana en 1519, a fin de pedir un deseo mientras daban siete vueltas en torno a la ceiba bajo la que, según la tradición, tuvieron lugar la primera misa y el primer cabildo de la villa. Todas pedían más o menos lo mismo: la vuelta de un amor perdido o que la vida les concediese el novio de sus sueños.
El Templete, construido en 1828, puede ser visitado en uno de los lados de la Plaza de Armas. El rito se ha simplificado. Ya no es necesario el bastón con cintas y cascabeles, el novillo ni los animales de pluma. Tampoco pasarse horas enteras sin pronunciar palabra.
Basta con que se den tres vueltas, en silencio, alrededor del tronco del árbol mágico mientras se formula un deseo. Una sencilla ceremonia que puede llevarse a cabo en cualquier fecha, pero que algunos prefieren acometer en ocasión del aniversario de la fundación de La Habana, el 16 de noviembre, Día de San Cristóbal, o en los minutos finales de la víspera.