Paola Guanche: La voz que hará girar tu silla

Suben las luces y una fina capa de niebla cubre el escenario. En el centro, una silueta se materializa, mientras su voz, acompañada solo por un piano, acaricia suavemente las primeras notas. En pocos segundos uno comprende que se trata de “I Will Always Love You”, pero quien canta no es Whitney Houston, tampoco Adele, ni Selena y mucho menos la gran Celia Cruz; aunque a lo largo de las distintas rondas ha interpretado canciones de cada una de ellas. Se llama Paola Guanche, tiene doce años y cuando el tema rompe de veras y ella desata todo el potencial de sus cuerdas vocales, ni a su familia, ni al público en el estudio, ni a una sola de las miles de personas que la apoyan en los Estados Unidos, Latinoamérica y Cuba, les queda la menor duda de cómo terminará este programa.

Dentro de un par de décadas, cuando los biógrafos, siempre adictos a las fechas claves, al antes y después, los puntos de inflexión, quieran marcar el inicio de la carrera de Paola Guanche, probablemente escogerán esa noche en que la cantante de origen cubano ganó la primera temporada de La Voz Kids.

Al menos eso es lo que dirán ellos. Pero el verdadero comienzo, la revelación, ese instante en que el rumbo se volvió nítido, quizás no lo conozca ni ella misma. Porque de esas cosas, si es que alguna vez ocurren, raras veces nos damos cuenta. Tal vez la necesidad de cantar empezó allá en Cancún, México, donde nació, en el momento en que escuchó el primer tema al piano tocado por su padre, el compositor cubano Orlando Guanche. O quizá fuera un poco después, a los cinco años, cuando su madre, la cantante cubana Lourdes Nuviola, le enseñó La bella del Alhambra, de la que Paola aprendió su primera canción: “Quiéreme mucho”. O acaso fue cuando escuchó un bolero cantado por su tía, Aymée Nuviola. Lo más seguro es que fuesen todas estas vivencias juntas, porque el camino del arte es eso, una búsqueda, una acumulación de descubrimientos e intuiciones.

Es sábado en la tarde y Paola se ve cansada, acaba de conceder una entrevista telefónica para una emisora de radio, tuvo una larga semana de escuela –una escuela de arte donde le enseñan canto, baile, actuación, lo que pudiera llamarse una formación completa–, y hace aproximadamente siete días estuvo en Pittsburg, en el estadio de los Steelers –un equipo de fútbol americano–, cantando el himno nacional de los Estados Unidos ante setenta mil personas. Hoy, además, planea ir a la fiesta de cumpleaños de una amiga; porque a pesar de haber elegido el que quizás sea el más duro de los caminos y de asumirlo con disciplina, aún no ha renunciado a ser niña, a divertirse, a tener amigos, a disfrutar de su familia –ese microcosmos que orbita alrededor de ella.

“La verdad es que toda mi vida, desde que era muy chiquitica, he querido estar sobre un escenario” –dice. “Al principio soñaba con ser bailarina en lugar de cantante, hasta tomé clases de baile durante un tiempo, pero cada vez que canto me doy cuenta de que en realidad eso es lo mío. Me gusta mucho bailar, pero cantar es lo que de verdad quiero hacer. Cuando canto, repaso cada canción en mi mente como si fuera una historia, me meto dentro del personaje y la vivo. No ensayo mucho los movimientos porque me gusta que salgan naturales, pero sí estudio la letra para entender lo que está diciendo y saber cómo debo interpretarla”.

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Desde que tiene cinco años ha cantado en programas de televisión con relativa frecuencia, sin haber recibido, hasta ahora, clases de canto de la manera convencional. Alguna que otra vocalización con su madre y su tía –el antiguo dúo de las Hermanas Nuviola– y algunos temas acompañando al padre al piano, nada más.

Llegó a La Voz Kids casi por casualidad, cuando un amigo del padre, que la había escuchado en el programa Sábado Gigante, les habló de un concurso de la cadena televisiva Telemundo para niños latinos que tuviesen aptitudes para el canto. Se trataba de la versión hispana de The Voice, el show que emite la NBC.

Después de varias audiciones, Paola fue elegida para participar en las rondas a ciegas, las primeras que se transmitieron por televisión. Allí, los tres coaches –Paulina Rubio, Prince Royce y Roberto Tapia– escuchaban a los concursantes de espaldas al escenario y decidían, solo por sus voces, si querían tenerlos en sus respectivos equipos.

Cuando Paola cantó “Turning Tables”, de Adele, algo pasó; fue uno de esos momentos que un filósofo grandilocuente clasificaría como trascendental y un romántico de mal gusto llamaría mágico. Mientras la niña cantaba, los tres músicos se miraban sorprendidos, sin atreverse aún a dar vuelta a sus sillas. Al otro lado de las cámaras, toda la familia aplaudía y Orlando Guanche solo lloraba. El primero en voltearse fue Tapia, unos segundos después lo harían Paulina Rubio y Prince Royce. Vieron por fin de dónde salía aquella voz, demasiado madura, casi irreal para una niña de doce años. Después se batieron entre los tres para llevársela, y fue a ella a quien tocó decidir.

“Fue raro que escogiera a Prince Royce, porque el género que él canta es diferente al mío, que es la balada. Aunque, si te fijas, está mucho más cerca que el de Paulina (pop) o el de Tapia (regional mexicano). Pero me fui con Prince Royce no solo por el género, sino por el reto. A mí las cosas fáciles no me interesan, siempre busco nuevos retos para saber de lo que soy capaz. Al final creo que tomé la decisión correcta”.

Habla despacio, tomándose su tiempo, con una seguridad a veces desconcertante. En ocasiones se ríe, se toca el pelo, pero nunca pierde el dominio de sí misma. Ahora parece dársele fácil, como si fuera su estado natural, pero unos minutos antes de cada presentación, la historia era distinta. Entonces su cerebro trabajaba a mil revoluciones por minuto: “¿Me escogerán? ¿Y si tropiezo y me caigo? ¿Y si no les gusto? ¿Me queda bien este vestido?”. Por más que intentaba controlarse, despejar la mente, pensar en algo diferente, nunca lo conseguía. Sin embargo, una vez que decían su nombre y salía…

“Era una magia increíble, yo ponía un pie en ese escenario y todos los miedos se iban. Como cuando uno se siente mal y se da un baño caliente y se relaja, así me sentía yo. Porque el escenario es mi segunda casa, es donde más segura me siento. Más aún cuando veía a tanta gente apoyándome, gritando por mí, eso me hizo sentir muy bien. Y si se me olvida la letra, pues al menos lo disfruté y eso es lo más importante”.

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“Siempre pensé que podía ganar”, asegura, “pero hubo momentos en que lo vi muy difícil, porque los otros dos finalistas, Alanis González y Alan Ponce, tenían bastantes votos y mucha gente apoyándolos. Cuando escuché mi nombre no sabía qué hacer, porque de verdad que no me lo esperaba. Una de las cosas que más me emocionó fue sentir a mis compañeros felices por mí, cuando me abrazaron y felicitaron. Aunque haya ganado, tampoco me lo tomo muy a pecho, porque al final todos somos humanos y nadie es superior a los demás”.

Aquella noche, tras conocer la votación, el público coreó su nombre y, un poco después, el de Cuba. Paola ha estado en la Isla solo una vez y era demasiado pequeña como para acordarse. Pero basta escucharla hablar con su leve acento habanero, o verla rumbear con “Químbara”, de Celia Cruz, para entender que esta niña es, ante todo, cubana. En Cuba, siguieron cada una de sus actuaciones con devoción telenovelesca, por las vías más inverosímiles y alternativas, y más de uno hubiese votado con gusto a su favor. Su abuelo materno, que imparte clases de inglés en un barrio de La Habana, dejó de llamarse Osvaldo, ahora es más conocido como “El abuelo de Paola”.

“He escuchado que desde Cuba me apoyaron mucho y quiero agradecerles a todos por eso”, comenta ella. “Yo sé que por problemas de tecnología y demás no tenían como votar desde allá, pero sentí su buena vibra desde el escenario y cada vez que cantaba los sentía conmigo, porque prácticamente fueron los que más me apoyaron. Me han mandado mensajes por Internet, mis peluqueros me contaron que desde allá escribieron cosas muy lindas para mí, han hecho llaveros con mi foto, y todo eso me hace sentir muy especial y muy querida. Quiero que sepan que yo también los quiero mucho y espero visitarlos pronto para poder ver a toda mi gente”.

Sonríe y mira afuera, los edificios, el mar, las últimas luces de la tarde. Entorna los párpados como si quisiera ver algo más allá, pero lo que observa no está delante de sus ojos, sino detrás, en el recuerdo. Apenas cuenta doce años y ya enseña esa mirada lúcida que tiene mucho de intuición y de sabiduría, una sabiduría de la que no se adquiere, sino que viene con algunas mujeres desde el principio de los tiempos.

“Yo no me quiero parecer a nadie, quiero ser una artista única y ser recordada por mi carisma, por lo que soy. Hay muchos artistas que me encantan, como mi ídolo Michael Jackson, pero hago todo lo que hago y me esfuerzo al máximo para crear un estilo único. Eso es lo que quiero hacer: marcar un sello que nadie haya marcado antes. Al final, esa es la meta de todo artista”.

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Paola, en muy poco tiempo, ha logrado aquello que muchos artistas persiguen toda la vida sin jamás llegar a acercársele siquiera. Basta una ligera entonación, poco más que un suspiro, y su voz te lleva irremediablemente consigo. Uno no solo la escucha a ella, sino también las infinitas posibilidades que abre con cada nota, la promesa de lo que pudiera llegar a ser. Tal vez la canción ni siquiera te guste, pero con ella siempre adquiere matices distintos, pues cuando canta, lo hace de la misma manera que mira al mar: con un hábito de siglos.

Por: Abel Sánchez

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