Roque Dalton nació en San Salvador el 14 de mayo de 1935. Después de un año en la Universidad de Santiago, Chile, estudió en la Universidad de San Salvador en 1956, donde ayudó a fundar el Círculo Literario Universitario.
En 1959 y 1960 lo arrestaron por incitar a estudiantes y campesinos a rebelarse contra los terratenientes, impulsado por su militancia. Lo condenaron a muerte, pero la dictadura del coronel José María Lemus fue derrocada el día antes de que se cumpliera su condena.
En 1961 sale al exilio en México, donde escribió muchos de los poemas de La ventana en el rostro (1961) y El turno del ofendido (1962).
Desde México se fue a Cuba. Allí se involucró en cuerpo y alma en la labor de Casa de las Américas, una estancia que aún hoy se recuerda por su peculiar personalidad, en la que el humor, el compromiso y la poesía iban de la mano tan naturalmente como el aire que se respira.
En 1965 regresó a El Salvador para continuar su trabajo movilizativo. Dos meses después de su llegada fue arrestado, torturado y de nuevo sentenciado a ejecución. Pero un escape de leyenda lo salvó al dañarse una de las paredes de su celda durante un terremoto.
Regresó a Cuba. Fue enviado a Praga como corresponsal de The International Review: Problemas de la paz y el socialismo. De esa experiencia saldría Taberna y otros lugares (1969), que obtuvo el premio de poesía de la Casa de las Américas. Obra de madurez, importantísima en la nueva poesía latinoamericana, caracterizada por esa manera muy suya que mezcla, indistintamente, lirismo, agudeza e irreverencia. Con ese libro Roque nos dio un testimonio imprescindible para iluminar un poco mejor, debido a ese sismógrafo que solo tienen los verdaderos poetas, el proceso conocido como Primavera de Praga, abortado por la invasión de la URSS y la mayoría de los países del Pacto de Varsovia.
En 1975 una facción del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), donde militaba, lo envolvió en acusaciones y lo condenó a muerte: lo ejecutaron vilmente el 10 de mayo de 1975. Una demostración específica de hasta dónde las disensiones pueden desnaturalizar las dinámicas interpersonales y humanas: se empieza por la retórica acusatoria, pero al final se puede terminar en el derramamiento de sangre por presunciones festinadas, por la idea de ostentar una condición de vanguardia que ellos mismos se otorgaron y por creer tener la Verdad, así con mayúsculas, en la mano.
Se le recordará siempre por su superioridad ético-moral frente a sus asesinos, aún sueltos, desde la justicia y la belleza.
Desnuda
Amo tu desnudez
porque desnuda me bebes con los poros,
como hace el agua
cuando entre sus paredes me sumerjo.
Tu desnudez derriba con su calor los límites,
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como a un niño perdido
que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas.
Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo
pasa a ser mi universo, el credo que se nutre;
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a la sombras los deseos me ladran.
Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.
El día en que te mueras te enterraré desnuda,
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.