Pode ir armando o coreto e preparando aquele feijão preto
Eu tô voltando
Põe meia dúzia de Brahma pra gelar, muda a roupa de cama
Eu tô voltando
Lá, la, la la ia la, la, ia
Quero lá, ra, ia lá, ra, ia
Porque eu tô voltando!
Tô voltando (1979, letra de Paulo Cesar Pinheiro y Mauricio Tapajos Gomes)
Luiz Inácio Lula da Silva tendrá un tercer mandato como presidente de Brasil después de ganar las elecciones más apretadas desde la redemocratización. Lo eligieron más de 60 millones de personas. El 50,90% de los votos válidos. El actual mandatario, Jair Bolsonaro, obtuvo el 49,10% de las voluntades en esta segunda vuelta. Es el primer presidente brasilero en no ser reelegido.
Sus votantes, la mitad del país, mastican la bronca de la derrota pero se contentan con ver un mapa político que deja una verdad: hay un bolsonarismo fuerte y vigoroso más allá del capitán. La otra mitad, los que visten de rojo, festejan y se desahogan. La catástrofe ya no es un destino. Y le cantan a la esperanza que, aun siendo una mala consejera, es mejor compañía que la nostalgia de aquellos días que ya fueron. Vuelve Lula y hay samba: para celebrar la victoria o maldecir la derrota. Pero siempre con música porque en Brasil el silencio es ofensivo.
El día de la votación arranca tenso. Sobredosis de información. Llegan decenas de mensajes, imágenes y videos que muestran a la policía militar haciendo retenes y detenciones tan arbitrarias como planificadas. Los uniformados detienen ómnibus de transporte público que, por orden de la justicia, trasladan gratuitamente a quien quiera votar. Todo ocurre en algunas ciudades donde Lula ganó holgadamente en el primer turno. La policía, sostén institucional de Bolsonaro, ejecuta un plan: entorpecer la votación del rival.
Los contrapesos de la democracia brasilera funcionan: Alexandre de Moraes, presidente del tribunal superior electoral, da una conferencia para despejar dudas y enfatizar certezas. La elección continúa. Tensa calma.
Aprovecho el evento para intentar hablar con algún policía. Sus opiniones me obsesionan porque su protagonismo político aumenta. En esta elección el número de candidatos de las fuerzas de seguridad aumentó un 27% en relación a 2018. Se eligieron 48 nuevos diputados policías y militares. Se autodenominan la “bancada de la bala”. Hacen de los fierros su emblema y de la “mano dura” su ley. Para ellos, el “único bandido bueno, es el bandido muerto”.
A los policías y militares hay que sumarle las milicias. Son grupos paraestatales que desde la ilegalidad cobran coimas, abastecen servicios y regulan delitos. Junto a los policías y militares, son la principal base de apoyo Bolsonaro. En Rio de Janeiro controlan la mitad del territorio metropolitano. Allí nació y se consolidó el actual presidente. Qué hacer con estos grupos que no paran de crecer será uno de los principales desafíos del próximo gobierno.
Si consideramos que el 50% del electorado decía que no iba a votar de ningún modo a Bolsonaro y le agregamos la ola de votos castigo que acecha a los oficialismos, parecía que Lula, para ganar, solo debía caminar sin tropiezos. Pero la primera vuelta demostró la fuerza de Bolsonaro y su base. Por ello, para este segundo turno, la campaña de Lula cambió. Y ahí hubo aciertos. Sobre todo en la comunicación.
La periodista argentina Mariana Moyano ya explicó cómo Lula entendió el lenguaje digital. No es poca cosa para hacerle frente a un candidato que le lleva millones de seguidores de ventaja. El Twitter del ex sindicalista contaba 5,6 millones de seguidores, el del ex militar llegaba a 9, 7. En Instagram la diferencia es peor: 10, 5 millones contra 24, 6. No hablamos solo de números. Describimos audiencias, propagadores y formadores de sentido común. Y mucho de ello macerado al calor de las más bajas fake news.
Para esta segunda vuelta el equipo de Lula no solo aumentó presencia y multiplicó contenidos. También entró al barro: refutó lo falso y pegó bajo. Explicó, por ejemplo, porqué no iba a legalizar el aborto o despenalizar las drogas. Dos “pecados” imperdonables para esta sociedad brasilera que por momentos roza la teocracia. Hasta desmintió sus irrisorias vinculaciones con el crimen organizado y sus supuestos pactos con…”el diablo”. También atacó: insinuó pedofilia en Bolsonaro, denunció corrupción y hasta desempolvó archivos del actual presidente donde se pronunciaba a favor de las “pastillas que interrumpen el embarazo”
Claudia tiene una risa generosa y contagiosa. Nos reímos a dúo mientras esperamos el cierre de la votación. Viste una pollera negra y larga con una blusa blanca de flores rojas. Tanta ropa en el calor de Rio de Janeiro solo puede significar una cosa: moda evangélica. También es ama de casa. Vive en el municipio de Sao João de Meriti, a un poco menos de 40 kilómetros de las postales turísticas de Copacabana o Ipanema. Todos los días viaja más de 3 horas para ir y volver de las casas que ordena y limpia. No sé su edad. Sí sé que es viuda, tiene dos hijos y es un lindo caso de “vira voto”, es decir, quien cambió de candidato entre el primer y segundo turno.
Dudé de mi voto hasta el último minuto. Toda mi familia es Lula pero mi mamá y mi iglesia son Bolsonaro. Por un lado pienso que en el gobierno de Lula se robó. Pero también en el de Bolsonaro ¿Cómo hizo Bolsonaro y su familia para comprar 51 inmuebles con efectivo? Yo sé de la vida de Lula. Él por lo menos viene de abajo y va a cuidar más de los más necesitados.
Claudia nos recuerda algo vital. Claro que para ganar elecciones hay que actualizarse en las últimas teorías de la comunicación, los avances tecnológicos y la más refinada sociología electoral. Pero si todo eso no se corporiza en un candidato que genere identificación, estamos frente a una batalla que nace perdida. Las biografías importan. Y Lula es un auténtico hijo de Brasil.
La campaña de Lula no solo amplió audiencias, también las diversificó al tiempo que las segmentaba. El futuro presidente de Brasil le habló de manera directa, por ejemplo, a dos sectores que mayoritariamente le dan la espalda. En la “Carta ao povo brasileiro 2.0” trazó puentes con “los mercados”. Prometió “combinar responsabilidad fiscal, responsabilidad social y desarrollo sustentable…siguiendo las tendencias de las principales economías del mundo”.
El otro gesto es la “Carta Pública ao Povo Evangélico”. Sobre ella habló con Cosme Felipe, un pastor pentecostal de la iglesia “Assambleia de Deus” ubicada en el morro de la Providencia, la primera favela de Brasil localizada a metros de la estación central de Rio de Janeiro. A él lo fui a buscar previo acuerdo. Quería oír una voz evangélica que, aunque no sea representativa, sin duda es significativa.
Mientras los músicos prueban el sonido de una rueda de samba que todavía no es, Cosme me habla fuerte para sobreponerse, inútilmente, a las motos que suben y bajan por las estrechas calles de la favela más antigua de Brasil. Cuando una comunidad está en paz lo que abunda es ruido. El silencio, por el contrario, es peligro.
Cosme es nacido y criado en la Providencia. Además de divulgar la palabra de dios, tiene un proyecto turístico titulado “role dos favelados” donde cuenta y muestra la historia del morro. Y a diferencia de lo que se dice sobre su comunidad religiosa, él es de izquierda, afiliado al PT y ex compañero de militancia de Marielle Franco, la concejala carioca asesinada a balazos en 2018 por milicianos ligados a Bolsonaro.
Remarca una y otra vez que el “mundo evangélico” es heterogéneo. Que hay algunos líderes con mucho dinero y fama que están con Bolsonaro pero que otros no, por varios motivos:
– Nunca vi a Lula haciendo política en medio de un culto. Se acerca a líderes, escribe cartas pero siempre respetó el culto. Bolsonaro no. Lo hizo en muchas iglesias que abrieron sus puertas y eso es grave. Y además difundió el miedo. Una especie de asedio religioso para los hermanos que estaban con él.
– ¿Y qué piensas de la carta de Lula al pueblo Evangélico?
– Algo lógico, porque la palabra de dios tiene mucho más que ver con lo que propone Lula que con lo que propone Bolsonaro. Pensar en los pobres, combatir el hambre, resolver el tema de la vivienda. No estoy hablando de cuestiones identitarias sino económicas. Y otra cosa. Bolsonaro se separó de muchas mujeres que están vivas. Lula enviudó dos veces, él nunca abandonó a sus mujeres vivas. Bolsonaro sí. Entonces cuando él me habla de familia ¿de qué familia me está hablando?
Los desafíos para Lula son gigantes. El primero tiene que ver con el “tercer turno”: la transición que va desde hoy hasta su asunción el 1 de enero. Hasta el momento de cerrar esta nota Bolsonaro no reconoció su derrota. Por suerte, el presidente de la cámara Arthur Lira, algunos gobernadores de peso recién electos y las autoridades del tribunal superior electoral han legitimado la voz de las urnas.
Ya en el gobierno, Lula empezará una gestión cuesta arriba. Hereda un alto desempleo, inflación en alza y hambre creciente. Para combatirla deberá, en primer lugar, garantizar la continuidad del “Auxilio Brasil” (ex bolsa familia) que hoy es de 600 reales y está prorrogado hasta diciembre. En segundo lugar, se espera que aumente el salario mínimo. Medida que Bolsonaro nunca tomó. Finalmente, habrá que ver si vuelven una serie de programas sociales –Minha casa, minha vida; Farmacias populares; Programa Nacional de Alimentação Escolar (PNAE); entre otros– que buscan crecer y distribuir.
No obstante, hay una dificultad no menor: la enmienda constitucional del “techo de gasto”. La (EC)95 fue promulgada por el congreso en 2016 durante el gobierno de Michel Temer. Esta ley limita seriamente la política fiscal del gobierno ya que establece que el gasto público no puede aumentar más que la inflación hasta el 2036, con una revisión prevista para el 2026.
En el terreno político Lula deberá lidiar con una oposición que gobierna 14 estados —el PT y sus aliados tienen 12—; que es la primera minoría en diputados y senadores; que está encolumnada atrás de un líder popular, con votos, poder de movilización y apoyo de importantes instituciones como las fuerzas de seguridad; y que cuenta con una maquinaria digital que de no compensarse o neutralizarse seguramente buscará herir y mucho.
Lula tiene una mayoría por construir. Deberá beber varios cafés. Principalmente con los varones del “Centrão” ese batido de partidos políticos menores que hacen de su plasticidad ideológica su principal capital político.
Lula, también deberá bajar los decibeles de confrontación en un país profundamente polarizado. Donde la violencia armada —principalmente por parte de las fuerzas de seguridad, milicias, grupos informales ligados al agro o la minería— cada vez encuentran más en la pólvora una vía para imponer sus voluntades o aterrorizar poblaciones.
Las ventajas son obvias. Experiencia, trayectoria y nombre de peso. No cualquiera pasó por lo que vivió Lula. Y ya demostró ser ajedrecista de partida múltiple. Sumemos el apoyo internacional. La mayoría de la comunidad global ve sensatez en el cambio de gobierno.
Son casi las 20hs. 100% de las mesas escrutadas. La certeza de lo irreversible ahora es desahogo. En el centro de Rio de Janeiro hay una marea roja que baila, se besa, se abraza y llora. Muchas lágrimas. Todas y todos son conscientes de los peligros y desafíos que asoman por el horizonte. Pero el alivio y la esperanza son irreprimibles. Después de tanta sal en las heridas, algo comienza a cicatrizar.
Es común, escuchar o leer, que en Brasil hay una sociedad cuya vida política es de baja intensidad. Poca movilización en los actos, apatía sobre la cuestión pública, débiles partidos políticos y ausencia de “próceres” históricos para homenajear. Inclusive, se ha dicho, que las grandes transformaciones del país tienen más que ver con pactos de las élites y menos con presiones ejercidas de abajo hacia arriba.
Falso. La política brasilera vive en su cultura popular. En los estadios de fútbol y las rondas de samba; en los templos evangélicos y los patios de candomblé; en las orquestas de carnaval y los bares de barrio; en las ollas repletas de “feijoada” y sus caóticas ferias. La política brasilera es profundamente colorida, festiva y colectiva. Viva.
Si para entender Brasil hay que caminar sus calles. Para entender la importancia de la victoria de Lula hay que hacer lo que el samba enseña: cocinar frijoles negros, abrir unas cervezas frescas y calentar las brasas para el asado. Porque Lula volvió.