Javier Matías Darroux Mijalchuk tenía la intuición de que sus padres biológicos habían desaparecido víctimas de la dictadura militar argentina, pero no se decidió a que le tomasen pruebas de ADN hasta cumplidos casi 30 años, cuando su compañera de vida y dos amigos siguieron persuadiéndolo sobre la importancia de someterse a exámenes que corroboraran su identidad.
“A fines de 2006 entendí mi egoísmo. Si no era importante para mí, o eso creía en ese momento, tenía que ser consiente que del otro lado podían estar buscándome, así que tomé la decisión de dejar mi muestra de ADN”, dijo ayer jueves ante una sala desbordada de periodistas e invitados a la conferencia de prensa organizada por Abuelas de Plaza de Mayo, en su sede.
Javier Matías tiene 41 años y siempre estuvo consciente de no ser hijo de quienes lo habían criado. En su expediente de adopción consigna que la noche del 27 de diciembre de 1977 una mujer lo había encontrado apenas a tres cuadras de otro de los más notorios centros clandestinos de detención y tortura de la dictadura en la Ciudad de Buenos Aires, la ESMA. Tenía solo cuatro meses de nacido.
Lo que no estuvo a su alcance hasta después de octubre de 2018 fue que, muy cerca del lugar donde fuera encontrado, Elena Mijalchuk, su verdadera madre, había sido avistada por última vez esa misma madrugada llevándolo a él en brazos.
Elena, una contadora pública graduada en la Universidad de Morón, recibió por teléfono y carta indicaciones de su esposo Juan Manuel Darroux, secuestrado desde principios de diciembre de 1977, para que se encontrara con unos compañeros suyos. Logró convencer a la familia para que la llevasen al lugar de la cita en la localidad de Núñez. Fue allí donde se le vio por última vez con el bebé.
Los retratos de Elena y Juan Manuel estuvieron tras Javier Matías todo el tiempo de la conferencia y no se duda de la conexión, pese a la poca edad de ellos entonces en comparación con este hombre de ahora.
Javier Matías tiene 41 años y su vida comienza otra vez, o está comenzando, porque es un largo rompecabezas que se armará lentamente y no acabará todavía, porque, entre otras cosas, su madre al desaparecer estaba otra vez embarazada.
Con él Abuelas de Plaza de Mayo han recuperado 130 hijos de desaparecidos. Está sentado en una mesa entre Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas y Roberto Mijalchuk, su tío biológico.
El anuncio de la recuperación fue hecho público el lunes 10 de junio. Desde entonces, se aguardaba por su historia, que solo se supo tres días después, a la una de la tarde, hora en que las abuelas se abrieron paso entre la muchedumbre para apostarse en la mesa desde la cual fue dada a conocer la novedad.
“Una buena noticia le ha caído a la sociedad”, dijo Estela de Carlotto antes de leer el informe que explica cómo a finales de los 80, las familias Mijalchuk y Darroux solicitaron a la justicia la presunción de fallecimiento de sus hijos.
Pero no fue hasta mayo de 1999 que Roberto Mijalchuk denunció la desaparición de su hermana embarazada, así como la de su cuñado y sobrino. De ese modo se abrió un nuevo legajo de una mujer embarazada desaparecida en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) y otros en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP).
Roberto dejó un número de teléfono como contacto y desde entonces ha mantenido la línea a la espera de recibir alguna noticia. Por eso, el primer agradecimiento del joven Javier Matías ha sido para su tío.
“Si a alguien debía agradecerle primero es a él, dijo: “Durante cuarenta años nunca bajó los brazos, ni perdió las esperanzas manteniendo el mismo número de teléfono.”
Y fue tanta la emoción de Roberto Mijalchuk cuando la CONADI le dio la noticia, que no pudo aguantarse y por ese mismo teléfono se puso en comunicación con el sobrino desconocido.
“Estuvimos hablando por una hora”, dijo Javier Matías.
Ahora los dos están juntos, emocionados, felices por recuperar una parte del pasado, aunque también les sobran las tristezas. Como aseguró Roberto, no es solo celebración, sino también duelo. Aún siguen desaparecidos sus familiares, como los de tantos otros, unos muertos y otros vivos; los muertos en el mar o en alguna parte de la tierra, los vivos, bajo otra identidad.