Un recorrido aleatorio por la Caracas de hoy muestra una ciudad caribeña con sus idas y vueltas habituales: a veces menesterosa y por tanto insegura, magullada pero colorida, desigual pero orgullosa, considerablemente bulliciosa en el día y extremadamente oscura y silenciosa en la noche.
Lo que no es visible es el rastro de una urbe sumergida en la guerra. Sin embargo, lo que sí hierve en la ciudad son las bocas. Cada individuo tiene algo que decir a propósito de lo que pasa y, lo mejor, lo dice, lo grita, sin aspavientos, sin pelos en la lengua, en una esquina del centro, en cualquier estación de metro, en un café, algunos irresponsablemente, otros con discreción, algunos poseídos, mientras otros se entregan a la profundidad analítica propia de los expertos.
En suma, cada discurso, soflama, opinión aislada, permanece sin posibilidad de sublimación ni examen, porque todo el mundo permanece pendiente de las masas, las protestas, las concentraciones, los líderes y no se detiene pensar cómo lo viven y qué esperan los venezolanos. Básicamente lo que hace el país hoy por hoy no es resistir el embate de algo –o alguien– sino más bien esperar a que pase algo extraordinario, que remueva la tierra y los ponga a hablar de otras cosas, algo que les permita experimentar otra confusión, otro cansancio.
I. La basura
Sami Briceño. 29 años.
Plaza Venezuela. Caracas. Lunes.17:43 pm.
La basura es chavista. Así dicen. O mejor: así nos dicen desde el 2 de febrero de 1999. Cuando ellos se dieron cuenta de que Chávez empezó a dejar de ser un individuo y a convertirse en un pueblo. Van a ser 20 años. Para ellos todo este proceso se ha convertido en una calle sin retorno. Y tienen razón, los pobres. Porque los verdaderos pobres de este país son ellos. Nosotros no. Nosotros somos hombres y mujeres de la tierra. A mí me gusta que piensen eso de la calle sin retorno. La idea de un lugar o un espacio en el que no se puede retroceder: solo avanzar. Y ese avance supone un extravío. Un extravío en la historia. Ese es el progreso, el verdadero, ¿no? Ir y mirar hacia adelante y no para atrás; y no porque para atrás asusten. No. Ni el miedo ni el pasado nos pertenecen, ¿por qué tenemos que mirarlos? Nosotros vamos tranquilos. Iluminados. Apestamos, sí, eso es cierto. Pero nuestro hedor es a paz, a solidaridad, a igualdad. Lo que más le duele a esos venezolanos que se oponen a nuestra patria es que ni el presente ni el futuro les pertenecen.
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Rodolfo González. 49 años.
Estación de metro Los Símbolos. Caracas. Lunes. 19:21 pm.
Lo que ellos quieren es un país reunido. En eso coincidimos plenamente. Ellos también desean un país entero, íntegro. ¿Cómo oponerse a algo así? En lo que nos alejamos total y radicalmente es en esa idea de dar la bienvenida a los extranjeros para que nos digan qué tenemos que hacer y cómo lo tenemos que hacer. ¡Que vengan! Sí. Pero no a gobernarnos, ni a llevarse lo nuestro. Venezuela es un país para compartir la alegría, el sabor, los paisajes, pero no para saquear. Lo único que tenemos es nuestros recursos y parece ser que eso no solo molesta a muchos venezolanos, sino a mucha gente de afuera que nada tiene que ver con nosotros. Mira cómo está Colombia: espantada y prácticamente invadida por ya-sabemos-quién. Mira cómo está Argentina: absolutamente asfixiada. Y espera un rato para ver cómo es que se va a poner Brasil. ¿Hablamos de Chile? ¿De Perú? El sometimiento y la inmovilidad son las cartas medulares del capitalismo y el pueblo venezolano es activo, soberano. Este es un tema de respeto y reciprocidad: nosotros los hemos escuchado y ellos lo único que hacen es insultarnos. Nos consideran poca cosa. Nada, quizás. Pero esa nada es suprema y es la que manda. Les pregunto una cosa: ¿Quieren un país? Sentémonos a dialogar. Pero no. Huyen. Temen. Se inventan presidentes. Uno los ve lloriqueando en cada esquina. Solo quejas y quejas. Eso es lo que el organigrama imperial les metió en la cabeza: con el enemigo nada. O bueno, sí: solo provocación y violencia. Y nosotros no somos enemigos de nadie, ni provocadores, ni violentos: somos pueblo. PU-E-BLO ¿Entiendes?
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Ernesto Bazo. 34 años.
Barrio Santa Mónica. Caracas. Lunes. 20:26 pm.
¿Qué es lo que piensan afuera? Que esto es una guerra insalvable. ¿No es verdad? Que acá la gente se muere de hambre, que te matan por medio pan, que no hay trabajo, que el gobierno te persigue por todo, que nos tienen manipulados. Lo sé porque yo aquí, en mi teléfono, de vez en cuando echo un vistazo a los diarios de afuera y todo es tan diferente a la realidad. Yo soy crítico y no solo como lo que me sirve Telesur. No te voy a negar que las cosas no exponen su mejor cara, que sí hay caos, inseguridad, etcétera, pero vamos, chamo: ¿No es así Latinoamérica? Es que nosotros no somos europeos, ni árabes, ni chinos. Somos de acá. Del trópico. Nuestra sangre es caliente. Es evidente que hay una campaña internacional de desprestigio en contra de Venezuela. ¿Por qué si nosotros lo único que queremos es vivir tranquilos? Nosotros no salimos a decirle a Inglaterra que es un país de tontos por haber votado positivamente al Brexit, ni cerramos nuestras oficinas allá, ni amenazamos, ni nada. Eso es problema de ellos. ¿No? Ahora te digo una cosa: ¿A quién se le ocurre que una persona que se para en una plaza, con seis o siete cámaras encima, y se autoproclama presidente, es, efectivamente, el presidente? No hermano. Eso no es democracia. Definitivamente no. Acá hubo elecciones y como el resultado no convino a no sé quién entonces armaron toda este disparate. Esto parece un cuento fantástico. Retorcido. Y lo más interesante de toda esta pompa es que la gente, sin saber quién carajos es esa nueva marioneta, se baja los pantalones, como si fuera un salvador. Acá nadie necesita ser salvado. Lo que tenemos que hacer es trabajar. Esa es la única salvación.
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Liliana Cadenas. 22 años.
Ciudad Universitaria. Caracas. Martes. 10:11 am.
A veces me duele pensar que lo único que nos une como país es la palabra Venezuela. Todo está muy contrariado. No obstante, por esa única palabra valdría la pena reaprender a hablar otra vez y desde el principio. Acá no hay una dictadura. Básicamente lo que la oposición plantea es, justamente, el establecimiento de una. ¿Cuál? La del dinero y la desigualdad. Este proyecto social y político es inclusivo y el que ellos traen entre las manos es absolutamente excluyente. No te voy a hablar de lo que el gobierno da o quita. Ni de Chávez ni Maduro. Pero sí te puedo decir muchas cosas a propósito de lo que todos estos símbolos representan para tanta gente pobre que de otra manera no tendría ni la más mínima oportunidad de ser. El problema de este país es que nadie escucha a nadie, porque la división se nos subió a la cabeza y vemos hostilidad en todas partes. Tenemos que reforzar la dulzura del nosotros y dejar de lado ese escuálido ellos. De cualquier manera, resistimos: si los escuálidos, que son ellos, nos siguen llamando basura, a nosotros no nos queda más que seguir intentando impregnarlos con nuestra fétida felicidad. No, mentiras: nuestra alegre felicidad.
II. Los escuálidos
Juan Molino. 48 años.
Chacaíto. Caracas. Martes 12:28 pm.
A ver. Vamos por partes. Esto es una dictadura. ¿Cómo se te ocurre a ti que el sueldo que tanto trabajas te alcance apenas para dos cartones de huevos y, si cuentas con suerte, una Mavesa (mantequilla)? Nos controlan de esa forma. Dictadura viene de dictar y dictar es, según Wikipedia (saca su teléfono):“1. Decir algo en voz alta para que alguien, al mismo tiempo, lo vaya escribiendo, generalmente haciendo las pausas necesarias o convenientes. 2. Pronunciar o dar a conocer una nueva norma, una sentencia, una ley, un fallo, una resolución, etc.” Es sencillo: todo en Venezuela es una imposición. Esto ya dejó de ser triste para convertirse en una fatalidad. Durante mucho tiempo fuimos un país rico. Rico así: a secas. Y vienen estos mequetrefes y se fiestean todo con el discursito ese de la igualdad, cuando ellos mismos ignoran la realidad. Mira al Maduro ese con su bigote perfecto y sus trajes y relojes finos. Por lo menos a Chávez se le veía en las calles, los hospitales, las escuelas, empapado del pueblo ¿me entiendes? Yo nunca he sido chavista, Dios me libre de la basura, pero la verdad es que eso que llaman revolución bolivariana se murió el día en que él se fue. En serio, ese tipo nos embrolló a todos y empezó a dictarnos las líneas de un país inviable, no por sí mismo, sino por contexto mundial. Es decir, mientras el mundo va hacia Marte, Venezuela se empeña en irse al Sol, a calcinarse, a desaparecer. Necesitamos una nueva alternativa y, nos guste o no, tenemos que agarrarnos a la imagen que nos la brinde.
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María Ángeles. 37 años.
Plaza Venezuela. Caracas. Martes. 14:51 pm.
Tengo tres hijos y no quiero un país que no les permita decidir. Amo este país tanto como los amo a ellos y lo último que quiero es irme o que ellos se vayan, pero parece ser que si esto sigue así, será la única salida posible. Por otro lado, eso de no poder caminar tranquila me hace mucho ruido. Que te roben, que te maten, que te violen. Como mujer y madre todo este contexto es tres veces más difícil de sobrellevar. Esto que vivimos diariamente dejó hace un par de años de ser un simple estado de excepción para convertirse en lo que realmente es: un estado de sitio. ¿En quién confías? ¿En la policía? ¿En los militares? Nada. Si ellos mismos reproducen toda esa bazofia para garantizarse un espacio en el juego del poder. ¿En quién confías? ¿En la gente? ¿En el pobre, en el rico? Nada. Si ellos están rebuscando igual que tú y si ven la posibilidad de irse en contra tuyo no dudarán en hacerlo. En Venezuela no hay una guerra con bombas y tanques, pero hay una guerra que no asesina en términos formales, pero que sí mata en términos reales: la guerra es económica, básicamente por el pan. Si nada te alcanza tienes que buscar las formas para resolver. Todo el mundo lo sabe y tiene miedo. Yo apoyo a Guaidó y a todos lo que lo apoyan por la sencilla razón de que entre tanta gente él es el único que ha querido poner el pecho a esta injusticia. Cualquier cosa diferente al chavismo va a servir más a Venezuela, eso puedo asegurártelo.
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Gustavo Rogers. 27 años.
Chacao. Caracas. Martes. 16:40 pm.
Nadie nos ha dicho que no hay esperanza. Todo se puede cambiar. Por eso no me he ido. Mi hermana está en Chile, con su marido y su hija. Mi padre está en México. Tengo dos amigos en Argentina y otro en España. Yo siento que abandonaron. Pero no puedo juzgarlos. Estoy seguro de que apenas todo esto se solucione volverán. Yo he podido irme, tengo cómo, pero un día sentí que hacerlo era dejar que el barco se hundiera. Para mí el amor no es un simple sentimiento y, para que sea real, hay que mezclarlo con acción. Yo adoro este país y por eso actúo por él. No estoy cruzado de brazos viendo cómo todo se pudre. Marcho no en contra de alguien, sino en favor del cambio, por la reconciliación y, aunque no me gusta mucho la idea de que otros países se metan en los asuntos de Venezuela, creo que esa presión servirá para poder erradicar el daño y la mentira en la que estamos sumergidos. Hay una canción de Desorden Público, la banda de ska más importante de este país que se llama “Los que se quedan, los que se van”, el tema fue lanzado a principios de 2016 y por esa época yo estaba en esa disyuntiva de si irme o quedarme y, después de prácticamente hacer de su letra un himno personal, resolví no hacerlo, más que nada porque ¿para qué me voy si algún día tendré que volver? Mejor me ahorro todo eso y cumplo con mi rol de ciudadano afrontando lo que también es mío, quiéralo o no: la realidad de Venezuela.
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Estefanía Amaíz. 18 años.
Estación de metro La Bandera. Caracas. Martes. 18:06 pm.
El 1ro de diciembre cumplí 18 años y mis padres, ambos chavistas, me dijeron un montón de cosas sobre la responsabilidad de ser una ciudadana y de seguir reproduciendo los bastiones de la democracia revolucionaria. Esas fueron las palabras que usaron. A mí me dio mucha risa. Ellos me preguntaron que por qué me reía y yo solo les dije que no podía creer que ellos, siendo así de trabajadores como son, y percibiendo un sueldo miserable del cual se quejan todos los días porque no alcanza para nada, que ellos que me quieren tanto a mí y a mi hermano prácticamente nos tienen locos con el cuento de la inseguridad, que ellos, que llevan varios años sin poder ir a ver a sus familias en el estado de Táchira, todo porque no hay plata, porque tienen miedo, sigan creyendo que toda esa basura tiene sentido. Mi mamá me abofeteó. La verdad me entristecí, no tanto por el golpe, sino por la miseria mental en la que andan embutidos, y por eso ahora, que puedo hacer y deshacer por mí misma, apoyo todo lo que sea cambio y, si esto no cambia, pues simple: armo mis maletas y me voy. En mi proyecto de vida no está contemplado ser esclava de nadie: ni de un país que no va para ningún lado ni de unos padres que no pueden o no saben pensar por sí mismos. No sé. Colombia sería una opción.
III. La medianía
Joven de unos veinticinco años habla por teléfono en el metro de Caracas. Lunes. 19:32 pm.
Lleva puesta una camiseta que dice “Cerere” y, debajo, la inscripción “Since 1975”. Alguien diría a quien escribe que “Cerere” es una “vieja zapatería”.
Todos lo escuchan y él, al percatarse, sube el tono de la voz:
Si ahora tenemos dos presidentes y tenemos que costearlos me gustaría proponer en cualquier plaza, en cualquier esquina, que todos los venezolanos tengamos dos sueldos. Es lo más natural, ¿no? Con tanta mierda y nosotros manteniendo esa vagancia. Menos mal que los gringos no demoran en venir a acabar con todo esto. Qué más da, si todo va a seguir igual.
La gente se mira. Nadie dice nada.
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Esteban Guacarán. 31 años.
Ciudad Universitaria. Martes. 10:43 am.
Lo mejor que le puede pasar a Venezuela es extinguirse, irse por el caño y, en esta medida, este hermoso país va por buen camino. Mira panita: ¿Quién puede solucionar esto que ya no es crisis, ni trauma, ni enfermedad, sino puro vicio? Acá a la gente le gusta esto: Que sí, que hay pobres buenos que no conocen más que el sufrimiento, que hay ricos malos que lo único que saben hacer es gozar, que hay drogadictos y ladrones y putas y curas y hermanitas de la caridad que no matan ni una hormiga. Que hay indígenas y campesinos y abogados y artistas talentosos y desertores. ¿A quién le importa? A nadie. Acá, como en todo el mundo, la gente va por lo suyo y eso, te pregunto ¿por qué no es legítimo? Somos individuos. Eso de que caminemos juntos hacia un mejor país, desde el chavismo o desde la oposición o desde el satanismo, no sirve para nada, sino únicamente para fracasar. Pana, grábate esto: La verdadera movilidad humana siempre yace debajo de las moscas. Chávez, Maduro, Guaidó, López, Trump, Putin, Uribe. Todo es lo mismo.
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Jacqueline Barinas. 42 años.
Plaza Venezuela. Martes. 15:16 pm.
La verdad todo esto me tiene sin cuidado. Llevaba viviendo once años en España y tengo la ciudadanía. Volví el año pasado porque mi madre tiene cáncer y, para serte sincera, lo inevitable está cerca y, una vez suceda, me devuelvo para Sevilla. Sí soy venezolana pero hace mucho dejé de creer en esas boberías de la patria y la unidad y el cambio. Bajo uno u otro nombre siempre he visto este país igual. Pareciera que el choque, el desorden, la ignorancia y la violencia fueran parte de la idiosincrasia nacional. Date cuenta nada más todo el escándalo internacional que se lleva formando desde hace más de diez años. Yo no sé qué es lo que buscan, si es que en el fondo desean que vengan otros a solucionar lo que pasa acá, como pasó en Afganistán, o si por el contrario quieren generar una guerra civil y que todos se maten con todos. No sé. Ahora, hay que ver cómo se comportan afuera todas esas personas que se han ido, porque si pretenden hacer lo que hacían en Venezuela nadie los va a aguantar.
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Juan Pacheco. 69 años.
Barrio Santa Mónica. Martes. 18:57 pm.
Todo está condenado a la desaparición. Tú porque eres joven no lo entiendes. Pero ya llegará el día. Fui comunista y vi cómo todo se perdió con la caída del muro de Berlín. Viví en Cuba en los años 70 y presencié cómo todo ese sueño de fraternidad e igualdad empezó a mutar. Me desencanté totalmente. Entonces llegué a la conclusión de que uno tiene que pensar en vivir para uno. Siguiendo esa máxima en los ochentas me fui para Estados Unidos a ver cómo era eso del sueño americano. Me fue bien, no me puedo quejar, pero esa gente allá es muy racista. Hice un pequeño capital en varios años de trabajo y me devolví a Venezuela. Todo estaba bien, o eso creíamos, y mira en lo que estamos ahora. Ya estoy próximo a morirme y mi lucha es la de sobrevivir, por ahora, un año más, después la lucha será un mes y después el día y así. De verdad un día te acordarás de mí: no te mates luchando por cosas que no tienen sentido. El comunismo y el capitalismo persiguen lo mismo pero de diferente manera: dominarte, esclavizarte, ponerte al servicio de sus intereses.