1. La era de la guerra comercial con Estados Unidos
Una de las palabras más usadas por Donald Trump en sus discursos públicos es “China”. Su llegada al poder ha intensificado la guerra comercial entre ambos países, sobre todo porque ahora se habla públicamente de ella.
Xi Xinping, por otra parte, ha sido mucho más agresivo en política exterior que cualquiera de sus predecesores. No solamente frente a Estados Unidos, también en lo relativo a Taiwán, el Tibet o el Mar del Sur. Sin embargo, evitó traducir esa agresividad en acciones bélicas reales: siempre evitó, por ejemplo, en tanto sponsor principal de Corea del Norte, que las locuras de Kim Jong Un devinieran en una reanudación de la guerra de Corea.
2. La era post-explosión
En los últimos cuarenta años, China ha acumulado una larga lista de logros. Entre 1978 y 2013 su economía creció aproximadamente un 10 por ciento al año, lo que impulsó el ingreso promedio de su población.
Este crecimiento ha sacado de la pobreza a unas 800 millones de personas. China también ha reducido su tasa de mortalidad infantil en un 85 por ciento y ha aumentado la esperanza de vida de los niños que hoy tienen 11 años. Esa etapa exitosa ahora da lugar a una nueva era en la que se juega lo más importante: revalidar los logros.
La expansión comercial de China en África ha bajado levemente su intensidad en los últimos años, y su influencia en América Latina está puesta en duda con la nueva ola de gobiernos de derecha en la región. En Nicaragua, por ejemplo, el proyecto de un canal interoceánico se está desmoronando de la mano de la crisis del gobierno de Daniel Ortega y en Argentina las bases militares que emplazó en la Patagonia comenzaron a ser vigiladas por Estados Unidos desde que llegó Mauricio Macri.
China está reformulando planes de cara a su influencia global.
3. La era post-Deng Xiaoping
Los éxitos económicos fueron llevados a cabo por un gobierno muy represivo a nivel político (con la Masacre de Tiamamen como máximo emblema). Durante aproximadamente treinta y cinco años, desde la muerte de Mao y el lanzamiento de las reformas de Deng Xiaoping a finales de los años 70 hasta la toma de posesión de Xi Jinping en 2012, China ha tenido una especie de comunismo de mercado.
Si bien sigue siendo oficialmente comunista, el país ha adoptado muchos aspectos de la economía de mercado y varias otras reformas liberales. En lo institucional, Deng Xiaoping distribuyó el poder. En lugar de dejar la autoridad suprema en manos de una persona, la repartió entre el Secretario General del Partido Comunista (que obtiene el título de presidente), el Primer ministro y el politburó. Esperaba que este sistema asegurara que nadie pudiera ejercer el tipo de control que Mao tenía sobre el país. Pero en 2012 todo cambió.
4. La era en la que Xi Xinping está concentrando todo
Desde que asumió el cargo en 2012, en nombre de la lucha contra la corrupción Xi Xinping despidió a un gran número de importantes figuras de poder. Hasta a Meng Hongwei, el presidente chino de Interpol, fue detenido abruptamente este otoño. En los últimos seis años, más de 170 líderes, incluidos ministros y diputados, han sido despedidos (y en su mayoría encarcelados).
El destino de Meng Hongwei, como el de Bo Xilai –el poderoso líder del Partido Comunista de Chongqing derrocado en 2012– muestra que nadie está a salvo de las purgas de Xi.
El presidente también ha fortalecido su poder al otorgarse un mandato ilimitado y negarse a nombrar un sucesor –como lo habían hecho sus antecesores– a mediano plazo. También incluyó el “pensamiento Xi Jinping” en la constitución (un honor compartido solo por Mao y Deng Xiaoping), aseguró el control directo de las fuerzas armadas y se convirtió en el “presidente de todos“.
5. La era de las consecuencias de la concentración de poder
Una ventaja de la China previa a Xi Jinping era la forma en que, relativamente, se alentaba a las autoridades locales (a nivel de aldea, condado o provincia) a experimentar y tomar iniciativas, desde la construcción de mercados libres hasta dar permisos para poseer tierras. Este sistema ha permitido a Beijing evitar errores como los cometidos durante el Gran Salto Adelante de 1958-1962, cuando los planificadores centrales insistieron en que los campesinos tibetanos deberían plantar trigo.
Ahora, como estima Sebastian Heilmann, de la Universidad de Trier en Alemania, el número de iniciativas provinciales ha bajado de 500 en 2010 a alrededor de setenta en 2016. En su lugar, las políticas son dictadas una vez más por la cumbre en Pekín. Por otro lado, creció el número de presos políticos. En 2014, las autoridades comenzaron a confiscar los pasaportes de los funcionarios públicos. El gobierno justificó la medida invocando la lucha contra la corrupción (para “evitar que funcionarios deshonestos huyan del país”). Pero esta decisión se extendió posteriormente hasta a los maestros de escuela primaria. El control se extiende al culto: organismos de derechos humanos están denunciando “campos de reeducación” para musulmanes en algunas regiones del país.