Clinton, Trump y Cuba

¿Mantener e incluso ampliar la política de la administración Obama hacia la isla o renegar de la postura seguida por el gobierno de los Estados Unidos luego del 17D? Esta es la disyuntiva que ha marcado el tema Cuba en la campaña electoral estadounidense y ha dictado las pautas de los candidatos.

Era de esperar. Tras más de medio siglo de línea dura, heredada y fortalecida por las diferentes administraciones, el acercamiento entre ambas naciones a partir de diciembre del 2014 ha matizado el panorama político de ese país y ha dividido las opiniones de sus protagonistas. Y de esta disputa no han podido ni querido escapar Hillary Clinton y Donald Trump.

A medida que avanzaba la campaña electoral, ambos contendientes fueron definiendo sus juicios sobre Cuba hasta llegar a la posición que enarbolan actualmente. No obstante, ello no significa que tal perspectiva sea coherente con posturas asumidas al respecto en el pasado, o que incluso resulte veraz y no un rejuego en el tablero político que supone la campaña.

Comencemos por Hillary, favorecida por las encuestas previas a las elecciones. La candidata del Partido Demócrata aboga hoy por continuar la dirección de la administración saliente. “Apoyo los esfuerzos del presidente Obama con Cuba y creo que debemos poner fin al fallido embargo y reemplazarlo con un método más inteligente que empodera a los negocios cubanos, a la sociedad civil cubana y a la comunidad cubanoamericana a generar progreso y ponerle presión al régimen”, dijo hace solo unos días a la revista People en español.

La Clinton ha defendido esta posición a lo largo de su campaña, incluso mucho antes de ser nominada oficialmente como la candidata por su partido. En un discurso pronunciado en Miami el 31 de julio de 2015, prometió ampliar lo hecho hasta ese momento por el gobierno de Barack Obama y dejó entrever que el acercamiento con La Habana contribuiría a mejorar las relaciones de Estados Unidos con la región.

“Por años nuestra política impopular sobre Cuba ha retrocedido nuestra postura ante Latinoamérica –dijo entonces–.  Ahora tenemos una oportunidad estratégica para los intereses norteamericanos. El embargo a Cuba debe terminar de una vez y por todas. Entiendo el escepticismo… pero hemos venido prometiendo progresos durante cincuenta años. No podemos esperar más que dé frutos una política fallida”.

Sin embargo, Hillary no siempre pensó así. En el año 2000 afirmó que “no estaba dispuesta a votar para levantar el embargo”, un criterio que sostuvo al iniciar su primera campaña presidencial en 2008. Pero ya en un debate ese mismo año, relativizó su posición al afirmar estar dispuesta a trabajar con un nuevo gobierno cubano, siempre este que mostrara algunos progresos en el camino hacia la “democratización”.

El viraje de la ahora candidata se consolidó, al parecer, durante su período como Secretaria de Estado de la primera administración Obama. En esa función instó a la Casa Blanca a revisar la política hacia Cuba, porque en su opinión el bloqueo “no estaba logrando sus objetivos”. Así lo reconoció en su libro “Duras decisiones”, presentado en junio del 2014, en el que además estimó que la oposición de algunos elementos del Congreso a la normalización de relaciones había dañado tanto al pueblo estadounidense como al cubano.

En julio de ese propio año fue más lejos al afirmar que estaba dispuesta a viajar a Cuba. “Iría algún día, sí”, dijo en una entrevista concedida al canal Univisión. En esa ocasión confirmó su deseo de presenciar la normalización de las relaciones entre ambas naciones, “y que por consiguiente más norteamericanos vengan y vayan”. No es de extrañar entonces que el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas el 17 de diciembre de 2014 haya sido interpretado como un regalo político del presidente Obama a su presumible sucesora. Un regalo que honra con su actual postura hacia la isla.

El caso de Donald Trump es más pintoresco y contradictorio, como lo es el propio magnate neoyorkino. Su actitud hacia la Isla exhibe los derroteros de sus propios intereses. Si en las primeras confrontaciones con los demás aspirantes del Partido Republicano tomó cierta distancia del discurso más radical contra Cuba, una vez nominado oficialmente como candidato del Grand Old Party su posición se ha encauzado con la línea tradicional de su agrupación política, más dura con la isla y opuesta al acercamiento fomentado por el actual gobierno estadounidense.

En un mitin realizado en el mes de septiembre en el auditorio James L. Knight Center de Miami, Trump aseguró que se alinearía “con la gente cubana en su pelea contra la opresión comunista”. Igualmente dijo que si resulta elegido revertiría la apertura hacia Cuba a menos que se produzcan “libertades religiosas y políticas en la isla” y “el régimen de los Castro escuche nuestras demandas”.

Ya con anterioridad, el candidato republicano había criticado las “concesiones de Obama hacia Cuba”. Así lo hizo en el debate entre los aspirantes a la nominación por su partido celebrado en marzo en la Universidad de Miami, donde opinó que Estados Unidos debía alcanzar un acuerdo más beneficioso a sus intereses. Igualmente adelantó que de resultar presidente podría cerrar la embajada estadounidense en La Habana hasta lograr un mejor arreglo.

No obstante, a pesar de estas diferencias Trump se desmarcó del discurso más extremista de Ted Cruz y Marco Rubio y se mostró favorable a algún cambio en la política de su país hacia la isla. “Creo que tiene que haber algo (que cambie la relación con Cuba). Después de cincuenta años, ya ha llegado la hora, amigos”, sostuvo entonces. Este punto de vista, más cercano a la mirada pragmática del hombre de negocios que a los compromisos del político, aun cuando ha ido desapareciendo de su discurso, podría sugerir un retorno a tal perspectiva si el contexto así lo propicia.

De hecho, poco después de visitar el Café Versailles de la Pequeña Habana a fines de septiembre, en su afán de lograr el respaldo de la comunidad cubana en Miami, el candidato republicano fue sorprendido con revelaciones que lo pusieron en entredicho. La influyente revista Newsweek aseguró que el hoy aspirante a la Casa Blanca violó el bloqueo estadounidense a Cuba a finales de la década de los noventa.

La operación, llevada adelante por Trump Hotels & Casino Resorts a través de una tercera empresa, se realizó poco antes de que el multimillonario intentara por primera vez lanzarse a la carrera presidencial como candidato del Partido Reformista. En aquella campaña, prometió mantener el embargo y dijo que no invertiría un dólar en Cuba si no había un cambio político, lo que a luz de lo publicado por Newsweek reluce como una clase de cinismo.

Ante la revelación, negada por el equipo de Trump, Hillary Clinton acusó a su contrincante de poner sus intereses por encima de las leyes de su país, al tiempo que figuras del propio Partido Republicano expresaron su preocupación por el hecho. Pero más allá de lo anecdótico, y contrario a lo que pudieran indicar estas “incoherencias”, si algo parece claro es que el empresario devenido político tiene su brújula bien dirigida por el oportunismo y la conveniencia. Y si llegara a ser elegido presidente, nada podría asegurar que cumpliría al pie de la letra lo alguna vez dicho. Vivir para ver.

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