En enero de este año, antes de abandonar la Casa Blanca, Donald Trump viajó a un punto de la frontera sur para posar ante un proyecto que había convertido en uno de sus mantras más obsesivos: el muro fronterizo con México. “Les dimos ciento por ciento lo que querían”, le dijo a un pequeño grupo de simpatizantes allí congregados. “A diferencia de los que vinieron antes que yo, cumplí mis promesas”.
Pero esa declaración de principios tenía un problema: dejar a la sombra que su administración había construido menos de una cuarta parte de las 2 000 millas de muro prometidas. Y también que a los contribuyentes estadounidenses, no a los mexicanos, les había costado unos 15 000 millones de dólares.
Quiero tomar ese muro como una metáfora de la política de la administración Trump hacia América Latina, empezando naturalmente por el tema de la inmigración. Una de sus expresiones más gruesas consistió en revocar, de hecho, el derecho a solicitar asilo en Estados Unidos y forzar a los países centroamericanos a asumir la carga de mantener a decenas de miles de solicitantes esperando en campamentos en el norte de México. Para presionar a Guatemala, Honduras y El Salvador a fin de que redujeran la cantidad de migrantes, Trump retuvo millones de dólares en asistencia para el desarrollo. Los gobiernos de esos países vieron entonces una afectación en los fondos destinados a lidiar con la pobreza y otras pandemias sociales, en especial después de que fuertes huracanes golpearan a sus poblaciones.
Pero hay más. En el verano de 2019 el presidente Donald Trump presionó a México, uno de los socios comerciales más importantes de Estados Unidos, para que desplegara miles de guardias nacionales en zonas fronterizas con Guatemala y evitar con ello que los emigrantes llegaran a la frontera. Trump amenazó con imponer aranceles de hasta el 25% a todos los productos mexicanos, un acto de abierto chantaje. Considerando los costos para una economía tercermundista, el presidente López Obrador (AMLO) y su equipo de gobierno dieron prioridad a la supervivencia sobre el amor propio: de ahí para atrás, ninguna administración mexicana le había cuidado las fronteras a Estados Unidos.
Esta medida resultó satisfactoria para Trump y lo suyos, pero tuvo problemas en otros dominios. Uno de ellos fue el aumento entre los mexicanos comunes de la idea de que los líderes estadounidenses castigaban a México por sus políticas internas, y de que eran, de nuevo, vecinos imprevisibles, soberbios e incómodos. “Es lo que yo llamo la doctrina Sinatra de Trump de ‘my way or the highway’“, dijo Arturo Sarukhan, embajador de México en Estados Unidos entre 2007 y 2013.
En la comunidad académica suele haber consenso en señalar que uno de los desafíos del nuevo presidente estadounidense consiste justamente en encontrar una manera de reformar la inmigración y las relaciones con América Latina. Con sus órdenes ejecutivas de primera instancia, la nueva administración dejaba en claro que se estaba iniciando giro de 180 grados respecto al trumpismo, continuador —entre otras cosas— de tendencias aislacionistas y antinmigrantes de vieja data en la cultura norteamericana. Biden, en efecto, detuvo la construcción del muro fronterizo, suspendió las nuevas inscripciones del programa “Permanecer en México”, limitó los arrestos de ICE y congeló las deportaciones durante cien días, entre otras cosas.
Después presentó un proyecto de ley de reforma migratoria integral dando nuevas vías hacia la ciudadanía, incluso para los beneficiarios de los programas humanitarios de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) y el Estatus de Protección Temporal (TPS).
Allí se lee lo siguiente:
La legislación moderniza nuestro sistema de inmigración y prioriza mantener a las familias unidas, hacer crecer nuestra economía, gestionar la frontera con inversiones inteligentes, abordar las causas fundamentales de la migración de Centroamérica, y asegurar que Estados Unidos siga siendo un refugio para quienes huyen de la persecución. […] El proyecto de ley crea un camino ganado a la ciudadanía para nuestro inmigrantes vecinos, colegas, feligreses, líderes comunitarios, amigos y seres queridos unos, incluidos los soñadores y trabajadores esenciales que han arriesgado sus vidas para servir y proteger a las comunidades estadounidenses.
Y más adelante:
Después de tres años, todos los titulares de la tarjeta verde que aprueben verificaciones de antecedentes penales y demuestren conocimiento de inglés y educación cívica de Estados Unidos pueden postularse para convertirse en ciudadanos. Los solicitantes deben estar físicamente presentes en Estados Unidos desde antes del 1 de enero de 2021. Bajo la legislación, los trabajadores agrícolas inmigrantes que cumplen con requisitos específicos son elegibles para tarjetas de residencia inmediatamente. […]. Por último, el proyecto de ley reconoce a Estados Unidos como una nación de inmigrantes al cambiar la palabra “extranjero” por “no ciudadano” en nuestras leyes de inmigración.
El primer encuentro de los presidentes de Estados Unidos y México se produjo el 1 de marzo de 2021 por teleconferencia, a todas luces un indicador del rango que la nueva administración le concede a la nación azteca en sus relaciones exteriores. No por azar se hizo pocos días después de que Biden se reuniera, mediante el mismo procedimiento, con el primer ministro Justin Trudeau, de Canadá, en un esfuerzo por echarle aire fresco a las bilaterales, bastante enturbiadas por Trump.
La parte estadounidense expuso posiciones no solo totalmente distintas a las de la administración previa, sino colocó el dedo sobre la llaga al insistir en dejar atrás uno de los problemas más tenaces en las relaciones de Estados Unidos con México y América Latina: la asimetría. “En la administración Obama-Biden”, dijo el presidente, “nos comprometimos a ver a México como un igual, no como alguien que está al sur de nuestra frontera. Ustedes son iguales. Y lo que usted hace en México, y cómo lo logra, tiene un impacto dramático en cómo será el resto del hemisferio”.
De acuerdo con La Jornada, antes de la reunión Biden le dijo a AMLO que México no era más el «patio trasero» de Estados Unidos. El mexicano apuntó: “le agradecí por tener esa concepción porque México es un país libre, independiente y soberano”.
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Nota: my way or the highway es una frase idiomática que remite a un ultimátum, a un “tómalo o déjalo” indicando que el oyente debe aceptar totalmente la decisión del hablante o sufrir consecuencias como ser despedido, irse o no recibir nada.
Un presidente demócrata de verdad. Felicidad para los estadounidenses.