Estos casi cuatro años del gobierno de Donald Trump han cambiado profundamente la forma de hacer política en Estados Unidos. Ello no ha sido más palpable que en las primarias de esta semana en el condado de Miami-Dade.
En un condado mayormente demócrata, los republicanos siempre se habían mantenido en sus cotos de caza, cortejando el fiel voto republicano, moviéndose transversalmente entre la comunidad cubana y convencidos de que controlar esos tres grandes distritos resultaba suficiente para mantenerse a flote. Fue así porque esos tres distritos, mayormente cubanoamericanos, eran suficientes para controlar algunos curules en el Congreso y en el Senado federales, la legislatura estatal y los puestos políticos en alcaldías, consejos municipales y otros cargos electos, como el tasador de viviendas y los jueces.
En ese statu quo que se mantuvo durante décadas, hubo un acuerdo de caballeros: que los comicios para la alcaldía de Miami-Dade no tuvieran un matiz partidario. Los candidatos se volcaban más hacia las necesidades reales del electorado y se presentaban con un programa colectivo que agradara a la mayoría, al margen de su color político.
Pero las cosas empezaron a cambiar hace tres ciclos electorales, cuando los demócratas fueron ganando espacios en las zonas republicanas, sobre todo en las elecciones presidenciales, que suelen ser las más concurridas. Todos los candidatos demócratas a la Casa Blanca han ganado las elecciones en Miami-Dade durante los últimos 20 años. Antes también —de hecho, el último republicano en ganar en el sur de la Florida fue Dwight Eisenhower a finales de los años 50—, aunque con menos intensidad.
Un caso emblemático fue el de Bill Clinton (en las elecciones de 1992), el primer demócrata que ganó la presidencia con el voto cubano de Miami debido al apoyo de la entonces poderosa Fundación Nacional Cubanoamericana y de su líder, Jorge Mas Canosa. Mas Canosa fue un hombre de enorme olfato político, que le viró la espalda a los republicanos después de ocho años a los pies del Ronald Reagan. De hecho, la familia Bush nunca se lo perdonó porque, cuando el entonces presidente George H. W. Bush pretendió elegirse, Clinton apareció por delante con el apoyo de Mas Canosa, desbaratando sus planes. Cuando en el 2000 su hijo George W. Bush fue electo presidente, le cortó el acceso a la Casa Blanca a los cubanos republicanos. Al menos la gente de la Fundación nunca la vio más. Pero aun así, el electorado cubano era sólidamente republicano.
El presidente Donald Trump instituyó otra forma de hacer política. Introdujo el enfrentamiento entre facciones y el odio entre electores. Algunos en el sur de la Florida acudieron al llamado: todo el que no los siguiera era “socialista”. De la noche a la mañana, los demócratas se volvieron “comunistas”.
Los republicanos tuvieron un primer indicio de que las cosas estaban cambiando. Estando el presidente en el poder, hace dos años, en el condado Miami-Dade perdieron dos tercios de los congresistas que tenían en Washington. Les quedó uno que, aun así, perdió el 15 % de su electorado habitual.
En el sur de la Florida esta merma nunca fue tan visible como el martes pasado en las primarias. El enfrentamiento y la división promovidos por el presidente condujeron a que las campañas políticas retrocedieran del escenario habitual de promoción de ideas y programas y se concentraran más en los ataques personales a los candidatos demócratas con Joe Biden a la cabeza, de pronto etiquetado como “comunista”, “socialista” y todos los istas posibles.
Lo anterior podría pasar desapercibido si la mayoría de los votos de las primarias y los cargos electos definitivos no hubieran caído en manos de candidatos anglos. Estos son menos conservadores que los hispanos, en particular los cubanos. Se afianzó la convicción de que el sur de la Florida estaba cambiando, quizás con pocas o casi ninguna posibilidad de marcha atrás.
En la elección más importante, la de la alcaldía de Miami-Dade, el republicano Esteban Bovo, que superó por 0,40 % a su contendiente demócrata, se presentó diciendo que era “el único conservador apoyado por Trump” con el objetivo de apartar al “socialismo y al comunismo del condado”. El presidente nunca apoyó a Bovo. De hecho, solo se han visto tres veces cuando este lo fue a recibir al aeropuerto.
El miércoles, en una entrevista a un diario local (revelada parcialmente, que será publicada por completo hoy sábado) Bovo volvió a insistir en que su conservadurismo, de ahora a noviembre, será más intenso. Esta aseveración tiene dos implicaciones: o el aún concejal del condado no tiene en cuenta que hace cuatro años la candidata Hillary Clinton ganó en Miami por una gran diferencia con Trump, o no se ha percatado de que la estrecha diferencia con que le ganó a la demócrata Daniella Devine Cava significa que muchos republicanos votaron por ella.
Bovo no es un político particularmente diestro en el arte de la negociación. Sus intereses básicos son Cuba y lo que ha llamado el “pensamiento republicano”, algo que no está muy claro en qué consiste. El electorado conservador cubanoamericano y otros latinoamericanos —como los venezolanos— se dejan convencer muy fácilmente diciéndoles apenas que uno es republicano, sin grandes explicaciones.
Lo que sí está claro es que Bovo ha apostado ampliamente por la reelección de Trump. Este es, en el fondo, el océano donde puede sobrevivir y promover la división entre la ciudadanía, incluso con violencia verbal, para que nadie conozca sus verdaderas intenciones.
Las primarias han sido una reafirmación de que en el sur de la Florida se está formando una vertiente que en cuatro años de “trumpismo” ha impulsado la conclusión de que hay que acabar el con el statu quo y volver a la normalidad. Las elecciones son para abordar la realidad y no para distorsionar el pensamiento colectivo. Cuando demócratas y republicanos decidieron que el proceso electoral del condado de Miami-Dade debería enfocarse en temas y no en diferencias de pensamiento, el área no andaba mal. “Discutíamos, pero colaborábamos”, admitieron el jueves a OnCuba una decena de analistas políticos. “Ahora nos peleamos”.
Un ambiente que pudiera estar llegando a su fin, agravado por la forma de hacer política de la Casa Blanca. La no reelección de Donald Trump dejará huérfanos a políticos como Bovo. Si el presidente pierde y decide desafiar los resultados, el clima se complicará porque sus acólitos se sentirán impulsados a hacer lo mismo. Eso es lo que han hecho durante estos casi cuatro años: copiar al presidente.
En noviembre votemos para que se produzca una multitud de tales huérfanos.