La piedra surcó el aire como un proyectil de velocidad indeterminada bajo la mirada de bronce de Cristóbal Colón y terminó su vuelo en las espaldas de una mujer policía. No sé como se llama. Solo que tenía el número 439 pintado en el pecho de su chaleco antibalas.
Cuando sintió el golpe, se volvió y clavó su mirada en los ojos de un joven manifestante que, en medio de varias decenas de otros, protestaba en la avenida principal de Miami contra la muerte de un afroamericano días antes en Minneapolis a manos de la brutalidad policial.
La agente, ella misma afroamericana, apuntó hacia su agresor. Le hizo un gesto para que se aproximara, pero el joven le hizo caso omiso. Otro policía, de apariencia hispana y que lo vio todo, corrió hacia el joven y lo empujó al piso. Cayó, pero no quedó herido. Intentó levantarse, pero ya otros dos policías estaban encima de él. Uno intentó dominarlo colocando una rodilla sobre su cuello. El mismo gesto de control que llevó a George Floyd a la muerte.
En Miami este gesto para lograr la restricción de movimientos no es ilegal, pero desde la década pasada, cuando fue jefe de policía el legendario John Timoney, este dio órdenes para que se utilizara al mínimo.
El joven fue rápidamente esposado e introducido en un patrullero que se lo llevó en medio del griterío. Todo sucedió el miércoles en Biscayne Boulevard, la enorme avenida que cruza la ciudad de norte a sur, paralela a la costa, en la Plaza de la Amistad, donde están desplegadas todas las banderas latinoamericanas y se levantan dos estatuas: la del navegador español Cristóbal Colón y la del descubridor de Florida, Ponce de León.
Las estatuas fueron ultrajadas como nunca se había visto. Alguien pintó en la de Colón la consigna “Black Lives Matter” y agregó en el pedestal una hoz y un martillo, ese símbolo de la unión obrero-campesina que devino hace más de un siglo el del comunismo, un fantasma que anda recorriendo Miami esta semana sin que muchos entiendan por qué, probablemente incluso quienes la pintaron.
El joven de la pedrada no vino solo a una manifestación que tuvo todo el potencial para ser desastrosa, pero que no llegó a muchos enfrentamientos y violencia. Vino con una muchacha que se quedó llorando sentada en el contén de la acera cuando le llevaron al novio. Apachurrada por otros amigos, la joven dijo que fue su amigo quien la embulló a venir porque ambos ni siquiera son de Miami sino de Fort Lauderdale, a unas 20 millas al norte.
“Me dijo que había una manifestación por lo de Minneapolis y no teníamos nada que hacer. La policía parece que lo sabía porque había algunos cuando llegamos”, explica. ¿Pero qué esperabas? “Nuestra sociedad es racista. Trump quiere que seamos una dictadura gobernada por la policía y por eso la policía se comporta así. Son violentos, mira lo que hicieron a (nombre omitido a su pedido). Se lo han llevado, no hizo nada”, justifica.
Bueno, lo hizo, golpeó a una policía con una piedra. Una mujer, además. “Fue para defenderse”, agrega. Le pregunto qué piensa hacer. No sabe. Pero dice lo más revelador del día: “Tengo que consultar con los demás”. “¿Quiénes son los demás?”, le pregunto. “Pues los organizadores”, me responde.
Y la historia es así. Al contrario de lo que han dicho algunas autoridades policiales, este grupo de manifestantes no se reconocen en lo que se ha dado en llamar el movimiento “Antifa” —es decir,“antifascista”— que ha surgido como alternativa la alt-right, una de las bases de apoyo del presidente Trump y, según algunos, la sucesión del Tea Party.
Pero el de esos jóvenes es un movimiento organizado. Poco después dos de sus líderes me dejaron entrar en un terreno baldío en el centro de Miami donde tienen organizada toda una ciudadela. No explican quién es el dueño del terreno, si pagan o no por estar allí, pero la muchacha me dice que ya antes de salir de Fort Lauderdale su amigo, el de la piedra, ya tenía la dirección adonde ir y que al llegar encontraron cocinas improvisadas, tiendas de campaña y espacios de reunión.
“Ya sé que nos acusan de ser comunistas, pero no es verdad. Lo que somos es anti-este-presidente y anti la extrema derecha que está controlando el país. La vida de un negro no vale nada. Lo de Floyd no es poco, pero es la línea que hay que trazar en el piso. La policía no puede asumir que puede matar impunemente. Son racistas de filosofía, si yo fuera blanco quizá no me hubieran matado en una situación como Floyd”, dice al tiempo que suelta una bocanada de humo de un cigarro de cierta sustancia que solo puede ser consumida clínicamente en Florida.
Quizás impulsado por el ambiente distendido, nuestro interlocutor abre la caja de Pandora. Explica que la mayoría de sus colegas no son de Miami. Se contactan por las redes sociales y con el decursar de la conversación se comienza a entender que la ideología no es, como se dice, sólidamente de izquierda. Esa izquierda que en Miami no es bienvenida ni comprendida.
“Nosotros no somos comunistas, ¿qué es eso? Estamos aquí para protestar por un asesinato y por la dictadura en que vivimos. Protestar contra las corporaciones que no pagan a la gente, ni pagan impuestos y están protegidas por Trump. Trump es eso: el defensor del blanco y de las corporaciones, y ha dividido a nuestro país”, dice una muchacha de no más de 18 años que se presenta como “la portavoz del grupo que no tiene un nombre formal, pero es la ‘responsable’ de las comunicaciones corporativas”, o sea, la que habla a nombre de ellos con los periodistas que consideran ser de “la gran prensa”, no de la independiente. De hecho, para acceder a este campamento, donde no permiten fotos, el reportero de OnCuba tuvo que identificarse con un carné de una publicación extranjera, más aceptable para la vocera “corporativa”.
La conversación duró unos 20 minutos. Quedaron claras dos cosas: la mayoría no tiene idea de lo que es el comunismo, y mucho menos el anarquismo. Parecen divertirse con todo y miran la destrucción de la propiedad ajena como la única forma de hacer ver sus puntos de vista con claridad a lo que Karl Marx y Federico Engels, con Vladimir Lenin y Mao Zedong al lado, llamarían “la imagen del capital explotador”.
Al final, queda una duda que devuelve una respuesta insólita: “Entonces, ¿por qué la hoz y el martillo en la estatua de Colón? Nadie sabe la respuesta. La portavoz intenta una explicación: “Es un dibujito muy gracioso. ¿No le gusta?”.
Excelente!!
Yo no sé si el muchacho entrevistado es comunista o no, pero vandalizaropn el monumento a las víctimas del comunismo y se retrataron sacando el dedo frente a él. ¿Qué ideología es esta entonces? Estos son los bitongos de izquierda que viven en una realidad paralela desde el iphone de última generación, cuyo coeficiente intelectual oscila entre el cero y la nada y cuyo conocimiento de la historia no rebasa el nivel del tweet.