Uno de los resultados de estas elecciones de medio término fue la preservación de la mayoría demócrata en el Senado de Estados Unidos. Medios de comunicación y encuestas varias —en particular aquellas con sesgos republicanos— sobresaturaron el ambiente pronosticando una barrida del partido de los elefantes en medio de una crisis inflacionaria y de los bajos índices de aceptación de Biden. Precisamente esos elementos que reforzaban la idea prestablecida, repetida hasta la saciedad, de que el partido en el poder saldría fatalmente trasquilado en este tipo de comicios.
Pero la ola se desintegró en casi todas partes, menos en Florida, por un conjunto de concurrencias que abordaremos en otro lugar. En el caso del Senado, lo que ahora nos interesa, en ese proceso de deconstrucción de los pronósticos tuvieron un lugar importante dos hechos que elevaron la moral demócrata y demostraron que la derrota no era ni fatal ni inexorable: los resultados en Pensilvania y Nevada.
En el primer caso, el demócrata John Fetterman (51,2 %) se impuso al republicano Mehmet Oz (46,3 %), personaje mediático y election denier apoyado enfáticamente por el expresidente Trump y otros miembros de la elite. Nada menos que el primer musulmán nominado para formar parte del Senado de Estados Unidos.
En el segundo, en un resultado casi agónico, finalmente la senadora demócrata Catherine Cortez-Masto mantuvo su escaño en Nevada ante el retador, el republicano Adam Laxalt (48,9 % vs. 48 %), quien, como otros, contó con el apoyo tanto del expresidente Donald Trump como del líder republicano del Senado Mitch McConnell. Una diferencia de apenas 9000 votos que tuvo a toda la nación en un brinco ante la pantalla de TV hasta conocerse los resultados finales.
Visto de manera retrospectiva, podría decirse que los demócratas se desempeñaron razonablemente bien en lugares donde sus seguidores habían manifestado nerviosismo, sobre todo en los grandes condados suburbanos —por ejemplo, en Pensilvania y Ohio.
Aquí jugaron un papel destacado temas como el derecho al aborto y las libertades individuales, no los llamados temas de “pan con mantequilla”.
Y no es de poca monta subrayar que lo lograron en medio de votantes marcados, en efecto, por problemas como la inflación, el precio de la gasolina y la insatisfacción con el liderazgo del presidente Biden. Sin olvidar que se les sumaron votantes independientes en cuyos imaginarios los candidatos republicanos no eran en modo alguno la opción.
Pero en Georgia no fue el caso: el resultado remite, de nuevo, a un país polarizado y dividido, el dato más sonoro de este proceso electoral.
Durante las pasadas elecciones, en efecto, el demócrata Raphael Warnock, un pastor protestante, obtuvo alrededor del 49,4 % de las votaciones y el republicano Herschel Walker, un jugador de fútbol americano, alrededor del 48,5 % (el libertario Chase Oliver se llevó el resto, lo suficiente para evitar el triunfo del primero). Sucede que, por ley, si en ese estado un candidato no supera el 50 % de los votos hay que acudir a una segunda vuelta, la que se efectuará el próximo 6 de diciembre.
El sábado pasado comenzó la votación anticipada en algunos condados de Georgia luego de una orden de la Corte Suprema del estado en contra de una reclamación republicana. Varios de estos condados están ubicados cerca de Atlanta, donde el crecimiento de la población, junto con el de los suburbios de tendencia demócrata, ha impulsado una transformación de un estado que alguna vez fue confiablemente republicano en un territorio sujeto a discusión.
Por lo demás, se siguen verificando fenómenos nuevos si se comparan con elecciones de medio término anteriores, en las que ni el entusiasmo ni la participación popular han solido ser datos duros. Según datos oficiales, hasta ahora 1.1 millones de votantes ya han emitido sus preferencias en la votación anticipada, a escasos días de que se diera esa luz verde.
De un tiempo a esta parte los demócratas han sido más propensos a utilizar la votación anticipada que los republicanos, toda vez que los últimos han instado sus huestes a posponer la emisión de sus votos hasta el día de las elecciones a partir de supuestas preocupaciones sobre seguridad electoral. Georgia no es una excepción a esta tendencia nacional. Esos votos son, en principio y por consiguiente, abrumadoramente demócratas.
Pero, como se sabe, ahora mismo el control del Senado no está en juego. De ocurrir, la victoria de Warnock significaría que los demócratas aumentarían su estrecha mayoría en el Senado: les daría una mayoría de 51 a 49. Y si gana Walker, los demócratas mantendrían 50 escaños. El tema en discusión en la Cámara alta se decidiría entonces por el voto de la vicepresidenta Kamala Harris, como hasta ahora.
A pocos días de esa segunda vuelta, las encuestas sobre la contienda de Georgia siguen siendo escasas, a pesar de que se ha considerado una de las más importantes de estas elecciones de medio término. Una reciente medición de AARP daba que el senador Warnock derrotaba a Walker por 4 puntos porcentuales. Otra de Emerson College Polling y The Hill le otorgaba una ventaja de solo 2 puntos sobre su rival.
Georgia estará entonces en la mente hasta el 6 de diciembre, cuando finalmente se rompa el corojo.