Una vez conocidas las proyecciones dándole el triunfo al demócrata Joe Biden, en Estados Unidos la mirada se ha venido concentrando sobre el Senado. Ya está claro que los demócratas conservan el control de la Cámara de Representantes, aunque con sensibles pérdidas. Ahora mismo tienen una mayoría de 219 vs. 204.
Pero el del Senado no se decidirá hasta después de año nuevo. Con la victoria del presidente electo, los republicanos todavía están por debajo de los escaños necesarios para controlar ese órgano legislativo. También ahora mismo, después de la victoria de sus candidatos en Alaska y Carolina del Norte, tienen mayoría mínima (50 vs. 48).
Carolina del Norte fue vista en su momento como un punto de inflexión, ya que ambos partidos compiten por el control del Senado y por la capacidad de dar forma a la política estadounidense durante, al menos, los próximos dos años. Los demócratas han sufrido esta vez una serie de reveses que les han dificultado la esperanza de pintarlo de azul. Ganaron un escaño en Colorado, pero perdieron otro en Alabama. No tuvieron éxito en derrocar al senador Lindsey Graham, en Carolina del Sur, ni a la senadora Susan Collins en Maine.
Las elecciones de segunda vuelta para los senadores federales de Georgia, programadas para el 5 de enero, resultan entonces una batalla capital. Las únicas esperanzas de los demócratas de obtener la mayoría están ahí, en ese territorio sureño tan sólidamente rojo durante alrededor de dos décadas. El estado está muy dividido, lo cual obstaculiza un pronóstico certero. Ningún demócrata ha sido elegido senador en ese mismo lapso de tiempo.
Si los azules ganan ambos escaños, sería como magia: el Senado se dividiría 50-50 y la vicepresidenta Kamala Harris tendría el poder de emitir el voto del desempate. Pero esa carroza se convertiría en calabaza si pierden uno. Por consiguiente, en ese escenario los elefantes tendrían la mayoría. Jorge Luis Borges lo aseguraba: “la democracia es un abuso de la estadística“.
Un interesante dato adicional: si los republicanos ocupan uno o ambos escaños, Biden sería el primer presidente desde 1989 en asumir el cargo sin el control total del Congreso. El líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell —ese republicano por Kentucky casado con Elaine Chao, la secretaria de Trasporte que nunca ha cogido una guagua—, tendría entonces todo el poder del mundo para torpedear la agenda legislativa de la administración Biden.
Pero en los últimos años, con los suburbios revueltos y los votantes jóvenes diversos, las cosas han venido cambiando en Georgia. En 2016 Hillary Clinton perdió allí por 5 puntos. Dos años después, Stacey Abrams fue derrotada en una elección de gobernadores, pero solo por 1,5 puntos. Su campaña, y el trabajo que ha realizado desde entonces, se ha centrado en sacar a las urnas a los votantes demócratas indiferentes al voto en ciclos anteriores.
“Hemos estado trabajando en esto durante más de una década. Y ha habido docenas de organizaciones y cientos de personas que han hecho de esta tarea su misión principal”, le dijo Abrams a Jake Tapper de CNN. “He tenido el privilegio de poder aportar recursos, tanto antes de las elecciones de 2018 como luego de los 40 millones de dólares que pudimos gastar en 2018 para construir una infraestructura demócrata que puede que no me haya dado la victoria en 2018, pero que ciertamente arrojó una victoria esta semana” [se refiere a las elecciones presidenciales].
“Es un nuevo día en Georgia”, dijo Bianca Keaton, presidenta del Partido Demócrata del condado de Gwinnett, ubicado en una muy diversa y cosmopolita área de Atlanta. “Nunca pensé que estaríamos en esta posición en la que el Senado dependería de nuestro estado. Y aquí estamos”.
“Estamos atónitos”, dijo Jack Kingston, un excongresista republicano de Georgia. “Me quito el sombrero ante los demócratas: han llevado a su gente a las urnas”.
Ambos lados, sin embargo, deben enfrentar problemas, uno de ellos de participación. Tradicionalmente ha sido más difícil para los candidatos convencer a los votantes de presentarse a elecciones que no incluyan la contienda presidencial en la boleta. Esta elección senatorial se producirá poco después del Año Nuevo en unos Estados Unidos golpeados por una pandemia que es como el rayo que no cesa. Pero los índices de participación popular en las elecciones presidenciales bien podrían poner en crisis este supuesto. En política, dicen, nada es imposible. Y todo cambia.
Una elección de desempate es, con Perogrullo, algo que se lleva a cabo cuando ninguno de los candidatos da la talla cuantitativa. De acuerdo con la ley de Georgia, un optante debe recibir la mayoría de los votos para proclamarse vencedor. Si ninguno supera el 50%, hay una segunda vuelta para determinar el que se lleva el gato al agua.
Las peleas a seguir son dos. En la primera, el senador republicano David Perdue se enfrentará al demócrata Jon Ossoff, un resultado que muchos analistas prefiguran como “dramático”. En las elecciones recién finalizadas, Perdue se había mantenido por encima del 50% durante aproximadamente dos días, pero luego cayó a medida que se contabilizaron más votos de las áreas demócratas. La contienda terminó 49.7% vs. 48.0% a favor del primero.
En la segunda, la senadora republicana Kelly Loeffler se mide con el demócrata Raphael Warnock, un pastor afroamericano de la iglesia donde predicó el reverendo Martin Luther King: tampoco ninguno superó la marca del 50% en su contienda. Warnock recibió el 32,9% de los votos; Loeffler, el 25,9%.
“Necesitamos que esta nueva administración pueda combatir con éxito este virus, promover la recuperación económica, expandir los derechos civiles, aprobar la reforma de la justicia penal. Y si Mitch McConnell controla el Senado, no se hará nada. Washington estará sumido en un estancamiento partidista”, dijo Warnock. “Creo que la gente quiere que este presidente electo tenga éxito en un momento de crisis. Y es por eso que estas carreras son tan importantes”.
Para decirlo alto y claro: el resultado de esas contiendas, que tendrán lugar dos semanas antes de la toma de posesión de Biden, constituye una suerte de jardín de los senderos que se bifurcan, es decir, o le dará la mayoría a los demócratas, otorgándole al nuevo presidente un amplio poder para llevar a cabo su agenda, o dejará en mayoría a los republicanos y les permitirá influir/obstaculizar al infinito los planes azules en un contexto sumamente polarizado.
Al menos cuatro preguntas se mantienen en pie. La energía republicana, aquella famosa “ola roja” que no fue, ¿se debilitará sin Trump en las tribunas llenas de fans sin nasobucos ni distancia social? ¿Sus afirmaciones sobre fraude electoral desmotivarán a los conservadores de esa Georgia roja, tierra adentro? ¿El área metropolitana de Atlanta se comportará, en este caso, como en las presidenciales? ¿Y los nuevos votantes jóvenes, con toda su diversidad, se convertirán en protagonistas del cambio?
Escribe un analista: “Si bien los demócratas, con la ayuda de Stacey Abrams, se desempeñaron lo suficientemente bien como para forzar una segunda vuelta, y el estado se puso azul en la carrera presidencial, las probabilidades actuales sugieren que los dos republicanos en funciones, respaldados por un gobernador del mismo signo, todavía están en el asiento del conductor”, esto es, en condiciones de mantener sus puestos en el Senado.
El 5 de enero se rompe ese corojo.
Buen analiisis. He venido leyendo los articulos de Prieto. Todo un experto en USAS.