Cuando el equipo científico-médico diseñó la misión del Apollo 11 a la Luna hace 50 años, tuvo sumamente en cuenta la posibilidad del fracaso, que podía significar la muerte de algunos o los tres astronautas. Obviamente tomaron sus medidas.
Fueron medidas muy duras que incluyeron la posibilidad, nunca confirmada oficialmente, del suicidio en caso de que quedaran varados sin posibilidad de regreso, el discurso del presidente Richard Nixon comunicando al mundo lo sucedido y el momento en que la NASA tendría que cortar las comunicaciones con los astronautas vivos y dejarlos enfrentar su suerte.
Estuvieron a punto de pasar por todo este doloroso proceso si no fuera por la rápida reacción de Buzz Aldrin a un fortuito accidente acaecido minutos antes del despegue desde la Luna. Neil Armstrong, el primer hombre en caminar sobre la superficie lunar, estuvo dos horas y media y uno de sus colega media hora menos. En total, contando el tiempo que pasaron encerrados en el Módulo Lunar (LEM), esa especie de araña que permitió el alunizaje y el despegue, los primeros hombres que llegaron a la Luna pasaron allí 21 horas y 30 minutos.
Tiempo suficiente para recoger pedazos de piedras, muestras de polvo, clavar una bandera estadounidense e instalar varios dispositivos mecánicos de experimentos, entre ellos uno absolutamente novedoso: una especie de cesto para recoger partículas del Sol cuyo contenido se desconoce todavía. Se suponía que “digiriera” los datos adquiridos pero nunca funcionó. Al despegar, en la base del LEM quedó una placa con un mensaje que decía apenas que ciudadanos de la tierra llegaron allí en prueba de “paz en nombre de la humanidad” y un pequeño mapa de la Tierra.
El accidente
El LEM ya había tenido un pequeño incidente durante el proceso de alunizaje. Los geógrafos lunares de la NASA habían decidido que el módulo lunar debía posarse en el Mar de la Tranquilidad pero no tenían forma de saber exactamente en qué punto. La superficie en esa depresión tiene 876 kilómetros de diámetro. Solo había posibilidad de saberlo cuando llegaran al local y, eventualmente habría que decir en ese momento qué hacer.
Fue lo que sucedió. Al llegar, con unos 90 segundos de combustible, de los cuales 20 están reservados para un escape rápido en caso de que haya que abortar, Armstrong se percata que hacia donde iban era un suelo irregular que pudiera dejar al LEM inclinado sobre la superficie lunar. Al momento, todo esto medido a ojómetro, decidió desplazar el módulo en pleno vuelo hacia un cráter cercano, pero en ello consumió demasiado combustible.
Años después el astronauta Charles Duke, que también pisó la luna en el vuelo de Apollo 16, reveló que el puesto de mando en la Tierra, donde se encontraba en comunicación permanente con los astronautas – su voz es la que se escucha en la mayoría de las comunicaciones verbales – estuvieron a punto de abortar el alunizaje porque el combustible estaba virtualmente agotado. “Les dijimos que solo tenían 30 segundos (de combustible). Si no lo hacían, la próxima comunicación sería la orden de abortar” (los tales 20 segundos de reserva), recordó.
Pero casi en simultáneo se escuchó la voz de Armstrong: “El águila ha aterrizado”. Momentos de tensión e incertidumbre que Duke reflejó en su respuesta: “Recibido acá en la Tierra. Aquí hay una pila de gente a punto de volverse azul – estamos respirando de nuevo. Muchas gracias”. Los momentos de tensión fueron tan intensos que todo el mundo en ese momento se olvidó de felicitar a la tripulación por la proeza.
Pero no fue el momento de mayor tensión. Este sucedió al despegue de la Luna y, por varios minutos, todo el mundo en el puesto de mando pensó que los dos hombres iban a terminar sus días en la superficie lunar.
Sucede que para sobrevivir en la superficie lunar, los astronautas necesitan cargar una especie de mochila donde se encuentra todos el sistema de reciclaje de oxigeno, desechos humanos y medios de comunicación. Es una mochila bastante voluminosa y cuando Buzz Aldrin regresó primero al LEM, en uno de sus movimientos quebró inadvertidamente una palanca del cuadro de mando.
Dos horas después, acabada la última comida lunar, una ración de patatas y salchichón leofilizados, un proceso de conservación de la comida al vacío, cuando se van acostar, Armstrong contra el techo del LEM y Aldrin en el piso, éste se percata y ve la palanca partida a poco centímetros de su rostro. Se ponen a buscar de que parte del LEM provino la palanca y descubren asustados que era la palanca del interruptor de disparo del módulo hacia el espacio y el regreso a la Tierra. Era su llave de salida.
Los dos hombres fueron escogidos para caminar sobre la Luna porque tenían una extraordinaria capacidad de sangre fría. Armstrong, incluso, era llamado por sus colegas astronautas como “el pedazo de hielo”, callado, comedido y taciturno, nunca en sus años de servicio en el grupo de pilotos de pruebas de la Fuerza Aérea había entrado en pánico. Como comandante de la misión le comunicó al centro de mando en Houston, Texas, lo que acababa de suceder. La Tierra tardó un poco en contestar mientras los especialistas discutían qué hacer y reajustaran todos los programas y horarios de la misión unas horas. Realmente, nunca se pusieron de acuerdo en ese plazo.
A su vez en la superficie lunar, los dos astronautas se miraban callados, sin atribuirse responsabilidades pero pensando en qué hacer. Probablemente también pensaron en qué decir a sus familias, cómo despedirse si no podían salir de esa desolación que es la superficie lunar. El problema era que a esta altura de los acontecimientos ya habían dejado atrás la etapa de caminar en la Luna. Habían abandonado en la superficie todo lo que no volvía a la Tierra, herramientas y algunos desechos, sin forma de volver a la superficie a buscar entre lo abandonado algo que los pudiera ayudar.
Al cabo de un tiempo que les pareció infinito, la Tierra informa que no tienen una solución a la vista y dan a entrever que están estudiando los protocolos finales.
Es cuando Aldrin tiene una idea genial. Se acuerda que tiene un bolígrafo en el bolsillo y le propone a Armstrong intentar introducir la punta en el huequito que dejó la palanca partida del interruptor de arranque. El comandante de la misión mira el huequito, asiente y Aldrin introduce lentamente la punta del bolígrafo. Obviamente no mueve el interruptor, no vayan a despegar fuera de control, pero ambos se dan cuenta de que la cosa puede funcionar.
Armstrong le informa a la Tierra lo que acaban de inventar y le contestan que “es una posibilidad”. Pues si lo es – dice Armstrong – , a ella vamos. “A resetear el sistema de despegue y regresamos al Columbia”, que era el nombre del Módulo de Comando donde el piloto Michael Collins llevaba casi 24 horas orbitando la Luna en solitario, escuchando música, tomando café, leyendo y atendiendo a 370 interruptores y botones, como diría posteriormente.
Y fue lo que hicieron. Al momento del disparo de arranque, Armstrong movió el bolígrafo y el LEM abandonó la superficie lunar apenas con 40 segundos de combustible. La inercia del espacio vacío haría lo demás.
Las pastillas letales
Si no fuera por la ingeniosidad de Buzz Aldrin a lo mejor la misión del Apollo 11 se hubiera ido a bolina y Michael Collins no hubiera tenido otra alternativa que regresar solo a casa. La posibilidad de la muerte siempre ha estado presente para los astronautas, cosmonautas o kaitonautas, el nombre atribuido por China a lo que llama su “personal que trabaja en el espacio exterior”.
Casi siempre se tiene en cuenta la posibilidad de un explosión de la nave espacial, como sucedió dos veces con los transbordadores espaciales (Challenger en 1986 y Columbia el 2003), y con el incendio del Apollo 1 en que murieron en el año 1967 en la plataforma de lanzamiento tres astronautas, sin despegar. O con la nave Soyuz 1, de la antigua Unión Soviética, cuando no se abrió el paracaídas de la nave que conducía Vladimir Kamarov y este se estrelló contra el suelo ruso, y en la etapa de la reentrada en la atmósfera terrestre, al sufrir la nave Soyuz 11 una descompresión, cuando saltó una de las ventanas, y sus tres cosmonautas llegaron muertos a la Tierra.
Pero en el caso del vuelo a la Luna la perspectiva era más dramática. Existía la posibilidad real de que los astronautas quedaran varados en la superficie de la Luna sin posibilidad de ser rescatados. De hecho en el caso de la Apollo 11, encerrado en el Columbia, Collins no tenia forma de ayudar a sus compañeros. Comenzó en ese entonces a circular el rumor de que Armstrong y Aldrin llevaron consigo una muestra de pastillas letales para usar en caso de una tragedia. Tenían dos alternativas, el suicidio, fuera por una pastilla o sencillamente abrir el casco y dejar que sus cuerpos explotaran por la falta de presión, o dejarse morir de hambre. Ninguno de los dos nunca ha confirmado esa posibilidad. Tanto la NASA como el Gobierno estadounidense no han dicho nada al respeto. Lo único que hay son rumores. Pero hay antecedentes.
Cuando la Unión Soviética derribó el entonces súper secreto avión U-2 de Estados Unidos, a fines de abril de 1960 durante un vuelo de espionaje, se descubrió que el piloto, Gary Powers, transportaba una moneda con un fondo falso en el cual estaba una aguja con curare, un veneno muy fuerte, que debiera ser usado en caso de captura. Durante el juicio Powers dijo que nunca tuvo la intención de usar la aguja y que, además, sus jefes le dijeron que el suicidio era una opción.
En el caso de los astronautas del Apollo 11 no hay forma de saberlo. Es apenas especulación, pero a la luz de los antecedentes, una especulación de cierto modo responsable. Además, teniendo en cuenta cuál era el protocolo a seguir en caso de un desastre sin desenlace más que la muerte.
El protocolo frente a la muerte
El republicano Richard Nixon llegó a la Casa Blanca poco antes de que el hombre llegara a la Luna y todavía no estaba envuelto en el escándalo Watergate que el año 1973 dio al traste con su carrera política. En todo el vuelo espacial, Nixon ha sido el único ser humano que pegó en el teléfono de su despacho y habló con los hombres caminando en la Luna. Fue una conversación agradable, se intercambiaron saludos, hablaron de las transcendencia del momento y todo salió a pedir de boca.
Pero Nixon también estaba llamado a tener un rol mucho más macabro en todo el vuelo espacial. Era el hombre encargado de anunciar al mundo que algo había corrido mal y los astronautas se quedarían para siempre en la Luna.
Para ello la Casa Blanca había encargado al escritor William Safire que preparara un discurso en ese sentido. Como el escritor explicó el año 1999 al programa Meet the Press, “si no hubieran logrado abandonar la Luna, la etapa más critica del vuelo, serían abandonados allí, los dejaríamos morir allí. No les quedaba otra que morir hambrientos o suicidarse”.
Fue un discurso luctuoso, sobrio y volcado hacia el futuro. Y sencillo, para la circunstancia, mientras se suponía que la tripulación estaba viva. No se sabe si Armstrong y Aldrin estaban supuestos a escucharlo. “Quiso el destino que los hombres que fueron a explorar la Luna se quedaron allí para descansar en paz. Estos hombres de coraje, Neil Armstrong y Edwin Aldrin, saben que no hay esperanza para su salvación”, son las palabras iniciales.
Afortunadamente nunca fue pronunciado. Después de ello siguieron seis vuelos a la Luna. Uno de ellos, Apollo 13, nunca llegó. El tanque de oxígeno del Módulo de Comando explotó a medio camino pero los astronautas lograron regresar sanos y salvos.
Aduana toca a la puerta
El viaje de regreso del Apollo 11 se hizo sin contratiempos. Cuando acuatizaron en el Océano Pacífico frente a las costas de Hawai, los tres astronautas fueron aislados de los demás mortales en el portaviones Hornet durante unos 20 días, para hacerse análisis para determinar si cargaban alguna bacteria peligrosa y ajena a la Tierra.
Pero en ese proceso recibieron un pedido insólito: las autoridades de migración, salud y agricultura les pidió que presentaran una Declaración de Aduana.
La razón fue simple y sigue vigente hasta hoy. Es que los tres astronautas cuando viajaron a la Luna, legalmente, salieron de Estados Unidos y de la Tierra. Fueron, por lo tanto, a una zona foránea y se movieron sobre su suelo.
Pero no ha sido la única vez que esto ha sucedido. Todas las cinco tripulaciones que han caminado por la Luna pasaron por lo mismo.
La declaración es sencilla, tiene sus nombres, indica que provenían de la Luna, omite los medios en que viajaron, pero precisa que ellos trajeron a la Tierra “muestras de piedras lunares y de polvo”. Nada más.
Está fechada el 24 de julio en el aeropuerto de Honolulu, Hawai, donde fueron procesados por un funcionario de Aduana llamado Ernest.
Gracias por el articulo. Muy interesante.