En noviembre de 2016, en el contexto de las elecciones presidenciales, entusiastas de QAnon comenzaron a socializar en sus redes el llamado Pizzagate, historia según la cual Hillary Clinton y el presidente de su campaña, John Podesta, dirigían una red de pedofilia desde el sótano de Comet Ping Pong, una pizzería de Washington DC.
Apenas un mes más tarde, el 4 de diciembre Edgard Maddison Welch, de 28 años, se colocó a la entrada de Comet Ping Pong con su AR-15 y una pistola calibre 38. Disparó, por fortuna no hubo ni muertos ni heridos. El atacante se rindió de manera pacífica cuando se dio cuenta de que aquello era totalmente falso. Durante el juicio, declaró: “leí online que el restaurante albergaba a niños esclavizados sexualmente y quería ayudar a rescatarlos”.
Al año siguiente fue condenado a cuatro años de prisión por transporte ilegal de armas de fuego y por asalto con un arma peligrosa, así como a pagarle más de 5.000 dólares al restaurante por daños y prejuicios.
Pero no sería el único caso. Recientemente, en diciembre de 2019 Ryan Jaselskis, de 24 años, entró a la pizzería con una bolsa con líquido para encendedores. Empapó las cortinas del restaurante con ese material inflamable y les prendió fuego. Un cliente y dos empleados lograron apagarlas mientras el agresor salía del local.
Al final, Jaselkis se declaró culpable de incendio premeditado y de agredir a un agente federal. Fue sentenciado a cuatro años de prisión y a tres de libertad supervisada.
La policía Metropolitana del Distrito de Columbia calificó el Pizzagate de “ficticio”.
La pizzería Comet Ping Pong ni siquiera tiene un sótano.
El problema es que las palabras no caen en el vacío.
El “Shaman”
El 6 de enero se produjo el atentado contra el Capitolio del DC. No sabemos a ciencia cierta cuántos fans de QAnon y de sus teorías se involucraron en la asonada, y tal vez no lo sepamos nunca, pero ciertamente —y por razones obvias—, no estamos hablando de cantidades irrelevantes. Símbolos de QAnon como la misma Q y la famosa bandera amarilla, entre otros, estaban generosamente representados en aquellas turbas.
Los relatos de personas que se dijeron inspiradas por el presidente para participar en el intento golpista muestran el impacto sobre esas mentes de meses y meses de discursos de Trump sobre la integridad de las elecciones y el de los llamados de sus subrogantes a luchar por revertir los resultados. Algunas han declarado que se sintieron convocadas por Trump y por su mensaje de que las elecciones se las habían robado. Una filmación de un grupo de asaltantes en los escalones del Capitolio captó a un hombre gritándole a un policía: “¡Fuimos invitados aquí! ¡Fuimos invitados por el presidente de Estados Unidos!”.
De acuerdo con el FBI, uno de los primeros en irrumpir en los locales del edificio federal fue Jacob Anthony Chansley, más conocido por Jake Angeli, de 33 años, residente en Phoenix, Arizona, el “vikingo” que captó desde temprano la atención de los medios. Descamisado, con el rostro pintado con los colores de la bandera estadounidense y portando un par de cuernos de bisonte sobre la cabeza, llevaba consigo una lanza de unos seis pies de largo con la bandera de las barras y las estrellas. “No es una coincidencia”, anota una sagaz usuaria de Twitter, “que una imagen icónica del nacionalismo blanco en 2021 sea la de un tipo jugando a lo indio”.
Pero este es solo uno de los códigos identitarios utilizados por los grupos nacionalistas blancos, hiperabundantes ese día tanto fuera como dentro del Capitolio. De entonces a la fecha, distintos análisis han venido subrayando el sentido de varios tatuajes de Angeli en sus brazos y torso, inspirados en la mitología nórdica y cooptados por distintas organizaciones de la extrema derecha. De acuerdo con Tom Birkett, profesor de inglés antiguo en University College Cork, Irlanda, el uso de símbolos nórdicos se remonta a los nazis y funciona como una forma de código escondido a simple vista: “si ciertos símbolos son difíciles de detectar para el público en general, ciertamente son como silbidos de perros para los miembros de un movimiento supremacista blanco global que conoce exactamente sus significados”. Uno de los tatuajes que lleva este hombre representa un valknut, una imagen que aparece en dos piedras suecas de la época vikinga talladas con escenas de la mitología nórdica, incluida la piedra Stora Hammars I en la isla de Gotland. El significado original de este símbolo no está claro, pero aparece muy cerca del padre de los dioses, Odin […]. Como Odin está estrechamente relacionado con la reunión de guerreros caídos en Valhalla. El valknut puede ser un símbolo de muerte en la batalla.
“Soy un soldado digital de QAnon”, tuiteó una vez. “Mi nombre es Jake, marché con la policía y luché contra BLM [Black Lives Matter] y ANTIFA en PHX [Phoenix]”. Autoproclamado “el Shaman de QAnon”, se le acusó de entrar en un edificio o terreno restringido sin autoridad legal, y por entrada violenta y conducta desordenada en el Capitolio.
Más tarde se supo que había dejado una nota amenazando al vicepresidente Mike Pence, cuya cabeza pedían a viva voz antes y después de irrumpir en el Capitolio, todo por haber “traicionado” a Trump. “Es solo cuestión de tiempo, la justicia está llegando”, escribió en un papel que dejó en la mesa donde estaba el vicepresidente durante la ceremonia de los votos electorales en el Senado. De acuerdo con varios reportes, cuando se le preguntó sobre ese texto lanzó una “larga diatriba” contra funcionarios electos —tanto actuales como anteriores— por considerarlos “infiltrados”, categoría en la que incluyó al propio Pence, al presidente electo Joe Biden, al expresidente Barack Obama y a la exsenadora Hillary Clinton alegando que participaron en “varios tipos” de irregularidades.
“Pruebas contundentes, incluidas las propias palabras y acciones de Chansley en el Capitolio, respaldan que la intención de los alborotadores […] era capturar y asesinar a funcionarios electos del gobierno de Estados Unidos”, aseguran los fiscales federales que lo encausaron en Phoenix.
Y concluyen: “Chansley actuó sobre la base de teorías de conspiración que ha defendido reiteradamente hasta convertirse en uno de los miembros de más alto perfil de un grupo que atacó al Congreso. Nada sugiere que haya aprendido de esa experiencia, a fin de evitarla, si está en libertad antes del juicio”.
Los mismos fiscales también alegan que planeaba regresar a Washington el 20 de enero para la toma de posesión de Joe Biden. “Su repetida y demostrada falta de voluntad para ajustarse a las reglas sociales sugiere que no lo detendrá un caso criminal pendiente”, escribieron.
El albañil
Un segundo fan de QAnon, el albañil Douglas Jensen, de 41 años, residente en Des Moines, Iowa, fue otro que estuvo entre los primeros en irrumpir en el Capitolio.
Imágenes de video lo muestran vestido con un pulóver con la letra “Q” en el centro del pecho mientras conduce a una turba hacia un oficial de raza negra, quien sube un tramo de las escaleras hacia el local del Senado, aparentemente en busca de refuerzos. En varias fotos Jensen aparece en actitud francamente confrontativa.
Este individuo desobedeció las órdenes del oficial de detenerse y de levantar las manos, y en su lugar condujo a la multitud hacia él de manera amenazadora. Admitió ante un agente del FBI y un detective de la policía de Des Moines que quería estar entre los primeros en entrar al Capitolio porque llevaba su camiseta con la “Q” y quería estar en un video de manera que “Q” pudiera “tener el crédito”. Por las dudas, el incidente fue filmado por un camarógrafo del HuffPost: “Estamos aquí por el gobierno corrupto”, le grita al oficial.
Su hermano, William Routh, de Clarksville, Arkansas le dijo a Associated Press (AP) que durante mucho tiempo le había advertido sobre las teorías de conspiración de QAnon, y sobre todo acerca de la idea de que Trump estaba usando secretamente su oficina para combatir a pedófilos satánicos. “No creía en QAnon y le dije que tuviera cuidado con lo que escuchaba porque nadie sabe qué cosa es QAnon. Nadie sabe quién es Q, no sé dónde obtiene su información“.
En las semanas previas a los sucesos del DC, Jensen expresó su apoyo al presidente y a QAnon: “¡Estoy listo para cuatro años más! Haré lo que sea necesario”. Y el día anterior tuiteó: “WWG1WGA”, el grito de guerra de QAnon: “donde vamos uno, vamos todos”. El 26 de diciembre se dirigió a Trump con las siguientes palabras: “Estamos listos. He tratado de preparar a todos mis amigos cercanos y a mis familiares”.
Ahora enfrenta seis cargos federales, que incluyen obstrucción a la aplicación de la ley durante un desorden civil, resistencia a un oficial de policía del Capitolio, entrada y permanencia violenta en un edificio restringido y conducta desordenada.
Las dos fallecidas
QAnon también aportó dos de las cinco víctimas fatales que se reportaron en el Capitolio. Ambas, mujeres: la primera, Rosanne Boyland, de 34 años, de Atlanta, igualmente movida a participar en el asalto debido a la creencia de que Trump había ganado las elecciones y de que fuerzas oscuras querían impedirle un segundo término.
Arrestada varias veces por drogas, Boyland había entrado en proceso de rehabilitación y encontrado un nuevo propósito en la política, le dijo a la prensa un amigo suyo, Nicholas Stamathis. “Logró limpiarse y estar sobria, dejó de culpar a otras personas por sus problemas, pero se volvió realmente conservadora”, enfatizó.
Según sus familiares, durante los últimos seis meses había comenzado a apasionarse por las teorías conspirativas de QAnon. “Me enviaba mensajes de texto con algunas de esas cosas y yo le decía: ‘Déjame verificar eso’. Y me sentaba allí: ‘Bueno, no creo que eso sea realmente correcto’”, dijo su hermana, Lonna Cave, de 39 años. “Nos peleamos por eso, discusiones”.
En su página de Facebook abundaban fotos y videos alabando a Trump y promoviendo ideas tales como que un grupo a la sombra estaba utilizando la pandemia de coronavirus para robarse las elecciones.
De acuerdo con Justin Winchel, un amigo suyo presente en el lugar cuando murió, fue aplastada en el suelo durante un choque entre policías y asaltantes. “La gente empezó a caer y luego a pisotearse”, le dijo a la emisora de WGCL-TV de Atlanta. “Puse mi brazo debajo de ella y la estaba sacando, pero luego otro sujeto le cayó encima, y otro le estaba caminando por arriba. Había gente, simplemente, aplastada”.
La hermana declaró que Boyland no tenía intención de cometer actos violentos, y que la familia le había pedido no ir a Washington DC. “Me prometió: ‘Voy a quedarme al margen. Solo voy a mostrar mi apoyo’, pero le costó la vida”, dijo.
La segunda fue Ashli Babbitt, de 35 años, de San Diego, California, una veterana la Fuerza Aérea. Expartidaria de Obama, dio un brusco giro de 180 grados en su orientación política. Publicaba fotos con gorras rojas MAGA y camisetas con la inscripción “We Are Q”. Posteó que las elecciones presidenciales de 2020 se las había robado una camarilla adoradora de Satanás, y que le tocaba a la gente común reinstalar a Trump en la presidencia.
Pocos días antes de los eventos del Capitolio, reprodujo un texto prometiendo un levantamiento violento que conduciría a la segunda toma de posesión de Trump. “Nada nos detendrá”, dijo. Y comentó: “Pueden intentarlo y probarlo, pero la tormenta está aquí y está descendiendo sobre el DC en menos de 24 horas…. ¡de la oscuridad a la luz!”.
Y el mismo 6 de enero: “Caminamos hacia el Capitolio en una multitud. Se estima que hay más de tres millones de personas aquí hoy. Hay un mar de patriotas rojos, blancos y azules para Trump. ¡Dios bendiga a Estados Unidos, patriotas!”.
Se está en presencia, desde luego, de otro caso sobre las consecuencias de validar las representaciones conspirativas de QAnon: al final, Babbitt cayó fulminada por el disparo de un alguacil cuando trataba de penetrar por el hueco de una puerta en una zona del Capitolio en la que estaban refugiados muchos congresistas.
Una revisión sumaria de los protagonistas y los sucesos de ese día, sin dudas un parteaguas en la historia de Estados Unidos, arroja que los nacionalistas blancos y sus alrededores, entre ellos los de QAnon, llevaron a la práctica en el Capitolio una idea largamente compartida: que la violencia era legítima.
No se puede entonces sino concluir con una reflexión del abogado y profesor cubanoamericano Flavio Risech: “Esta fue una afirmación masiva y sin vergüenza de la supremacía y la impunidad blancas. Este era el negocio blanco ‘según lo usual’ desde al menos 1620. Es la historia de Estados Unidos, no una aberración. Trump no ‘nos obligó a hacerlo’. Podemos perder el tiempo debatiendo los sentimientos y motivaciones de estas personas, pero tenemos que ver una realidad más profunda: que ellos son nosotros y esto es lo que Estados Unidos es y siempre ha sido. A menos que enfrentemos la inocencia blanca (‘Oh, esas personas incivilizadas no me representan!’) y terminemos con la impunidad blanca, la democracia no puede existir y las vidas de las personas de color siempre importarán menos”.