El pasado 27 de enero se cumplieron diez años de la muerte del historiador Howard Zinn (1922-2010). Cuentan que antes de jubilarse, allá en la universidad bostoniana donde por entonces enseñaba, terminó su última clase convocando a sus estudiantes a una manifestación. Este hombre, a quien su ex alumna Alice Walker definió como “un alborotador con un corazón de oro”, fue uno de esos en los que vida y obra resultan decididamente inseparables, dos caras de una sola moneda que no admite bifurcación.
Nacido en Brooklyn, Nueva York, en el seno de una familia inmigrante obrera y muy pobre, fue sin dudas uno de los historiadores más provocadores de los Estados Unidos. Muy joven, tuvo que trabajar en un astillero y en una pluralidad de empleos a fin de paliar la magra economía de la familia. El primer libro que leyó lo encontró en la calle, donde pasaba la mayor parte del tiempo, como muchos niños de su condición: era Tarzán y las joyas de Oppar, de Edgar Rice Borroughs.
Luego, mediante un sistema de cupones, se las agenció para obtener las obras completas de Charles Dickens, que le descubrieron un sentido de lo social. A los 13 años, los padres pudieron comprarle una máquina de escribir Underwood, a un costo de cinco dólares. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, e imbuido por su decidido ideario antifascista, se enroló como piloto de la Fuerza Aérea, contrajo matrimonio antes de partir para Europa y participó en bombardeos sobre Checoslovaquia y Francia.
A los 27 años matriculó en la Universidad de Nueva York, con la ayuda del gobierno gracias a su condición de ex combatiente (GI Bill). Después de graduado, en 1956, obtuvo una plaza de profesor en Spelman College, Atlanta, una escuela para mujeres negras desde la cual se involucró en el movimiento de derechos civiles, iniciado con el conocido episodio de Rosa Parks en un ómnibus sureño. De allí sería despedido en 1963 por sus actividades políticas, para luego ejercer la docencia en Boston University, institución que un día lo nombraría Profesor Emérito en Ciencias Políticas.
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Zinn fue uno de los más interesantes pensadores del siglo XX norteamericano.
Marcada por experiencias como el movimiento de los derechos civiles, la Guerra de Viet Nam, los Papeles del Pentágono, el escándalo de Watergate y la crisis de legitimidad a él asociada, su obra construye un pensamiento alternativo.
No calificó nunca ni por asomo como intelectual de gabinete o como un simple profesor universitario: su reflexión se vio permanentemente acompañada –y alimentada– de un activismo que desarrolló en contacto directo con bases y actores sociales.
Su mayor aporte radica, sin dudas, en la lectura e interpretación de la historia. A People’s History of the United States, su obra maestra, resume de alguna manera las claves que recorren su trabajo ensayístico-historiográfico, integrado entre otros por estudios que mucho dicen acerca de sus preocupaciones fundamentales: Vietnam: The Logic of Withdrawal (1967), Disobedience and Democracy (1968), The Politics of History (1970) y Postwar America (1973).
Zinn concebía la escritura de la historia como un acto de toma de posición. En efecto, prescinde deliberadamente de esa asepsia y pretensión de objetividad —siempre un desideratum— que recorre la autoconciencia de la academia del mainstream. La neutralidad, dijo el autor, en rigor no existe. Siempre hay un punto de vista: sobre la guerra, sobre la igualdad sexual, sobre los derechos civiles o sobre otros asuntos que incidirán en la selección de sucesos emprendida por todo historiador, así como en el modo de discutirlos y resolverlos.
De acuerdo con su filosofía de la historia, el individuo existe en la medida de los procesos histórico-sociales que encarna. Zinn suscribe un enfoque de la independencia de las Trece Colonias que, a contrapelo de las historias tradicionales –las cuales suelen idealizar y/o mitificar el papel de personalidades como Alexander Hamilton, Thomas Jefferson o Samuel Adams–, no se regodea ni en padres fundadores, ni en legados presidenciales, para subrayar en cambio el papel de los sectores populares en la independencia estadounidense y, de hecho, en toda la historia nacional.
Pero lo que constituye el principal rasgo característico de su manera, aquello que sin dudas le dio mayor notoriedad, fue el reconocimiento y validación del protagonismo histórico de americanos nativos, afro-americanos, mujeres, trabajadores, marginales, soldados, ser una suerte de Bernal Díaz del Castillo estadounidense. Vistos desde la “historia oficial”, si esto existe, los capítulos de ese libro dedicados a los indios, los negros y las mujeres exhiben un enfoque hasta entonces atípico: no hablan de los americanos nativos, sino desde los americanos nativos, ni de los afro-americanos, sino desde los afro-americanos, ni de las mujeres sino desde las mujeres, como queriendo dar voz propia a gente sin historia –una labor que, por cierto, han venido continuado otros historiadores.
Por lo demás, hubo siempre en Zinn la sostenida voluntad de conceder un lugar a los puntos de vista del otro, una movida pendular respecto al discurso etnocéntrico. El etnocentrismo histórico, grosso modo definido, es aquella tendencia que utiliza como rasero las perspectivas del poder a la hora de valorar los acontecimientos en los cuales los Estados Unidos se han visto involucrados, sobre todo –aunque no solo– cuando han vencido. Mexicanos, filipinos, cubanos, vietnamitas aparecen así en esas páginas no solo como objeto de estudio, sino como protagonistas y con idéntico derecho de figurar en una historia de la que muchas veces han sido borrados.
A People’s History of the United States fue un libro de madurez y decantación, resultado de acuciosas lecturas, de hechos y actores sacados de la trastienda, docencias y confrontaciones. Bueno a veces para discrepar, lo cual lo hace atractivo por partida doble.
A pesar del tiempo, sigue siendo eso, una lectura sencillamente apasionante.
Tuvo la lucidez y el coraje de criticar siempre, desde su anarquismo y antimperialismo, al autoritarismo burocrático construido en nombre del socialismo. Su postura ante los encarcelamientos y fusilamientos de 2003 en Cuba lo atestigua. Recuerdo tus anécdotas al respecto, Alfredo
Dmitri Prieto, compañero de ruta libertaria de Zinn, escribió este homenaje hace diez años https://havanatimesenespanol.org/diarios/dmitri-prieto/howard-zinn-%C2%A1hasta-siempre-salud-y-anarkia/
Hubiera sido muy provechoso que se mencionara en este artículo el vínculo de Zinn con Cuba, en especial su condena a los fusilamientos y represión de la Primavera Negra en la isla. Hubiera servido para demostrar que hay intelectuales de izquierda que no se escudan tras la supuesta “exclusividad” de Cuba para silenciar sus errores y horrores.
NO es un texto sobre Howard Zinn y Cuba sino sobre la figura y el pensamiento de Howard Zinn DENTRO de los Estados Unidos y su vision de la Historia. No hay que caer en el cuento de Alvarez Guedes: “los fenicios, los fenicios”…