Centenares de miles de personas y unos 500 jefes de Estado despidieron este lunes a la reina Isabel II en un servicio fúnebre que duró todo el día comenzando en la Abadía de Westminster y finalizando a 40 kilómetros de Londres, en el Castillo de Windsor, donde la monarca fue sepultada al lado de su esposo, Felipe de Edimburgo y sus padres.
En un país conocido por la pompa y la circunstancia, este fue el primer funeral de Estado desde el de Winston Churchill en 1965. Estuvo lleno de rituales: antes del servicio, una campana sonó 96 veces, una vez por minuto por cada año de vida de Isabel. Luego 142 marineros de la Armada Realutilizaron cuerdas para tirar del carro de armas que llevaba su ataúd, cubierto con la bandera, a la Abadía de Westminster. Los portadores del féretro lo llevaron dentro. Unas 2 000 personas, desde líderes mundiales hasta trabajadores ordinarios, se reunieron para homenajearla junto a la familia real.
La nave fue decorada con los adornos del Estado y la monarquía: el ataúd fue cubierto con el estandarte real y encima se colocó la corona imperial, que brillaba con casi 3 000 diamantes, el orbe y el cetro del soberano, que Isabel II empuñó durante la coronación en junio de 1953.
Pero lo personal también estuvo presente: el ataúd fue seguido por generaciones de descendientes de Isabel, incluido el rey Carlos III, el heredero, que soltó una lágrima al ingresar a la Abadía, sus tres hermanos, el príncipe Guillermo, nuevo Príncipe de Gales, y su hijo Jorge, de 9 años, el segundo en la línea al trono. En una corona de flores sobre el ataúd, una nota escrita a mano decía: “En memoria amorosa y devota”, firmada por Charles R, por Rex o rey en latín.
“Aquí, donde la reina Isabel se casó y fue coronada, nos reunimos viniendo de todo el país, de la Mancomunidad Británica, y de las naciones del mundo, para llorar nuestra pérdida, recordar su larga vida de servicio desinteresado y con la confianza segura de entregarla a la misericordia de Dios, nuestro hacedor y redentor”, dijo a los dolientes el decano de la abadía medieval, David Hoyle.
El servicio terminó con dos minutos de silencio observados en todo el Reino Unido. Incluso los aeropuertos nacionales cerraron operaciones durante media hora para garantizar el silencio absoluto. Luego los asistentes cantaron el himno nacional, ahora “Dios Salve el Rey”.
El día comenzó temprano, cuando las puertas del anexo Salón Westminster, de novecientos años de antigüedad, se cerraron al público después de que cientos de miles desfilaron delante del ataúd.
El lunes fue declarado feriado público en honor a la fallecida reina, quien murió el 8 de septiembre. Cientos de miles de personas acudieron al centro de Londres para presenciar lo que muchos observadores consideran el final de una era.
Llenaron aceras y jardines para ver el cortejo fúnebre recorrer las calles de la capital después del servicio. Cuando la procesión pasó por el Palacio de Buckingham, la residencia oficial de la reina en la ciudad, el personal se paró afuera. Algunos inclinándose y haciendo reverencias. Muchos llorando.
Mark Elliott, de 53 años, quien viajó desde el distrito de los Lagos en el norte de Inglaterra con su esposa y sus dos hijos para ver la procesión, se levantó a la 1:30 a. m. para buscar un buen lugar a fin de poder observar de cerca del palacio.
“Sé que no conocimos a la reina, pero ella ha sido nuestra jefa de stado durante se`tenta años, sientes que la conoces, sientes que es parte de la familia. Es algo conmovedor”, dijo a la BBC.
Más personas se alinearon en la ruta que tomó el coche fúnebre desde la capital hasta el Castillo de Windsor, y muchos arrojaron flores al cortejo a su paso. Millones más sintonizaron el funeral en vivo y las multitudes acudieron en masa a los parques y espacios públicos de todo el Reino Unido para verlo en las pantallas gigantes. Incluso el machón de Google se volvió un negro respetuoso para el día.
Cuando el ataúd llegó al castillo de Windsor, hubo conmovedores recordatorios de su amor por los animales: un mozo de cuadra estaba parado al costado del camino con uno de sus ponis, Emma, y dos empleados del palacio cuidaban de dos de sus corgis, Sandy y Muick, a la entrada del Castillo.
Durante la ceremonia de entierro en la Capilla de San George en los terrenos del castillo, el decano de Windsor, David Conner, elogió a Isabel por su “vida de servicio incansable” a la nación, pero también por su “amabilidad, preocupación y cuidado de su familia, amigos y vecinos”. ”
Luego la corona, el orbe y el cetro fueron retirados del ataúd y colocados en el altar, separándolos de la reina por última vez. Su ataúd fue bajado a la bóveda real a través de una abertura en el piso de la capilla.
El rey Carlos III lucía cansado y emocionado mientras los presentes cantaban el himno nacional.