El Mundo Unipolar regido por Estados Unidos nació hace unos 30 años, con la disolución de la Unión Soviética y sus países clientes. Calificado de desastre geopolítico por Vladimir Putin, su caída fue alabada por el norteamericano Francis Fukuyama quien planteó en su artículo de 1989, El Fin de la Historia y en su posterior libro El Fin de la Historia y el Último Hombre de 1992, que no solo la historia había terminado, sino todas las guerras, revoluciones, conflictos sociales y económicos. Así, el mundo comenzaba una era dorada sin contradicciones ideológicas, ya que el fascismo y el comunismo habían sucumbido, un periodo sin igual de progreso mundial, gracias al sistema ganador, la democracia liberal.
Los demócratas liberales se regocijaron mucho cuando Fukuyama saltó a la fama. Al fin les había llegado, junto a la victoria, la justificación teórica de por qué eran los mejores y más buenos. Iniciarían con el globalismo, la libertad plena del hombre y el progreso consustancial a la democracia, la creación del paraíso en la tierra, paraíso en que otras ideologías habían fracasado. Tendrían toda la oportunidad de hacerlo, porque ¿cómo no? Si el mundo era unipolar y Estados Unidos, como única potencia mundial, estaba a la cabeza. Pero no fue así.
En los 33 años después que se “acabó” la historia se han desatado en el mundo 22 guerras, 36 conflictos regionales con un saldo nada dorado de 11 millones de muertos, 36 ciudades destruidas completamente y millones de refugiados y heridos.
Vemos que las proyecciones de Fukuyama no fueron nada precisas en la eliminación de las guerras, aunque el mismo autor se guardó dos causas para que pudieran desatarse: el nacionalismo y las religiones. Ahora bien, ¿hasta dónde y cómo esas causas no han sido siempre fuente de ideologías? Causas de guerra, claro. El error de Fukuyama es haber sido totalizador a partir de su propia ideología neoconservadora1, y olvidar otros aspectos fundamentales de la sociedad y la naturaleza humanas.
En 25 años después de su famoso libro, se empezó a gestar la guerra que tiene al mundo en ascuas estos días. El triunfo de una revolución en forma de golpe de Estado, el Euromaidán ucraniano en 2013, sacó del poder a Víctor Yanukovich, cercano a Moscú y puso en mayo del 2014 en el poder a Petro Poroshenko, un oligarca ucraniano perteneciente a una de las 25 familias que ostentan el dominio económico de Ucrania, y que empezó a acercarse a las democracias liberales de Europa y a la OTAN, que en ese mismo año daba pasos a integrar Ucrania en su seno.
En 2014, Rusia se anexa Crimea y se produce la escisión prorrusa de Donetsk y Luhansk. Y comienza, virtualmente la guerra ruso- ucraniana. Moscú hace varias peticiones diplomáticas para que la OTAN no siga avanzando hacia sus fronteras. Pero ante la negativa, Moscú lanza su invasión en toda regla.
Con este paso, Rusia cambió, tal vez para siempre, el actual equilibrio del orden mundial unipolar. Junto a China, que tiene un reclamo sobre Taiwán, y cuya soberanía le pertenece desde la Resolución 2758 de la Asamblea General de Naciones Unidas que reconoció a la República Popular China como “el único representante legítimo de China ante Naciones Unidas” y expulsó “a los representantes de Chiang Kai-shek del puesto que ocupan legalmente en Naciones Unidas”. Estados Unidos y sobre todo Biden, con una visión política torpe y la influencia del pensamiento neoconservador, ha facilitado la solidaridad actual entre Moscú y Pekín, cuyo objetivo inicial, en la política norteamericana de los años setenta, era precisamente lo contrario: dividirlos.
La situación internacional apunta a que el actual conflicto en Ucrania —con las naturales sanciones económicas a Rusia, y la alianza con China— puede significar, y así lo cree firmemente este articulista, que nos encontramos en el primer capítulo de la lucha por un nuevo orden mundial, distinto a la unipolaridad que detentó Estados Unidos por tres décadas.
Un mundo multipolar, con respectivas y diversas esferas de influencia geográfico-económica. Con distintas visiones, amigo Fukuyama, de cómo debe organizarse cada sociedad, cada país, con sus particularidades, a partir o no de la economía de mercado, con el riesgo inherente que dicha elección conlleva. Acabando con la posibilidad de un gobierno mundial, de una sola versión de la realidad, del dominio de una sola ideología, y del aburrimiento, el estupor y la docilidad del “último hombre” en la concepción de Nietzsche, no en la suya, en que ese hombre era un feliz castrado, contento solo de poder consumir todo lo consumible, de justificarlo todo, incapaz de rebelarse ante nada, pero con el inmenso problema de no tener problemas.
Tres o tal vez, cuatro grandes zares en el planeta tierra rigiendo en sus respectivas regiones geográficas. Y se me ocurre de pronto, ¿Cuál será el destino de Cuba, como nación, en esa pelea de gigantes, gane la multipolaridad ruso-china-EEUU o el mundo unipolar norteamericano? Porque gane el enfrentamiento uno u otro, Cuba siempre permanecería en la esfera de influencia de Washington. Y si el mundo se divide así, ninguna superpotencia va a mirar por encima de su cerca a ver cómo les va a los países de las otras, y menos a protegerlos. ¿No? Habrá que pensar en eso.
Fukuyama esta en lo correcto,pero la accion de furzas remanentes de los paises totalitariosno es nada extrano.La historia los ira borrando …..