Ese es el más extendido modo nuestro de enunciar, en posesivo, al padre. Miapá esto, miapá lo otro. Lo que está ahí, guardado en esa deglución de la “p”, es el regusto por el trato íntimo al que se llega con quien ha tenido las manos más grandes o ha sido, entre todos, el más alto del universo.
Miapá que estuvo allí y que hizo aquello, es celebrado hoy. Aparecerán regalos, rones, cervezas y cakes. Y tendremos también el recuerdo quieto y la nostalgia por los que no están.
Felicidades, “Miapá”, le deseamos al padre que hace mucho bajó del pedestal. Ya no se le trata de usted, ni es el jefe de nada, ni su voz retumba, ni hay que temerle.
Al padre nuestro, que es cada vez más gentil y cazuelero le festejamos hoy su día. Es el padre cercano que aprendió a cocinar –o se defiende– y se sabe el truco de los pañitos calientes para aliviar la tos.
Miapá es, en resumen, un ser renacido que se ha venido modelando. Una forma moderna de la paternidad que no requiere juventud solamente. Lo que lleva es un swing distinto.
Para ser “Miapá” los hombres necesitan relajarse, y perderle el gusto al poder violento que en la familia se deja ver en la controladera, en el majaseo, en gritos y hasta en golpes. Esos padres no llegan a ser miapaces, sino simples proveedores de material genético.
Los padres del babyboom cubano, que hoy son abuelos de 70 años o más, estrenaron las formas de ser miapaces. No sin dolor, porque hay que ver que al ser humano le gusta preponderar.
Ellos aprendieron a disfrutar una familia más democrática, a gozar los rigores de la crianza de los niños y fueron convirtiéndose en compañeros no solo de las madres, sino también de los hijos nuevos.
Los hijos, a su vez, maternalizaron la relación con sus padres. Los tradicionales lazos emocionales que tenemos con ellas los compartimos ahora, a veces fifty-fifty.
Los padres de los 90s, los inolvidables años de la pobreza material y de la dispersión familiar, del desarraigo físico y sentimental, apuñalearon a muchos miapaces. Fueron de más a menos condicionados por la necesidad, pero no se extinguieron.
“Miapá” está arraigado entre nosotros.
Durante los últimos quince años, llegada esta hora de reinventarnos como sociedad, los padres que organizan con conciencia su destino, que desean sobre todo ser padres, que buscan dotar y heredar a sus hijos bienestar y alegría, son, diría, más conscientes de su miapacidad.
Es domingo y los cubanos armamos nuestra fiesta para esos padres con nuevos poderes.
Como en los bancos, hemos depositado en ellos capital amoroso con una tasa de interés creciente. Ya no acatamos; ahora consultamos y aprendemos con ellos. Ya no reverenciamos; ahora los queremos más que nunca.
Lindo.