El ombligo, si…

Este pequeño engendro gráfico de “La Rampa” representa perfectamente su época.

A fines del pasado verano sembré dos plantas de tomate en un patio. Crecieron espléndidas, robustas, más vivas que un gallo. No tardaron en aparecer pequeños tomatitos, de un verde intenso, compactos, apretaditos. Diferentes a los que se pueden encontrar en el mercado. Un mal día, las plantas amanecieron arrasadas. Los venados se las comieron en la noche, específicamente los frutos superiores y las fluorescencias, que les encantan. Quedaron dos o tres solamente, pegados al piso. Una lamentable sorpresa, como sensación de pérdida, no importa si era o no recuperable, igual de amarga.

Cuando recibí esta fotografía sentí algo parecido. A todas luces, una intervención reciente en la identidad del cine “La Rampa”, en el Vedado. Y que por extensión pudiera afectar al resto del paseo —desde la calle L hasta el Malecón. Es que las referimos con el mismo nombre. Resulta que los burócratas se zamparon la imagen despersonalizada pero pregnante que todos dimos por supuesta.

La fachada conservaba tres de las cinco bandas originales de losas de color marrón. Las otras dos desaparecieron tiempo atrás detrás del excelente símbolo de la Cinemateca. No llegué a ver el cartel original, ubicado a la izquierda, sobre la marquesina y donde se leía “Cinema La Rampa” en una tipografía display, con cierto espíritu decó tardío y contiguo a la fabulosa identidad de la pizzería Milán. El frente acogía publicidad o la promoción de las películas en proyección. Impresionante.

Hoy encuentro esto.

Llevamos dos años reiterando la tendencia de muchos creativos a abordar trabajos de identidad desde una óptica personalista o a partir de enfoques lúdicos, casi recreativos. No importa que el propósito inicial sea la búsqueda de lo singular. Termina en una tediosa indagación sobre si misma. En este caso es prácticamente una clase sobre cuanto se puede torturar una composición tipográfica. Puede decirce que se autologotipa dejando atrás la naturaleza del activo al que debe servicio… a su entorno e historia. Y sin considerar siquiera sus receptores naturales, transeúntes de toda clase y educación. Parece concebido para alguien con entrenamiento visual, para el escrutinio del gremio, de los colegas o para “encandilar” posibles clientes.

Entiendo que cuando un diseñador recibe un encargo de esta naturaleza, que será ubicado en una esquina tan emblemática y observado por miles de personas cada día, experimente un furor creativo, una especie de arrebato fecundo. Porque es una fantástica oportunidad para mostrar al mundo, a la ciudad, a la novia o novio, a la familia, a todos los conocidos, lo que podemos hacer con un mouse.

Imagino que no quede mucho de la fuente original, ni de su interletrado. A la postre un texto dividido en dos bloques diferenciados. Lo peor, en mi criterio, es el corazoncito que insinúa la M, invadida por los rasgos de las letras colindantes. Lo dejo como uno de los logos más manoseados que he visto en mi vida. Justo al doblar esa misma esquina puede leerse el mismo texto: La Rampa, en una enorme y lúcida composición de estilo pop. ¿No era suficiente? ¿No era mejor idea restaurarla o mejorarla si es que a alguien le resultó huérfana la fachada frontal?

“La Rampa” es hoy mucho más que un cine. Es un estilo de vida, uno de los símbolos de la corrida habanera de los sesenta. El entorno, con tantos centros nocturnos, le afecta especialmente. Como al Yara. Son demasiado visibles. Recuerdo cómo gritó Leal cuando a principios de los 90 la UJC de Robertico quiso usar el Morro para una campaña política. Toda ciudad es su historia. Cualquier acción sobre su aspecto debería ser muy meditada y consultada por muchos especialistas. Nada más observar cómo se preserva y custodia el corpus simbólico político. Intocable. Sobre lo no político la vigilancia es escasa. Por no interesa al poder.

La Habana ha sufrido innumerables agresiones. Desde la tala indiscriminada del arbolado público, a la vez que el mundo prioriza la integración de más espacios verdes el tejido urbano, hasta la aventura de los adocretos y la sostenida mutilación de su arquitectura… Este pequeño engendro gráfico representa perfectamente su época. La monumentalidad del letrero de la calle O fue un reflejo de la grandeza autoritaria del experimento social. Se expuso sin la menor vergüenza a la consideración de la ciudad, dominante y desmesurado. Representó la prepotencia de la gesta. En comparación, la nueva identidad —absorta en sí misma.. pequeña y canija, sin más pretensión que ser— es también el espejo en el que nos miramos hoy como sociedad. Desconectado de la realidad, de su época, exiguo y patéticamente narcisista. Si observamos la esquina desde el Centro Internacional de Prensa, percibimos claramente el arco histórico… de donde vinimos y donde hemos llegado. Diminutos y retorcidos. Autorreferenciales y baratos. Raritos.

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