El sábado siete de octubre de 2006 el periódico Granma —entre otras noticias de peso— alertaba del peligro en que se encontraban las polimitas cubanas. Recomendaba tomar medidas urgentes para frenar el deterioro de sus poblaciones y tratar de aumentar su número significativamente. Informaba también que miles de reses habían sido trasladadas de Guantánamo a otras provincias a causa de la sequía. En el extranjero se daba a conocer el asesinato de la periodista rusa Anna Politkóvskaya, símbolo de una oposición a la política de Vladímir Putin en Chechenia. Le pegaron cuatro tiros en el ascensor del edificio donde vivía. Esa misma mañana caminaba por la calle Obispo rumbo al Palacio del Segundo Cabo. Asistía religiosamente cada sábado al Sábado del Libro. En aquellos tiempos compraba casi todos los libros que publicaban las editoriales cubanas.
Encontré esta foto revisando viejos archivos. No recuerdo haberla tomado. Pero de algo estoy seguro. No estaba pensando en estos textos. El primero saldría a la luz en Facebook el 16 de enero de 2020, catorce años después. De la misma forma también creo que la hice por una razón: porque a veces tengo razón, por mucho que le pese a los que prefieren que no la tenga.
Porque entonces y hoy, sus signos me llevaron a oscuros dominios. La lluvia dorada —la urolagnia del siglo XIX— es una parafilia sexual que describe la búsqueda de placer en el acto de orinar sobre la pareja o ser orinado por ella. Mucho antes de la llegada del internet a Cuba el fenómeno se trataba extensamente en la literatura erótica nacional. En la literatura de los 90, si no recuerdo mal, era un tema bastante recurrente. Es posible que sea una práctica considerada por muchos del todo repugnante, pero otros tantos la disfrutan enormemente. Y según la literatura especializada, es algo que la mayoría de las parejas han experimentado alguna vez o al menos, han fantaseado con la idea.
Más allá de la asociación sustantiva la expresión tiene un origen de casta. Viene de la mitología clásica. Zeus se afanaba en “conquistar“ a Danae, que permanecía a salvo en una jaula impenetrable. El dios se volvió lluvia dorada para bañarla de su propia divinidad. Torrencial, llegó a dejarla embarazada para que diera a luz al mítico Perseo.
En el mundo del porno, en cualquier sitio de los miles que están disponibles en la red, tiene incluso galería aparte. Pero no hay que llegar tan lejos o caer tan bajo. La mismísima Nicole Kidman orina sin ningún truco en la cara del actor Zac Efron, en la película The Paperboy, de 2012.
Esta larga introducción es puramente contextual. No hay mucho que decir del logo del bar cafetería La lluvia de oro. Es un nombre bastante probable para un local chino. El dragón rojo, La luna de plata, La lluvia dorada. A los chinos les gustan mucho esa clase de nombres, rebuscados y finos. Claro que quizás la calle Obispo, tan comercial, no se sienta intimidada por estos excesos nominales.
En el plano formal el cartel está resuelto en una tipografía algo confusa. No la reconozco a primera vista. Y no por ello no me gusta. La palabra “oro“ insinúa un símbolo fálico. Al menos itifálico. Refuerza la confusión. Y bueno… si seguimos por ese camino y damos la vuelta, llegamos a esa otra lluvia copiosa y dorada que provoca la cerveza, que es, también, dorada, líquida y puede ser —si los tiempos son buenos—, caudalosa. Un cartel que me produce la misma somnolencia que dos o tres cervezas tibias. Sopor.
No es grave, naturalmente. Es arriesgado desde algún punto de vista. Aunque solo sea para hablar de ello. En la práctica no tiene la menor importancia. Hay pocos espacios donde se puede ser impecable. O intentarlo, nada más. Delante de una hoja en blanco, o de la pantalla de la computadora. No hay excusas en la precariedad. A veces encontrar un nombre portentoso, hacerle un diseño ejemplar, depende del compromiso, de prestar atención. ¿O es que alguien cree que Capablanca llegó a campeón mundial pensando en las musarañas?