La radio en español en Miami tiene ciertas vertientes que son un auténtico tratado de sociología. (Psiquiátrico, también). Uno se da cuenta al escucharla diariamente mientras maneja el Uber.
Con la radio de Miami en español es perfectamente posible despertarse por la mañana, recoger el periódico, comenzar a leer un articulo con el café, y seguir escuchando ese mismo artículo en el carro yendo para el trabajo. La razón es simple: las emisoras no quieren invertir en periodistas y les es más fácil leer el periódico. De hecho, las noticias de los periódicos deciden el contenido de los noticieros y espacios de comentario. Muy raramente un noticiero radial se salta el menú de las noticias escritas. Apenas un par de emisoras no entran en eso.
Hace años cuando trabajaba en el Miami Herald una tarde escribí un articulo y al día siguiente, yendo a trabajar, sintonizo una emisora y el locutor está leyendo algo que me es tremendamente familiar. “Coño, si eso lo escribí yo ayer”, me dije. Ese día en la redacción me explicaron que acá ese fusilamiento, con premeditación, alevosía y nocturnidad, es lo más natural del mundo.
La semana pasada estaban leyendo un articulo del Herald sobre el asesino de las mezquitas en Nueva Zelanda y el locutor insistía que el tipo era de Austria. Como yo sabía qué estaba leyendo, compré el periódico y allí estaba la nota clarita: Australia. Le comento esto a un colega de los deportes y me cuenta. “No es nada. En últimos juegos olímpicos uno de la radio tal hablaba de los ‘helénicos de Suiza’”.
Por eso escucho música. Pero los programas musicales nocturnos sirven para todo menos para escuchar música. Yo no tengo nada contra las tertulias, pero sí de una tertulia entre amistades por radio. Si en Miami hay programas de radio nocturnos que son una eterna conversación entre la presentadora y sus amistades. Ella recibe llamadas en estudio y todos los que hablan allí son sus conocidos. No hace falta que se identifiquen, se conocen la voz.
“Hola mi amiga, ¿cómo estás? Esta noche estás acabando”, dice una oyente sin que le importe que el programa acaba de comenzar. No lleva ni un minuto en el aire y ya está ‘acabando’. Y después se explayan en lo humano y lo divino.
Hace unos años escuché una conversación de lo más interesante. “Fulana, me enteré de que tu abuelito está malito”. Fulana contestó algo así como “de lo más malito está. Lo hemos llevado al médico y…”, ha dedicado los siguientes 10 minutos a describir los padecimientos del pobre anciano sin el más mínimo pudor por su privacidad. Nos enteramos de que es un milagro de sobrevivencia porque tenía todos los achaques para ir directo al cementerio.
Hay que decir que allí impera la nostalgia. Cuando hablan de lo que dejaron atrás te das cuenta de que si se suman todas las caballerías de tierra que dicen haber dejado, no se trata de Cuba sino de Australia. Es alucinante.
Todo esto mezclado con los anuncios publicitarios, casi todos orientados hacia productos de primera necesidad de cierta edad. “Pase de impotente a potente”, dice uno, que promete la cura milagrosa en la primera consulta a modo de “experiencia”. “Si no está contento vuelva de nuevo, que le devolvemos su dinero”.
De hecho, los anuncios son un tratado aparte. El de las inmobiliarias son un batazo. Te prometen bajar la hipoteca alargando los plazos, algo natural en el sistema bancario. Pero también te dicen que si mueres en el intento la deuda se congela, “bajo ciertas condiciones”. Lo que no explican son las “condiciones” esas porque, naturalmente, no las hay. El banco viene siempre detrás de ti.
A mí en lo particular me gusta mucho el anuncio de los viajes a Cuba. Por una cuestión de público colocan los spots en los slots dedicados al debate político. No importa que el debate haya dedicado unos 15 minutos a hablar de los “peligros” de viajar a la isla y “llevar dinero a la tiranía”. “Ya saben, queridos oyentes, al castrismo no hay que llevarle nada. Nada se nos ha perdido allí (esto lo tengo medio confuso porque Trump ha abierto la caza a las demandas por las nacionalizaciones, lo que promete una buena novela en los próximos meses), la libertad no se negocia, como decía Martí, mejor pobres pero con decoro”, y así el locutor pone fin al debate para adelantar: “Y ahora vamos a un espacio comercial”.
Y el espacio comercial comienza así: “Aproveche esta temporada. Viajes a cualquier ciudad de Cuba por 300 dólares solo ida y vuelta y le regalamos un gusano para sus regalos a la familia”. El gusano es una bolsa gigante de nylon donde cabe de todo menos las ilusiones.
Otros anuncios son graciosos, principalmente después de un programa que habla de las miserias y necesidades en Cuba. “¿Usted sabe que puede organizar la fiesta de 15 de sus familiares en Cuba y pagarlo aquí? No pierda la oportunidad que ellos se merecen. Por sólo (la cifra) y las flores van por nosotros”.
De locos son también aquellos anuncios que promueven un plan de sepelio de la siguiente forma: “Piense en lo inevitable. Viva una mejor vida con la funeraria (tal). No deje para mañana lo que puede pagar hoy”.
Pero el anuncio que más me gusta ya no está en el aire. Fue famoso en la década de 90 del siglo pasado. Creó historia. Dejó estela porque es el reflejo claro de lo que es Miami. Una conocida mueblería se anunciaba así: “Si no te lo vende mi padre, te lo vendo yo. Aquí lo que cuenta es el cash”. Único y de ingreso.