A mí se me había olvidado totalmente este episodio. Pero los períodos muertos de Uber, mientras se espera un cliente, tienen la virtud de devolver cosas del olvido cuando uno se pone a pensar o –¿por qué no?– a hablar solo.
Estaba escuchando por la radio la noticia de que Netflix está preparando una serie basada en Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Yo lo considero un libro fantástico. De hecho, colecciono sus versiones. Tengo la primera edición publicada en Cuba, la única que Plaza y Janés trajo al mundo, la bella impresión de la Real Academia de la Lengua y varias más. Incluso hace muchos años que en mi baño hay un ejemplar, porque la obra es tan buena que uno puede comenzar a leerla al azar en cualquier capítulo.
Lo que me preocupa es si Netflix va a tener éxito, porque nunca he visto una buena película, serie de televisión u obra de teatro buena basada en un libro del Gabo. Hasta los periodistas que lo copian, con aquello de que cuando una historia o noticia es esperada, comienzan la nota escribiendo algo así como “fue una crónica anunciada”, cuando lo que el Gabo nos enseñó es que hay que innovar, ser original, imaginativo y no copiar las ideas de otros. Pero no estoy para dar clases sino para contarles cuando el Gabito me mandó a la mierda.
Muchos años después recuerdo que era una tarde apacible en La Habana Vieja cuando un amigo mío me llevó a conocer al Gabo. La Habana Vieja era en ese entonces una barriada un poco pastoril, de edificios descoloridos y paredes desventuradas, sin miles de turistas en cada esquina, donde la gente parecía vivir una vida despreocupada y todo giraba alrededor de la bodega y los juegos de dominó en medio de la calle. Nadie parecía preocupado más allá de lo necesario y todavía no se comenzaban las conversaciones con aquello de “Esto no está fácil”.
En el medio de sus plazas se hacían lanzamientos de libros, con autores o aspirantes a escritores, todo amenizado con uno que otro trovador que, a guitarrazo limpio, daba gracias a la vida aunque ésta siguiera igual, o evocaba aquellos que fueron al campo o a Angola.
Este día, el lanzamiento del libro fue en el Palacio del Segundo Cabo y el Gabo era la estrella. No recuerdo de qué obra suya se trataba –en Cuba se han editado todas, aunque haya quien asegure que el Otoño del Patriarca no se contó entre ellas, lo cual es una rotunda mentira porque ahora mismo estoy mirando la edición de Arte y Literatura en uno de mis estantes. Fue una de esas no tantas veces en que el Gabo se mezcló con sus lectores cubanos.
La fila para subir al segundo piso del palacio era grande y allí encontré un amigo mío productor de televisión que me hizo un pedido que vi como la oportunidad de entablar una conversación con el escritor. Me pidió que le “tallara” una entrevista para su programa cultural en la televisión. Y me dijo una mentira, que supe después, y que causó toda esta historia: me dijo que García Márquez nunca había dado una entrevista a la televisión cubana.
Como en esa época los extranjeros eran privilegiados, no tuve que hacer la fila y pronto estaba en el segundo piso y con el Gabo delante. Él había decidido saltarse las palabras de presentación y se puso alegremente a firmar autógrafos. Cuando llegó mi turno le disparé a quema ropa: “Gabriel, le quiero pedir un favorcito, y es que le dé una entrevista a la televisión cubana”.
No contestó. Volví a insistir y sin mirarme, dijo que no. Le pregunté por qué, “Porque no”. Volví a insistir y me miró de reojo con mala cara diciendo, de nuevo, que no. “Mire, es que nunca ha dado una entrevista a la televisión”.
Fue cuando me miró directo a los ojos y espetó: “No me vengas con esa que te demuestro que sí la he dado”. Me apresuré a insistir y él fue mortal. “Vete a la mierda, carajo”. Y no me firmó el libro.
El Gabo ya era Nobel y no es todos los días que un Nobel te manda a la mierda. Pero la verdad es que, me di cuenta después, cuando un Nobel te manda a la mierda es del carajo. Es que no te da una segunda oportunidad sobre la tierra.
jjajaja , aprecio mucho sus articulos. Un saludo