Dicen que uno de cada cuatro hombres en el mundo es chino. Yo no lo puedo confirmar. No los he contado y tampoco tengo intención de hacerlo. Ni siquiera cuando estuve en Beijing hace unos años, porque lo interesante de ese viaje fue el descubrimiento de una cultura nueva para mí, sus museos, jardines, dar un salto al interior de su historia y, sobre todo, profundizar en su culinaria y llegar a la conclusión de que en el mundo occidental no sabemos nada de cocina china.
Todos tenemos amigos que indican lo que es bueno en un restaurante chino, pero ninguno de ellos es chino. Aficionados, si acaso. Por ejemplo, en Beijing nada más llegar descubrí que el famoso “arroz chino” en China no lleva carne. Después, de regreso a Occidente me dijeron que fue un invento de los chinos labriegos, coolies les decían despectivamente, incorporados a la fuerza en la construcción del ferrocarril que unió las dos costas de Estados Unidos, porque a los americanos no les gustaba nada que no tuviera carne, aficionados a los frijoles dulces con tocino.
El arroz frito, o chino, en China es con verduras y acompaña después y solo entonces, los demás platos. En el norte, la cocina pequinesa es más salobre, en el sur la cantonesa es más dulce, se nota en su manerea de preparar el cerdo o la carne de ternera.
¿Que qué tiene esto que ver con Uber, Lyft o Miami? Sencillo: la penetración china en Latinoamérica ha aprovechado que el sur de Florida es un hub financiero y ha comenzado a sentar raíces aquí. Tanto que estamos a punto de tener un barrio chino.
Es chico pero interesante. Me lo mostró mi primer cliente chino. Lo recogí en el centro de la ciudad y me llevó al norte de Miami Beach, en la zona conocida como Aventura, donde se han instalado.
No es Nueva York ni San Francisco, pero tiene una cantidad descomunal de pequeños restaurantes que promueven la cocina china de todas las regiones. Hay algunos incluso que saltan fronteras: chino- vietnamita, chino-Thai, y hasta uno chino-japonés.
Me explica mi cliente que eso es normal en la comunidad china asentada en Estados Unidos, que trata de entrar en los gustos locales y hacer los manjares asiáticos más atractivos al paladar occidental. Todo esto rematado con pequeños mercados, también familiares, donde se puede comprar todo tipo de ingredientes para cocinar chino, servir chino (todo tipo de platos, palitos y cucharas de porcelana) y, hasta vestir chino. Las sedas son caras, pero son sedas. La ventaja es que estos pequeños establecimientos las venden más baratas que las grandes tiendas de Miami Beach o Bal Harbour.
Aunque todavía no ha comenzado a elevarse una arquitectura con ornamentos chinos, hacen su fiesta anual del dragón, celebran el año lunar y los sábados se aparecen en los mercados agrícolas donde exponen y venden todo tipo de verduras y tubérculos occidentales ni todos hablan inglés pero con gestos y buena voluntad nos vamos entendiendo.
Lo cierto es que los chinos han hecho su entrada en la zona. Todavía no hay un consulado pero yendo a la cámara de comercio, se habla con cualquiera y a los 10 diez días se tiene una visa para desembarcar en Beijing.
Sin embargo, también tenemos una marca nefasta. La descubro en la esquina del baño de uno de estos restaurantes. Se asemeja a un triángulo con algo escrito en su interior. Puede ser el símbolo de la presencia de las Tríadas en Miami, la célebre mafia china, me pregunto. ¿Será?
¿Recuerdan al policía amigo mío que me quiso reclutar como informante? Lo llamo y lo cito en otra ventanilla de café cubano en la ciudad para que me saque de dudas.
– ¿Qué, has pensado en mi propuesta? El hombre no pierde oportunidad.
– No. ¿Qué sabes de la criminalidad china por acá?
– Uy. Están como los rusos, por ahí.
– Pero, ¿qué hacen?
– Pues, no mucho. Como que se están instalando. No se sabe gran cosa pero estamos atentos –me explica mi ahora informante.
Mi curiosidad lo bombardea. ¿Dónde andan, han detenido alguno, a qué se dedican? Y me explica. Lo poco que las autoridades han notado es que algunos hacen parte de las redes de tráfico de personas hacia Latinoamérica y también Estados Unidos. Todavía no se han metido en drogas, pero “por ahí vienen”. Por lo demás, “por ahora” parecen ciudadanos honorables. El símbolo que he visto, me explica, puede ser que estén marcando un territorio “pero eso es entre ellos, no sabemos nada de eso”.
Por ahora, lo más que han hecho es desarrollar negocios legítimos, como los restaurantes, tiendas de quincalla, se han apoderado de casi todas las llamadas tiendas de 1 dólar que ahora están llenas de productos chinos baratos que llegan diariamente en contenedores al puerto de Miami. Y de aquí los exportan a América Central. Es toda un red comercial que, averiguo googleando, es promovida por el Gobierno chino alrededor del mundo. Una ruta de la seda marítima que atenaza comercialmente a Sudamérica por el Atlántico, a través de Miami, y en el Pacífico por intermedio de San Francisco.
“Pero no te preocupes”, me tranquiliza el amigo policía. “Aprovecha los restaurantcitos porque son maravillosos, bonitos y baratos”. Ya lo creo. Uno de los mejores no está en esa zona, sino en la calle 40 del suroeste de la ciudad. Se llama Kon Chau, fue pionero hace varias décadas cuando abrió sus puertas. Lo dirige un chino panameño al frente de una legión de cocineros.
Es tal el flujo de chinos que avanza por el mundo, que se sabe de dónde vienen pero no dónde terminan. Nos alimentan deliciosamente, solo que tienen el hábito de servirnos el arroz chino con carne de puerco, y eso no es auténtico. “Con verduras es más calo y nadie quiele”, aclara Daniel, el chino panameño, único que habla epañol en el Kon Chau.
Jaja…dinámica y reveladora tu crónica, Rui. Cuando estuve en Miami, en 2018, me fui a los mercadillos chinos con la parentela cubana. Habituada al cubaneo mayamense, la chinita que me atendió me miraba desconfiada, porque le hablaba en mandarín y me sabía los precios originales de China. Sin embargo, la matrona de un salón de masajes en Kendall se deshacía en halagos y zalamerias al escucharme mencionar la jerga “masajistica” pequinesa en su propio idioma. En resumen, que aunque somos muchos menos que los narras, los cubiches también estamos ya en todas partes…saludos!