Los “ubericidios” de nuestros días

Cuando los abogados intentan convencernos de que los necesitamos pero es mentira.

No hay duda, Miami es una tierra de pillos. Uno nunca deja de sorprenderse.

Todo comienza cuando una cliente me pide que cambie la estación de radio en el carro para escuchar un popular programa humorístico, la Tremenda Corte, un clásico de la radio cubana de antaño cuyos episodios se llevan repitiendo hace décadas en la radio de este mausoleo socio político que es Miami.

Resulta que al tocar la pausa publicitaria, surge una voz que dice algo así como “¿sabía que Uber tiene un millón de dólares de seguro en caso de accidente? Si usted está envuelto en un accidente con un Uber llame…” y se menciona un bufete de abogados.

Debo decir que lo de los accidentes y los abogados en Miami es un caso serio. La mayoría de estos anuncios prometen la gloria financiera y llegan a precisar que el cliente/víctima solo paga después de cobrar la indemnización, lo cual no deja de ser atractivo. Lo único que no explican es cuál es el porcentaje con que los abogados se quedan. Créanme, puede ser más de la mitad de lo cobrado.

Hace varios años tuve un accidente en una intercesión de la siempre concurrida Calle Ocho. Alguien chocó en el auto en que me desplazaba con una amiga. Todavía no nos habíamos recuperado del susto, estando aún dentro del auto, cuando sentí que alguien tocaba a la ventanilla derecha. Abrí y era un individuo que no se de dónde salió, pero pareció estar allí en el momento “oportuno”. No le interesaba saber cómo nos encontrábamos sino que me extendió una tarjeta de presentación y dijo: “Si va a presentar una demanda, llame aquí”. Y desapareció.

Era un bufete de abogados. No sé si tienen gente en todas las esquinas a la caza de accidentes o si fue una casualidad. Nunca he llamado. Pero sé que otros lo hacen. Estar en el momento oportuno cuando la gente está desorientada parece ser, para esta gente, un arte. Me han dicho que algunos inescrupulosos provocan los accidentes para poder cobrar algo a las aseguradoras, pero no quiero ir tan lejos.

Es cierto que cuando aborda un Uber el cliente está automáticamente protegido por un seguro de 1 millón de dólares (¡ah, esa cifra milagrosa!) pero también es verdad que en caso de una desgracia no necesita para nada de un abogado. El seguro es válido mientras se encuentre a bordo, comienza cuando se marca en la aplicación el inicio del viaje y termina cuando se indica que llegó al destino. Si hay un accidente, yo estoy obligado a informarlo de inmediato (basta pulsar una tecla de “pánico” en la aplicación) y, como la central conoce el nombre del cliente, lo contacta al momento y se acciona un protocolo que incluye, si hace falta, el servicio de una ambulancia. Se hace una investigación inmediata que se basa mucho en la información de la policía.

No es necesario, por lo tanto, la asistencia de un abogado –que cobra siempre lo suyo–, y los que promueven ese servicio “por la izquierda” lo saben. Por eso digo que es la ciudad de los pillos. Es un pillo de nuevo tipo que aparece por la popularización de las plataformas de transporte, que se aprovecha de la ignorancia de la gente, porque la mayoría de los clientes no lee la totalidad del contrato cuando se inscribe en la plataforma, e intenta ganar algo con la desgracia ajena.

Engañar a un ignorante es una maldad. Pero vivimos en una sociedad de maldades. Y hacerlo con una persona que lidia con una desgracia, es un homicidio moral. O, como diría el juez de la Tremenda Corte, en este caso seria un ubericidio.

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