Las guerras son malformaciones civilizatorias vinculadas a la economía y al desarrollo, mientras que las armas, los explosivos, aviones, buques, misiles y carros de combate son artículos industriales de la más avanzada tecnología. Las más letales son las bombas atómicas y, entre los más temidos, figuran los submarinos de propulsión nuclear, dotados de proyectiles atómicos que sólo las potencias poseen.
Debido a la centralidad de la rivalidad entre Estados Unidos y Rusia y la enorme distancia entre ambos (unos 8000 kilómetros), durante la Guerra Fría y todavía, se realizaron intensos esfuerzos e inversiones extraordinarias para lograr misiles que permitieran tales alcances.
La fabricación por los nazis de unos 30 mil cohetes V-1 y alrededor de 5 mil V-2, estos últimos capaces de alcanzar altas velocidades y alturas suborbitales, fue el primer artefacto volador en llegar al espacio exterior. Se afirma con razón que fue el predecesor de todos los misiles modernos.
Al final de la guerra, cuando se realizaban bombardeos aéreos sobre Alemania, los Aliados y los soviéticos se abstuvieron de destruir las fábricas de aquellos misiles.
La preservación de las instalaciones y la captura de los científicos y técnicos que allí laboraban, permitieron a ambos rápidos avances en el desarrollo de la cohetería estratégica, sin la cual la guerra entre Estados Unidos y la URSS todavía es imposible, excepto que hubiera un punto intermedio. Para Estados Unidos es Europa y para la URSS lo fue Cuba.
Los misiles tienen en contra que, siendo más costosos que los aviones, son armas de un solo uso y, excepto que la potencia del explosivo que cargan sea extraordinaria, sirven para batir solo un blanco.
Enola Gay, el bombardero B-29 que en 1945 lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, tres días después participó en la exploración sobre Nagasaki, estuvo en servicio hasta 1952 y todavía se conserva intacto en un museo.
En 1957, al lanzar a la estratosfera el primer Sputnik, la Unión Soviética probó poseer un cohete capaz de alcanzar a los Estados Unidos. Comenzó así la era de los misiles intercontinentales y años después aparecieron los portadores de vehículos de reentrada múltiple, con los cuales, con un solo cohete, se pueden golpear varios blancos. No hace mucho se introdujo el misil recuperable de más de un uso.
Al alejar la posibilidad de una confrontación nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el fin de la Guerra Fría ralentizó el desarrollo de los misiles intercontinentales y la distensión en Europa hizo innecesarios los de alcance intermedio prohibidos por acuerdo en 1987.
La guerra en Ucrania enterró aquel ambiente de distensión que, sin ser perfecto, alejaba la guerra y provocó un auge de la industria armamentística, entre ellas la coheteril.
La reintroducción de los misiles de alcance intermedio, permitió el debut del Oréshnik, un misil ruso, devenido arma del momento, cuyas prestaciones y posibilidades letales han sido ponderadas personalmente por el presidente Vladimir Putin.
Es lamentable que, a estas alturas, crear armas cada vez más mortíferas, comercializarlas y difundirlas, con lo cual se promueven las guerras y se lucra con la muerte, sea lo que ocupa los mayores esfuerzos y caracterice a las grandes potencias económicas y tecnológicas. Ojalá retorne la razón y la sensatez. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.