La paz, una bienhechuría civilizatoria

Oriente Medio y Ucrania son crudos testimonios de incomprensión, ambiciones de poder, maldad y estupidez humana. 

Una fotografía proporcionada el 07 de agosto de 2024 por el servicio de prensa de la 24ª Brigada Mecanizada de las Fuerzas Armadas de Ucrania muestra a un militar, Danylo, fumando en un refugio en una posición de primera línea cerca de Chasiv Yar en la región de Donetsk. Foto: Distribuida por EFE.

En sentido estricto, la labor de los pacifistas que básicamente actúan como predicadores, no ha sido exitosa. Las guerras y las rebeliones armadas han dejado su huella fatal en el devenir, y amenazan con copar el siglo XXI. Oriente Medio y Ucrania son crudos testimonios de la incomprensión, aunque también de las ambiciones de poder, la maldad y la estupidez humana. 

No obstante, las condiciones para la paz entre los estados y el progreso general pacífico están creadas y se imponen por su propio peso. La guerra es una aberración y la paz una bienhechuría civilizatoria.

Actualmente, prácticamente no existen colonias, los conflictos fronterizos son mínimos, y las potencias salvo penosas excepciones, no suelen necesitar ni aspiran a nuevas conquistas territoriales, apenas hay conflictos étnicos y las materias primas se consiguen mejor mediante el comercio que por la fuerza o la intimidación.

Además de no haber razones para la guerra, la paz es más barata, menos cruenta y más expedita y más fácil de conseguir porque se alcanza hablando, renunciando a los extremismos y adoptando la moderación como norma. La paz no dilapida recursos económicos ni genera sufrimientos, y , sobre todo, no crea deudas de odios.

También la marcha de la historia, al limitar a mínimos las luchas de clases, incluso a grandes escalas excluirla casi completamente, ha moderado a los ideólogos y a los políticos que, en épocas, aunque recientes, pretéritas, apelaban a la violencia para alcanzar objetivos sociales y nacionales. La lucha por el poder hoy es básicamente electoral y los grandes debates por mejoras sociales para las clases populares, se libran más en los parlamentos que en las barricadas y otros eventos donde, si hay alguna batalla es de ideas.

La democracia tiende a imponer sus reglas, aunque también exhibe sus limitaciones. Las elecciones garantizan la legitimidad de los gobiernos, pero no puede asegurar su eficiencia ni su probidad, tampoco su sentido común ni dotarlos de la tolerancia que se requiere para administrar el inmenso poder que determinadas personas, acumulan debido al control del estado, especialmente de los órganos judiciales y los cuerpos armados y de mantenimiento del orden.

Son frecuentes los gobernantes que ceden a la tentación de la represión, actúan para conculcar derechos tan elementales como la libertad de expresión y de cultos, el derecho a reunirse y a protestar pacíficamente, la posibilidad de existir de la prensa independiente en el entendido que, independiente significa, no sometida al gobierno ni a las autoridades públicas.

De ahí la enorme trascendencia de adoptar constituciones y leyes apropiadas y avanzar en la consolidación de las instituciones, en el control social y la limitación del poder. Ningún individuo ni entidad social debería prevalecer sobre las leyes y ninguna corporación, de ningún tipo o naturaleza debería regir por encima o al margen de la constitución.

La tolerancia y la complacencia ante la existencia de organizaciones militares armadas privadas, “no estatales”, incluso cuando son auspiciadas por instancias gubernamentales, como “contratados para hacer la guerra” y que en determinadas circunstancias operan como virtuales “estados dentro de los estados”, y actúan según sus propios términos y códigos, deberían ser suprimidas por acuerdo de la ONU. La humanidad no las necesita.

No obstante, como resultado de dilatados procesos históricos, así como intensas luchas, la humanidad ha creado reglas y normas de convivencia tanto a escalas nacionales como internacionales que permiten vivir en paz. Dos de ellas, la Carta de la ONU y la Declaración Universal de los Derechos Humanos forman un excelente marco jurídico.

Honrarlas y respetarla permitiría prescindir de la violencia y la represión y decir: “Adiós a las armas”, cosa que un día la sabiduría y la generosidad humana alcanzarán. Se trata de la más legítima y noble de las aspiraciones y del cometido mayor que deben procurar los líderes y las personas de buena voluntad. El día llegará. La humanidad vivirá para verlo. Allá nos vemos.

 


*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.

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