El Genio y Aladino

Messi vs. Cristiano, el eterno duelo.

Messi vs. Cristiano, el eterno duelo.

¿Quién gana en mis simpatías? ¿Quién, en mi admiración o mis nostalgias?

Cierta vez, aburrido de que cada época del fútbol tuviera su tirano solitario, Dios decidió cambiar el argumento. Pelé había gobernado con absoluto desenfreno en los años sesenta; el desgarbado Cruyff en los setenta; después San Maradona, magia y polvo; y más tarde Ronaldo, un blindado con dientes de sable que mandó en el crepúsculo del viejo siglo y la alborada del milenio nuevo.

Entonces, mientras la flor de Ronaldinho palidecía entre flashes discotequeros y vaginas púberes, entraron en escena unos tiranos simultáneos: Messi, el pequeño argentino de Rosario; y Cristiano, el handsome boy oriundo de Madeira.

Nunca se parecieron más dos seres antitéticos. Sentados a la mesa del terreno, cada cual tiene espacio reservado en una cabecera, y ningún hombre nacido de mujer –llámese Neymar, James, Zlatan, Di María, Iniesta, Marco Reus- puede pedir el postre antes que ellos.

Padecen una predisposición genética hacia el cuero. Cada uno lo mima y maltrata a su manera, aunque siempre el propósito es el mismo. Esto es, anidarlo allá enfrente, en la casa enemiga, donde duele a los rivales. Son Saturno y Mercurio, vinagre y aceite, pero almas gemelas. Milanesa napolitana para el uno; bacalao a la brasa para el otro. Silencio rosarino contra soberbia lusa. Goles, que son amores, para ambos.

A Messi hubo que inyectarle hormonas para que creciera más allá de los límites de lo liliputiense. Así, luego de mucha jerinquilla consiguió los 169 centímetros que lo convierten en un genio apresado en la lámpara de su breve anatomía. Cada vez que lo frotan, chiuffff, saca un milagro. Como contra el Getafe, cuando sembró en el campo a medio equipo y remedó el golazo del Pelusa frente a los ingleses. O como hace unas horas, con un recorte seco que derribó a Jerome Boateng, bolo negro humillado sobre el verde de un Camp Nou enardecido.

Educada en una escuela que pondera la acción de conjunto más que el detalle individual, la Pulga es un portento de generosidad ofensiva que casi asiste tanto como anota. Gusta de recibir los balones al pie, golpea bien a diestra y a siniestra, peca de criminal –rioplatense al fin- en un metro cuadrado de césped, goza de un pique en corto y un regate insuperables… A ratos da la sensación de que hace trampas porque lleva la pelota cosida al borceguí. Visto desde la perspectiva del contrario, es un tipo perfectamente odiable.

Cristiano es otra cosa. Cabría decir, un all around: salta como nadie, flota como ninguno, corre al estilo Bolt, tiene un cañón por pierna y algo más de seis pies. Encima, en el abdomen le sobran escaques, y en el rostro, sonrisas. La prensa –y las mujeres- le hacen fila. Es el centro de la explosión mediática, protagonista irremediable de la trama del juego a día de hoy. Es Aladino, y vuela en la sedosa alfombra del talento.

Su fútbol vive más del atletismo que de la filigrana, pero sin desdeñarla. Acostumbra a moverse por amplios sectores en los que desarrolla su velocidad con pases al espacio, y en el vértigo de la carrera apela a bicicletas, centros milimétricos y disparos a todo vapor desde cualquiera de los pies. Va muy bien por arriba –mejor, solo un piloto-, y parece una máquina infalible en el cobro de tiros penales. Cada vez que Cristiano pisa el área, hay un portero que se encomienda el buen Señor.

De Messi, cuyo bajo perfil lo exonera de hablar de sí mismo, Arsene Wenger sostuvo que “es un jugador de PlayStation”, y Luis Figo, que “verlo en el campo es algo así como un orgasmo”. Del portugués… nadie habla con más propiedad del portugués que CR7: “Mi meta es ser uno de los mejores de todos los tiempos… o el mejor”. “Me silban porque soy guapo, rico y un excelente futbolista. Me tienen envidia”.

Al margen de consideraciones triviales sobre el supuesto valor de la humildad o el aparente demérito de la autosuficiencia, una cosa es segura: se trata de los jugadores más grandes de esta época, con virtudes capaces de lidiar la jefatura en cualquier otra. Ya lo dijo Cristiano al periódico germano Kicker: “Messi y yo somos Ferrari y Porsche”.

MI VOTO: Lionel Messi. No porque sea blaugrana, ni por causa de su ligera superioridad en la estadística y los premios personales. Soy un eterno enamorado del carácter, y el rosarino es de esos futbolistas que nunca se arruga. Buena parte de las glorias recientes del Barça ha nacido de su capacidad para hacer versos con los pies, sin perder nunca el tipo por encrespada que esté el agua. En cambio, a veces CR7 tiende a hundirse en la impotencia, y en su naufragio de Titanic carga, para pesar del madridismo, con la orquesta.

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