La Grúa y El Coloso

Mijaín López y Filiberto Azcuy

Mijaín López y Filiberto Azcuy

¿Quién gana en mis simpatías? ¿Quién, en mi admiración o mis nostalgias?

Negros retintos ambos. Luchadores los dos. Bicampeones olímpicos en épocas distintas, pero igual de estremecidas por sus triunfos. Camagüeyano el uno, pinareño el otro. Son Goliat y Goliat, y este viernes van a pelear en mi columna.

El más fornido vino al mundo por Consolación del Sur, específicamente en un pueblito con nombre de amuleto: Herradura. Si hubo un coloso en Rodas, su versión nacional es Mijaín López, esa suerte de “aparecido familiar, / melón redondo y cráneo” con “sonrisa de abanico de plumas”, como diría Guillén.

Hace muy poco, durante los naufragios de Toronto, Mijaín fue de los pocos que hizo valer su clase desde la “c” a la “e”. Arrolló a los contrarios en plan Terminator, y en la final apenas jugueteó –nunca mejor usado el término- con el chileno Andrés Ayub, un simple aperitivo en su acostumbrada cena de campeón.

En alguna ocasión, hace menos que más, escribí esto:

“Mijaín es un hombre que ríe. No camina las calles de la gloria con esa pose erguida de los ‘cuelliestirados’, ni se cruza de piernas cuando se le pregunta, por ejemplo, ‘¿sabes que ya eres inmortal?’. Se trata de un personaje llano, aunque su torso dé la imagen de un paisaje nocturno y montañoso. Como una cordillera dibujada en tinta negra.

“A fuerte no se le puede derrotar. Es, en esencia, un increíble toro humano capaz de echar por tierra las defensas de toda una ciudad, siempre y cuando esa ciudad se atreva a meterse en un maillot y hacer acto de presencia en el colchón.

“Aquel que se le opone cae vencido en un altísimo por ciento de los casos. Nadie pudo con él en Beijing 2008 ni en Londres 2012. Nadie pudo oponérsele con éxito en eventos orbitales, como no fueran el turco Riza Kayaalp y el ruso Khassan Baroev, una vez cada uno. Nadie –que yo recuerde–impuso una dinastía tan avasalladora en lucha greco, excepción hecha de Alexander El Experimento Karelin”.

Dicho en pocas palabras: escribir Mijaín López solamente es posible si de inmediato utilizamos calificativos del tipo “excepcional”, o si vamos a mencionar al lado suyo a Stevenson, Sotomayor o Juantorena. Tal vez Iván Pedroso, Ana Fidelia, Omar Linares…

A Filiberto Azcuy le tocó combatir una década antes, y en su historia descuellan el triunfo humillante sobre el japonés Katsuhiko Nagata (10-0) en la final de Sydney’00, el trono universal en Patras 2001 y la elección al Salón de la Fama de la Federación Internacional de Luchas Asociadas. No obstante, yo me quedo con su otro momento de esplendor…

Ya se lo cuento: junto al oro de Driulis González acabada de quitarse la minerva, la victoria de Azcuy significa mi mejor recuerdo de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Todavía me parece estarlo viendo: enfrente, el finlandés, rubio y enorme, seco y frío como se espera siempre de los nórdicos; de este lado, el cubano, concentrado hasta el punto de asemejar un nórdico.

Es la pulseada por el oro, y los miuras se halan, forcejean, se empujan con las fuerzas escondidas en sus 74 kilogramos de músculos y esfuerzo. Sobre el escenario de pelea la vida es black and white, como en los viejos tiempos. Marko Asell, el miura de Finlandia, va a la poco viril posición de cuatro puntos. A su espalda, el fantasma cubano prepara el desembarco…

A todas luces, Asell es más pesado. Sin embargo, los planes de Azcuy –desconozco si por impetuosos o soberbios- no contemplan esa idea, y La Grúa opta por levantar a un adversario que patalea y se retuerce y lucha por evitar el revolcón en ciernes. Todo en vano: tres segundos más tarde Asell es proyectado con violencia, y enseguida hay un nuevo desbalance que lo coloca en franca desventaja. 3×0, y Azcuy huele a monarca.

Pero he aquí que el finlandés piensa otra cosa y descuenta dos puntos que cierran el combate. La expectación es grande. Gritan las tribunas, se exacerban los entrenadores, vibra Cuba. En la sala de una pequeña casa, un joven le da un golpe a la pared cuando el árbitro levanta el brazo del moreno. Ese joven soy yo, me acabo de graduar de Periodismo, y mañana mi puño va a amanecer amoratado, resentido. Muchos años después, prácticamente veinte, escribiré estos párrafos en una revista digital, ya sin dolor.

MI VOTO: Mijaín es más grande, pero el rincón de mis afectos siempre guarda un espacio intocable y sagrado para Azcuy. Como él, con aquel fuego intenso en la mirada, no he visto a nadie más sobre el colchón. A veces daba la sensación de que salía a fajarse con la muerte.

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