Bajando el Pan

Nuevos negocios en Cuba

Nuevos negocios en Cuba

Hace unos cuantos años que publiqué aquel artículo que algunos amigos me recuerdan de vez en cuando. En una cafetería –estatal como todas por entonces- me encontré varias ofertas para saciar mi hambre de gordito perenne y asumido. Había una dificultad, no se ofrecía opción alguna de líquido. “El detergente está en falta, compañero”. Creo recordar que fue la explicación. Y me pregunté –a voz en cuello primero, en las páginas del periódico después- algo bien sencillo: “¿Cómo bajar el pan?”

Ponía además el ejemplo de un hecho que parecía caricatura pero se trataba de realidad monda y lironda. En la céntrica esquina habanera de 23 y 12 (a unos pasos de la célebre cafetería “La Pelota”) ofertaban pan y además queso crema. Los dos productos aparte. La lógica burocrática no llegaba al casi inevitable paso siguiente: destinar un empleado a que abriera los panes y pusiera dentro el cremoso producto lácteo.

El apetito de la gente que repletaba la zona comenzó a guiarse por una dinámica mucho más humana y quitaban el envoltorio a los quesos, abrían el pan con las manos y (a falta de papeleras y de no muy buen humor ante el disparate)  tiraban el papel al suelo. Hubo caídas estrepitosas rumbo a la parada de la guagua y mi queja solitaria, que no encontró destino pues como solía ocurrir en esos casos “el compañero administrador está reunido.”

Ahora –a un año exacto sin estar en Cuba- me llegan noticias sobre cambios,  cooperativas, inauguraciones. En la revista Espacio Laical encuentro un interesante dossier en el que estalla la preocupación porque nos vayamos al otro extremo y los nuevos dueños maltraten a sus empleados o el Capitalismo –tan ausente como denigrado durante décadas- retoñe con fuerza indeseable.

Comparto la esencia de esa alarma pero primero creo que los que llevamos tantos años sin que nos pongan el pan en el queso, décadas sin saber cómo no atragantarnos; los que hemos puesto la boca sobre el polvo de una lata calentona de refresco o de cerveza,  los crecidos y hasta envejecidos en esa desidia, maltrato cotidiano e ineficiencia tenemos la propensión a votar por los cambios.

Y si alguien se llena los bolsillos que sea un dueño o mejor una cooperativa de gente que ofrece  buen  servicio. Prefiero la solvencia de  un empresario de nuevo tipo  antes que la del displicente  camarero de la boca dorada. Los dientes de oro se convirtieron en uniforme de los que trabajaban en lugares con “búsqueda” para el bolsillo del empleado sin exigencia alguna de eficacia.  Es preferible exigir mesura al gestor de nuevo tipo que seguir conviviendo con el siempre reunido administrador;  el fecundo no en ardides como el Ulises de la mitología griega sino en frases hechas que se mueven entra la impunidad y la retórica. No hay lugar ya para que se escude en “tenemos limitaciones”, “no está orientado”, “ese tema lo elevamos”. ¿A dónde lo elevaste, mi socio, que no se ve por ninguna parte  ni la solución ni el respeto por los consumidores?

Sé que muchos han sido y son honrados y laboriosos, pero en este tipo de personaje abunda el color rosado que no se inmuta ante el rostro gris y desprotegido que se queja; las libras de más hasta en los momentos de pérdida de peso y desesperación por las carencias.

Como el tópico de que la noche es más oscura cuando se acerca el amanecer, a los nuevos tiempos económicos que vive Cuba es lógico que les acompañe el fervoroso aferrarse a esa retórica: “No tenemos orientaciones”, “qué va, compañero, eso no está en mi contenido de trabajo”.

No se trata sólo de “panes con algo”, latas tibias o vasos inexistentes. Cierta vez  salí del equipo de una producción cinematográfica por una de esas prácticas de un Socialismo Real. Le dije al final: “Aquí lo que ocurre es que se hace lo autorizado, lo normado, lo admitido. Y poniendo un caso cercano al cine:  cuando hacen falta para una escena una mesa y cuatro sillas se percatan de que la mesa no se puede comprar…”.  Sillas sí, con las sillas no hay problema. Pues bien, en lugar de lo que necesitan los personajes y la película se compran 8 sillas y como no hay autorización para adquirir una mesa no se usan en la película. Al cabo de un par de años, cuando una de las 6 piezas andan tirada por ahí medio coja, alguien dice: “¿Y para qué se compraron esas sillas?”

Me quedaría preguntarle a cubanos de entre 15 y 75 años. ¿Les recuerda algo? ¿Les suena? ¿No están cansados de esa ineficaz letanía?

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