Blinken y el enigma de la clase media cubana

Memorias del subdesarrollo, 1968.

Memorias del subdesarrollo, 1968.

El número dos de John Kerry en el Departamento de Estado, Antony Blinken, dijo hace una semana: “El embargo tenía buena intención. Reflejaba el hecho de que el Gobierno cubano en la época denegaba derechos básicos a sus ciudadanos y representaba una amenaza de seguridad con su alianza con la URSS. Pero no ha sido eficaz en lograr sus objetivos. Lo lógico es intentar algo diferente. Creemos que abrir la relación es la mejor manera de alcanzar los objetivos que tenían aquellos que apoyaban el embargo. Esto permitirá al pueblo cubano, a la clase media, tener más contacto con el mundo y con EE.UU. Esto nos permitirá extender nuestros contactos en la sociedad cubana. Las medidas que estamos tomando reforzarán a la clase media de Cuba. Este es el mejor instrumento para obtener lo que todos queremos: una Cuba libre, próspera y democrática”.

De pronto, uno tiene la certeza de que el diplomático estadounidense ha cometido una boutade, acaso una broma inconsciente que remite a una suerte de “violencia epistémica” según la cual despacha indiscriminadamente conceptos propios de una realidad al referirse a otra muy distinta.

Hay algo incómodo ahí, algo que de este lado nos provoca eso que llaman disonancia cognitiva. En ese breve riff político que Blinken suelta a El País de España encontramos cierta nota discordante que nos pone en alerta, una incoherencia diminuta y pavorosa que nos hace despertar de la modorra habitual con que leemos (escuchamos) estas cosas y preguntarnos, en un short bounce metafísico, si estamos en presencia de una estupidez o un descubrimiento genial.

Sabemos dónde está la cosa. Pero vayamos por parte.

Blinken utiliza el término “embargo” para hablar de lo que en esta isla se nombra habitualmente “bloqueo”. Pero nadie se asombra por ello. Cualquiera sabe –aunque cualquiera no– que, independientemente lo que uno crea al respecto, en esta discusión bizantina las etiquetas “embargo” y “bloqueo” vienen siendo cada uno de los sexos (im)probables de ese querubín bienintencionado o infernal que es la política de sanciones contra Cuba. Cada quien tiene su opinión, pero todavía no hay pruebas concluyentes sobre el sexo de los ángeles.

Por su parte, Blinken parece convencido de que “el embargo tenía buena intención”. Aquí ya detectamos una aseveración grave, temeraria cuando menos, aunque tampoco se trata de algo nuevo, y mucho menos sorprendente en un funcionario norteamericano: durante dos segundos y medio ofusquémonos y crucifiquemos al señor Blinken mientras recordamos en una ráfaga aquella premisa fundacional del bloqueo: “…rendir por hambre y enfermedades”. (1)

De vuelta, miremos a Blinken como lo que es, un hijo de padres judíos que asistió a Harvard y ahora surfea en la cresta de la ola de Washington D. C. sobre una imprescindible tabla de pragmatismo y cinismo reforzados con fibra de vidrio. El hombre, además, no nos está hablando a nosotros, ni siquiera a aquellos de nosotros inclinados a pensar que el embargo-bloqueo es un embargo. Todo político estadounidense, siempre, le habla en primer lugar a sus paisanos –que disputan cada otoño la Serie Mundial– porque intuyen que esa es también la mejor forma de hacerse entender por el resto del mundo. Los tipos como Blinken siempre hablan en su lengua materna.

Y lo que dice Blinken es que “el fin justifica los medios”. Si seguimos leyendo veremos que ese fin último se antoja irreprochable: “una Cuba libre, próspera y democrática”. Irreprochable en abstracto. Y asimismo contextualmente libre de todo reproche si usted por casualidad está de acuerdo en que los medios declarados (someter por “hambre y enfermedades” a un pueblo para derribar un gobierno adversario) resultan, en efecto, justificables.

El utilitarismo anglosajón encarna en Blinken cuando sostiene que el embargo-bloqueo “no ha sido eficaz en lograr sus objetivos. Lo lógico es intentar algo diferente”.

En El País, Blinken se refiere al embargo-bloqueo sobre todo en pasado, aunque este sigue vigente, cifrado en ley, y la administración Obama no tiene potestad para anularlo (mucho menos dada la actual correlación de fuerzas en el Congreso).

Pero Blinken habla de estrategias. Y la estrategia de la Casa Blanca ya cambió: se reabrieron incluso las embajadas en ambas capitales y a mediados de este mes se espera en La Habana al mismísimo Kerry, cuyo viaje podría estar aderezado por un nuevo paquete de medidas para aligerar, taladrar un poco más el sistema de sanciones contra Cuba.

“Creemos que abrir la relación es la mejor manera de alcanzar los objetivos que tenían aquellos que apoyaban el embargo”. Blinken muestra las cartas y, por otra parte, sigue un estricto libreto que no solo paga un impuesto político ante los círculos de poder conservadores sino que busca además disolver o contrarrestar, jurando fidelidad a los objetivos históricos del caso y al ADN imperial estadounidense, las reservas y oposiciones en torno a la novedosa praxis gubernamental de apaciguamiento y buena vecindad con la isla caribeña.

Blinken doesn’t blink… La política es el arte de no parpadear.

Todo lo anterior resulta coherente, punto por punto, con el discurso echado a rodar el 17D, el cual ha sido pulimentado durante estos meses por líderes y funcionarios estadounidenses de rangos diversos. Lo que sigue también: “Esto permitirá al pueblo cubano, a la clase media, tener más contacto con el mundo y con EE.UU. (…) Las medidas que estamos tomando reforzarán la clase media de Cuba”.

Solo que ahora a nosotros (a mí) nos choca una frase, un rasguido inesperado nos hace dudar, trastabillar: “la clase media de Cuba”.

¿Existe de veras una clase media en Cuba? ¿Desde cuándo? ¿Ya nació y los jefes de Blinken esperan que florezca con las templanzas del deshielo, o está aún por plantarse? ¿No será que Blinken se limita a articular el dialecto capitalista al uso para que lo comprendan en Nueva York y en Madrid, y se olvida de ajustar los términos a la realidad isleña? ¿El dueño de una pizzería en Centro Habana pertenece a la clase media, la señora que renta un par de habitaciones a extranjeros, lo es; qué viene siendo un periodista (yo) en este país…? ¿Algo de esto tiene sentido?

¿Cómo hacer taxonomía en la maraña social cubana si un taxista o un mesero o un albañil gana más que un ingeniero, un médico, un abogado? ¿Cuál sería entonces la frontera entre clase trabajadora propiamente dicha y la conjetural clase media? ¿Quiénes integran la clase alta en Cuba: un sector granado de la burocracia política y económica, algún nuevo rico-contorsionista que se mueve en los intersticios del sistema…? ¿Existen ya o están en proceso de formulación genuinas identidades de clase, dotadas en cada caso de valores a la vez compartidos y exclusivos y de una praxis más o menos identificable y de una panoplia de representaciones sociales que se yuxtaponen en el paisaje social de 2015?

A juzgar por las palabras de Blinken la clase media parecería una especie de “caballo de Troya” para lograr, quizá a mediano plazo, el tan perseguido objetivo del cambio de régimen en Cuba.

Pero no creo que haya que ponerse a gritar a voz en cuello que por ahí viene el lobo.

Total, los procesos emergentes de distinción social que tal vez acontecen hoy en Cuba son, creo, anteriores al 17D. La aceptación, primero, de la evidencia histórica sobre la necesidad de legitimar y promover relaciones mercantiles a lo interno, así como una mayor apertura al mundo (al mercado mundial de los objetos y los símbolos) comienza inexorablemente a remover estructuras e imaginarios en la sociedad.

El mercado otorga lugares, jerarquiza según su propia lógica, que con frecuencia es excluyente, injusta, pero en nuestras condiciones promete al menos el urgente grial de la eficiencia, la proyección de facultades creativas hasta ahora atrofiadas, un acoplamiento funcional con el sistema-mundo en diferentes niveles.

En este contexto, a contrapelo de los eternos centinelas que duermen con un ojo puesto en el imperialismo, uno imagina que las amenazas también pueden surgir desde adentro. Impera la incertidumbre. Hay una acezante necesidad de coherencia, que comprende, quizá, la articulación de nuevas fórmulas políticas horizontales, los beneficios del mercado y una irrenunciable comprensión socializante de la justicia.

Sin embargo, por un lado los indispensables pasos en materia económica se antojan aún –según expertos de diferente pelaje– vacilantes, lentos, a menudo contradictorios; por otro, una zona del discurso oficial ha inaugurado una racionalidad económica, digamos, un economicismo, que preocupa a algunos por la degradación a que somete la anterior narrativa del igualitarismo, base tradicional de la política de redistribución de la riqueza y de los consecuentes niveles de igualdad social alcanzados en décadas pasadas.

Hace medio siglo Memorias del subdesarrollo –la novela, la película– fue quizá el canto de cisne del intelectual de clase media y de toda la clase media cubana, que en los 60 se marchaba del país, se alienaba hasta convertirse melancólicas estatuas de sal, o se lanzaba al vórtice, a la tolvanera igualadora de la Revolución.

Si Sergio Carmona viviera aún y anduviera por La Habana, qué coño estaría pensando.

 

separador_OC
Nota:

(1) “…debe utilizarse prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba. (…) Una línea de acción que tuviera el mayor impacto es negarle dinero y suministros a Cuba, para disminuir los salarios reales y monetarios a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”. Memorándum firmado por L. D. Mallory, funcionario del Departamento de Estado, 6 de abril de 1960.

 

Salir de la versión móvil