En su clásico ensayo “El problema de la recepción”, Umberto Eco escribió:
Las mejores condiciones para la transmisión de la comunicación se dan cuando el que recibe el mensaje lo interpreta con arreglo al mismo código empleado por el emisor.
Pero incluso en este caso, la comunicación se halla sometida a múltiples riesgos. El signo del mensaje corresponde a una significación precisa solo si se consideran significados, significantes y códigos sobre la base abstracta y estadística de una comunicación teórica.
Y añadía entonces un elemento de la mayor importancia:
En realidad, cada significante abre, en el espíritu de quien lo recibe, un campo semántico sumamente amplio; el juego de las referencias y las evocaciones se ve sometido a la psicología personal, a la situación concreta de cada individuo. Todo mensaje, en cualquier caso, nos coloca ante una serie de posibilidades sobre el modo en que será recibido; el emisor se esfuerza por articular de manera que los equívocos y las variaciones receptivas afecten lo menos posible al receptor.
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Los mensajes de Donald Trump constituyen terreno propicio para una brevísima incursión en las dinámicas emisor-receptores, sobre todo porque sobre los segundos componentes de esa dupla suelen terminar funcionando de otra manera al actuar esas “variaciones receptivas” a las que alude el estudioso italiano. Y ello ocurre porque van dirigidos a un universo específico, a las llamadas bases —es decir, a sus seguidores de MAGA—, pero, por lo mismo, se reciben con reacciones que van de estupor a rechazo más allá de ese ámbito restringido.
Esos contenidos tributan, de un modo u otro, a la idea misma que anima a ese movimiento populista conservador desde sus orígenes: la creencia de que Estados Unidos fue en el pasado un país “grandioso”, condición que habría perdido debido a la influencia foránea, tanto dentro de su territorio —dígase por la inmigración y el multiculturalismo— como en el exterior debido a la globalización y a la creciente integración de diversas economías nacionales.
Esos mensajes ejecutivos socializan, por ejemplo, una de las ideas-fuerza del movimiento; es decir, que esa suerte de caída en desgracia o “paraíso perdido” puede y debe ser revertida mediante políticas de “Estados Unidos [“América”] primero” a partir de componentes como el proteccionismo económico, la reducción/eliminación de la inmigración —en especial la procedente de los países del Tercer Mundo, llamados shit holes [hoyos de mierda] por el propio presidente— y el fomento (de hecho la imposición por vías legislativas o decretos presidenciales) de los llamados “valores estadounidenses tradicionales” al resto de la sociedad, así como políticas discriminatorias y de exclusión de la diferencia basadas en una mentalidad blanca, anglosajona y protestante —WASP por sus siglas en inglés—.
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En otras palabras, el problema consiste en que, siguiendo a Eco, un mensaje determinado puede estar dirigido a obtener un efecto A y terminar, sin embargo, causando un efecto Z.
Los casos de Canadá y México, dos socios comerciales de alto vuelo, resultan ilustrativos al respecto.
En Canadá
Los mensajes de Donald Trump para “hacer a Estados Unidos más grande” relacionados con Canadá podrían resumirse en una política específica y un deseo: imponer aranceles y convertir el país en el estado 51 de la Unión. El 1ro de febrero, la Casa Blanca emitió un comunicado con la decisión del presidente de imponer aranceles a Canadá, México y China, sus tres principales socios comerciales, citando la “extraordinaria amenaza” que representan para el país la inmigración ilegal y el narcotráfico, en particular el fentanilo.
La socialización de estos mensajes, reiterados de manera casi obsesiva de entonces a hoy, ha venido generando múltiples reacciones en la sociedad civil y la clase política canadiense, emblematizadas en un partido de hockey —un juego inventado por ellos a fines del siglo XIX— que tuvo lugar el 21 de febrero en Boston en medio de tensiones bilaterales. Los canadienses lo ganaron 3-2 en tiempo extra. “No pueden con nuestro país, ni con nuestro juego”, escribió el primer ministro Trudeau en X.
Un reportaje de la BBC dio cuenta de esa victoria de la siguiente manera:
El himno nacional estadounidense ha sido abucheado regularmente por los aficionados canadienses en las últimas semanas, pero esta vez fueron los aficionados estadounidenses los que más abuchearon. Mientras resonaban los abucheos, se cantó el himno nacional canadiense con una letra diferente en protesta por las declaraciones de Trump.
En una publicación de Instagram con una foto de la letra modificada, un representante de la cantante Shantal Kreviazuk dijo: “Debemos expresar nuestra indignación ante cualquier abuso de poder”.
En un día cualquiera, este partido habría sido crucial para los dos países vecinos, que desde hace tiempo han sido rivales amistosos sobre el hielo. Pero los acontecimientos recientes le dieron un toque especial. Y el gol de Connor McDavid en la muerte súbita que selló la victoria desató el delirio entre los aficionados canadienses.
Operó aquí otro componente simbólico: el hecho de que, históricamente, Canadá ha solido ganarle a Estados Unidos. De las 20 veces en que se han enfrentado ambos equipos en un torneo de esta naturaleza, los de más al norte han ganado 14.
En política, antes de las andanadas de Donald Trump contra el más geográficamente cercano de sus aliados del Primer Mundo, los conservadores de Pierre Poilievre estaban delante en las encuestas para las elecciones federales de este año, pero ahora han sido en gran medida descarrilados por la retórica de Trump.
“Es el beso de la muerte que JD Vance diga algo bueno sobre ti o que Elon Musk tuitee su apoyo por ti. Cada vez que Musk dice algo bueno sobre Pierre Poilievre, baja un punto o dos. Dejen de ayudar. No están ayudando”, les hizo saber el director de campaña del Partido Conservador en Ontario.
“Trump es como un tren de carga en llamas que le está prendiendo fuego a todo lo que se encuentra en su camino”, dijo Kory Teneycke, otro director de campaña conservador canadiense. Y añadió un dato revelador: “No es solo algo importante. Es casi lo único que está moviendo al electorado en este momento”.
Lo anterior, sin embargo, no parece disuadir al emisor a modular/cambiar su retórica sobre anexarse a Canadá aplicando la “fuerza económica”. Ha seguido refriéndose al —ahora ex— primer ministro Justin Trudeau como “el gobernador del gran estado de Canadá”.
En México
El nacionalismo mexicano, de larga data, constituye uno de los factores de contención a las estrategias trumpistas. El estilo de la presidenta Claudia Sheinbaum está profundamente enraizado en ese sustrato y en la preservación de la soberanía nacional y la independencia, herencia de hitos históricos como la Revolución de 1910 y el cardenismo (1934-1940). Este es, en última instancia, el filtro al que se someten las propuestas y mensajes de Donald Trump acerca de México y de las relaciones bilaterales.
Es, además, una de las claves de la aceptación popular sin precedentes de su Gobierno, que ha llegado a alcanzar el visto bueno de más del 80 % de los mexicanos y mexicanas. Sheinbaum ha logrado navegar en aguas turbulentas y defender los intereses de su país frente a un vecino tan poderoso como inestable y caótico.
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“Es una líder que ha elegido una estrategia muy racional, centrada en la cooperación, no en la subordinación. Sheinbaum ha dicho en repetidas ocasiones que manejaría las relaciones con Trump con ‘cabeza fría’, especialmente ante la promesa de Trump de imponer aranceles del 25 %,lo cual hundiría la economía de México en una recesión”, ha dicho una analista política mexicana.
Y ciertamente lo ha hecho con pragmatismo e inteligencia al emprender acciones como enviar 10 mil soldados a la frontera Estados Unidos-México, intensificar la lucha contra el fentanilo y mandar a 29 jefes de cárteles mexicanos a enfrentar la justicia en Estados Unidos, este último un hecho inédito.
El resultado ha sido hasta ahora favorable a los intereses mexicanos. El diálogo de Claudia Sheinbaum y su equipo de Gobierno con Trump, no la retórica, así lo ha posibilitado. Pero el caos introducido por los constantes vaivenes del presidente sobre el tema arancelario hace difícil prefigurar un escenario de control de daños, incluso mediante la vía que la presidenta ha escogido a la hora de lidiar con el nuevo ejecutivo.
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Por otra parte, dentro de la Unión los mensajes del presidente sobre la pertinencia de esos aranceles no han calado entre los estadounidenses al punto de darle un voto de confianza sobre la economía en medio de crecientes temores sobre una recesión.
Lo que es más: una nueva encuesta de CNN arroja que la caótica presidencia de Donald Trump, en particular en materia de recortes gubernamentales y de su estrategia arancelaria —si así puede llamársele— han venido tirando por la borda el capital inicial y la confianza que muchos votantes le dieron para mejorar sus vidas cuando él llegara a la Casa Blanca. Hoy, a menos de dos meses de haber asumido el poder, el 56 % de los encuestados desaprueba la gestión económica del presidente, solo el 44 % la aprueba y el 1 % no tiene una opinión al respecto.
Se está en presencia, de nuevo, de esas “variaciones perceptivas” que menciona Eco. A Donald Trump le está rebotando en pleno pecho el boomerang que él mismo lanzó. Sus mensajes están quedándose en el aire más allá de sus fanáticos de MAGA. “Nada dura por siempre”, asegura una famosa tonada de Kansas.