“Con tinta negra” se despide de OnCuba

Un ciclo se cierra y, bajo el mismo espíritu con que hace dos años y medio lo abrí, dedico la última entrega a las mujeres negras.

Odette Casamayor.

Odette Casamayor.

Estas son las últimas palabras que escribo para la columna “Con tinta negra” en OnCuba.

Un ciclo se cierra y, bajo el mismo espíritu con que hace dos años y medio lo abrí, dedico la última entrega a las mujeres negras: a mis madres, mis hermanas, las hijas de mis hermanas; a las cimarronas cercanas y lejanas, desde las fieras guerreras del siglo XIX, Carlota y Fermina, hasta mi abuela y mi madre, no menos tenaces. Son ellas quienes han permanecido este largo tiempo, dos veces al mes, alentándome no solo a escribir quiénes somos sino, también, cómo se ve el mundo desde nuestra perspectiva de mujeres negras.

Ha sido este un reto que entonces acepté honrada y he ido cumpliendo sin descanso, trayendo a quienes han tenido a bien leerme visiones de nosotras y desde nosotras. Me guía la determinación y obligación de contarnos nosotras mismas para romper con lo acostumbrado: que sean siempre otros quienes tomen la palabra por nosotras y pretendan decir quiénes somos.

No nos conocen. No tienen ni idea de qué pensamos, sentimos y soñamos como mujeres negras; pero esto no frena a los demás de endilgarnos inexactas identidades y decirnos cómo debemos ser: si sandungueras o serviles, ágiles deportistas, cocineras, mucamas y niñeras, bailarinas y cantantes. Nada malo hay en serlo. Pero somos mucho más. Un poco, solo un poco, ha revelado “Con tinta negra”. Es menester seguir. Será en otro formato, respirando otros aires, en otros espacios. Pero estará.

Mi negra tinta no se seca. Las mujeres negras cubanas, de quienes poco se sabe porque se nos hace difícil  procurarnos espacio de expresión, tenemos mucho que contar sobre nosotras, por nosotras. Se va “Con tinta negra” de OnCuba, pero no desaparece.

Somos sobrevivientes, apenas estar aquí y ahora para decirlo es resultado de nuestra ininterrumpida resistencia. No ha de olvidarse: ser afrodescendiente significa provenir de personas despojadas de su humanidad, cuya forzada entrada en lo que es llamado Occidente ocurre bajo la condición de mercancía, como instrumentos de trabajo. Ninguno de nuestros ancestros —africanos, indígenas o europeos— imaginó que estaríamos ahora aquí, sea en Philadelphia o en La Habana, Reikiavik o París, San Salvador de Bahía o Berlín, reclamando nuestro espacio, nuestro tiempo y existencia.

“I’m my ancestor’s wildest dream!”, escribimos, leemos, encontramos a veces impreso en blanco y negro, sobre un pulóver. Pues no se suponía que los africanos esclavizados y su descendencia en algún momento de la historia de nuestras naciones deviniesen ciudadanos, que pudiéramos ejercer nuestra agencia y nuestro poder en la arena cívica, mucho menos en la política o la económica. No dejarán tampoco en el presente de intentar evitar que lo hagamos; pero persistimos, porque somos sobrevivientes.

He disfrutado en grande la experiencia. Antes de dejar este querido espacio, voy agradeciendo a OnCuba la hospitalidad y la dedicada edición de mis textos a lo largo de los treinta meses de vida de “Con tinta negra” bajo este formato.

Pero aún más agradecida estaré para siempre a los lectores y lectoras que, desde cualquier lugar del mundo, se han acercado a esta ventana abierta desde mi experiencia negra cubana y diaspórica. Han sido más de dos años cargados de sorpresas, llegándome los comentarios y el cariño de mucha gente que ni siquiera es cubana o negra o interesada en Cuba o en la experiencia de las mujeres negras. Solo gente que viene a leer y se encuentra, o encuentra un llamado en lo que escribo.

Aun cuando estoy centrada en lo que vendrá, no consigo evitar que un poco de tristeza se me infiltre según siento que voy cerrando esta última entrega, esta columna, este episodio. No hay remedio, son así las despedidas. Pero me sacudo y, descalza para mejor sentir mis raíces, cerca del agua, dentro del agua, siendo el agua, sonrío, siempre lista para todos los renacimientos.

Gracias, una y otra vez, a todos y todas, por estar: el mejor regalo que esta escritora ha podido recibir. Y no se me alejen demasiado que por ahí volveremos a encontrarnos; este viaje no hace más que continuar.

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