En la secuencia inicial de Rashomón (1950), un campesino y un joven budista miran fijamente la lluvia que no cesa, mientras murmuran entre dientes que no entienden lo que han visto con sus propios ojos. Su noción de lo ocurrido es solo el fragmento de un rompecabezas, que tiene cuatro versiones, total o parcialmente contradictorias, escuchadas por ellos durante un juicio donde se dirimía un asesinato. Ambos están perplejos ante la idea de que la verdad pueda ser tan enrevesada y diversa.
Completa la escena un forastero que llega a guarecerse de la lluvia en la antigua puerta de Rashomón, a la entrada de Kyoto, y se suma a la conversación. Sus preguntas curiosas no aclaran nada, más bien hacen que todo resulte más contradictorio y absurdo. Ni siquiera entiende lo que les pasa o sienten los otros, así que se sienta en un rincón a esperar que escampe.
Agobiado por los malos augurios, el sacerdote afirma que el crimen es un signo de la época, como las guerras, las plagas, la hambruna, la desolación, y los seres humanos que se han perdido a sí mismos.
Finalmente, el campesino cree haber hallado la clave del enigma, pero en eso descubre a un recién nacido abandonado en la arruinada puerta. “Tengo seis hijos. Este será uno más.” Su gesto hace que la historia deje de estar confinada al pasado, tras una pared de palabras, mientras él se encamina con el niño en los brazos fuera de la puerta, donde ya no llueve.
Premiada por la Academia de Hollywood como Mejor película extranjera en 1950, para algunos espectadores cubanos de hoy resulta aburrida, extraña, intelectual, falta de interés y poco apropiada para la televisión de verano. En cambio, yo encuentro fascinante ese thriller del siglo XII, a la vez de acción, policiaco y ensayo sobre el entendimiento humano, que nos habla sobre cómo la imaginación y la indagación rompen esquemas mentales, pues la verdad no está en el fondo de un baúl, sino en visiones sucesivas que se van abriendo hacia adelante.
En el texto anterior puse sobre la mesa un grupo de preguntas en torno al pasado presente de la izquierda en Cuba. Un lector amigo me decía que eran muy complejas, por su alcance político, y que para comentarlas había que “contar con tiempo.” Claro que es un tema complejo, le dije, e incluso para algunos puede que sensible; no tanto por las preguntas, más bien simples, sino porque no se acostumbra a analizar ni a debatir de manera ecuánime, a pesar de ser muy visible en los últimos tiempos.
Para empezar, algunos tienen la impresión de que la izquierda del pasado era bastante más uniforme que la actual. Veamos.
Las “izquierdas”
Está claro que el liderazgo de Fidel Castro alineó desde el principio a ortodoxos y heterodoxos detrás de una raya común, unitaria, ligada a la defensa de la Revolución, y a la lealtad a sus principios. Sin embargo, si sumamos el grupo de viejos comunistas seguidores de Anibal Escalante, los antiguos militantes del Partido Ortodoxo y otros más adheridos posteriormente a la oposición, los que se fueron al exilio, o se convirtieron en disidentes, y que siguieron llamándose izquierda, fueran socialdemócratas o anarquistas o lo que sea, la izquierda antifidelista que sobrevivió a los años de la guerra civil (1960-65) no habría llenado el cine de Cabaiguán.
Su déficit principal no fue tanto, sin embargo, su cuantía, sino su ineptitud para “instituirse eficazmente” como alianza opositora, porque, más allá de oponerse a Fidel Castro, ni siquiera tuvieron una base común que pudiera unirla detrás de un proyecto político concreto e independiente de la derecha.
La pregunta que se desprende para la situación actual es la siguiente: si se reconociera hoy como izquierda a algunas corrientes opuestas al gobierno o al PCC, ¿tendrían algo en común con aquella anterior? ¿O serían completamente distintas? Para ponerlo de otra manera: a diferencia de aquella izquierda anticomunista, ¿las izquierdas de oposición actuales podrían reflejarse en el legado fidelista o guevarista? Digamos, ¿compartirían la visión sobre el papel atribuido al Estado y el Partido en cuanto a guiar el proceso político y económico, defendida por el Che Guevara?
Claro que asumir el legado de Fidel o del Che no implica repetir enfoques suyos de hace medio siglo. Considerar algunos como inaplicables hoy tampoco equivale a negar ese legado. Por otro lado, tanto el Che como Fidel fueron portadores de ideas que podrían caracterizar a una oposición leal, es decir, dentro de las filas.
Leer detenidamente “El socialismo y el hombre en Cuba” o “Notas sobre la ideología de la Revolución cubana,” del Che, o su carta de despedida a Fidel (no la leída por Fidel en 1965, sino la que se publicó hace muy poco sobre los males de la gestión gubernamental), permiten apreciar que la condición de dirigente político no excluye el cuestionamiento hacia “todo lo que debe ser cambiado,” incluido el propio rol de los dirigentes, su relación con los dirigidos y su obligación de hacer que las cosas funcionen y de responder por lo mal hecho.
En cuanto al elemento de disenso en el legado de Fidel, me pregunto ¿qué fue la búsqueda de un modelo socialista propio, apartado del soviético o el chino, en los años 60, sino una herejía iconoclasta contra los patrones prevalecientes en el comunismo mundial? ¿En qué consistió la Rectificación de errores (1986-1991) sino en auspiciar desde el gobierno una oposición al modelo soviético que Cuba había adoptado como “el camino correcto” desde 1971, para lanzar un llamado a formular otro, frustrado en el intento, a consecuencia de la crisis?
Sin embargo, por mucho que se invoquen ideas y acciones suyas que avalen, según la frase del joven Marx, “la crítica implacable a todo lo existente,” sería muy difícil acoplar a Fidel o al Che con una economía de mercado y una democracia basada en múltiples partidos, y que abarcara realmente a toda “la Nación cubana.” Es decir, una izquierda cuya referencia fueran los escandinavos estaría haciendo un corte con Fidel y con el Che, así como con buena parte de la izquierda cubana actual. Por lo menos.
Lo mismo pasaría con la izquierda intelectual de los 60 como pasado presente: ¿cómo esta es percibida hoy desde la cultura política de la izquierda actual, asumida en su más amplio espectro?
Ortodoxos y heterodoxos
Un punto paradójico donde se juntan hoy ortodoxos y heterodoxos resulta ser que probablemente la mayoría se identifica con las ideas, el pensamiento crítico y la proyección como intelectuales públicos de figuras de esa izquierda de los 60, a las que se refieren como sus maestros. Unos y otros admiran a los viejos heterodoxos —y por cierto, no se acuerdan de quienes los impugnaron entonces.
En efecto, si se examina la visión de muchos ortodoxos de hoy sobre Fernando Martínez Heredia, Aurelio Alonso, Juan Valdés Paz, se comprobará que no prevalece una representación como “revisionistas,” “diversionistas,” socavadores inconscientes de la genuina y única ideología revolucionaria, “anti-leninistas,” ingenuos que le hacían “el juego a los enemigos,” según fueron calificados en su momento desde la dirección del PCC.
Por su parte, los heterodoxos de hoy no ven a los de la izquierda surgida en los 60 como “orgánicos y obedientes,” plegados a la disciplina del “centralismo democrático” propia del “leninismo,” ni sumisos ante el costo político de su herejía. Quizás alberguen esas críticas, pero al menos yo no he encontrado a ninguno que las afirme públicamente, ni siquiera en el confesionario de las redes. Aunque es obvio que algunas de esas corrientes no coinciden con el sentido de pertenencia y militancia en las organizaciones establecidas, ni con el criterio de cambiarlas desde adentro, preconizados en las conductas políticas de esos maestros.
Para decirlo en pocas palabras, el legado de Fidel y el Che, así como el de la izquierda intelectual que siguió pensando el socialismo y sus problemas hasta ahora, les plantea una paradoja de identidad a algunas corrientes de la izquierda de hoy: la de reconocerlos y negarlos al mismo tiempo, en sus ideas y en sus prácticas políticas.
La última cuestión en este pasado presente alude a la legitimidad conferida a otras corrientes de izquierda. Ni quienes exaltan la unidad como un valor político central, ni quienes remarcan la pluralidad, la democracia y la libertad como ejes de un sistema nuevo, en su mayoría, reconocen realmente a los que no piensan como ellos.
El duelo público entre algunas corrientes de izquierda en la actualidad no es “a primera sangre,” sino “a muerte.” No se trata solamente del tono y el lenguaje del debate intelectual y político, ni de la colocación de etiquetas que denuestan al otro, sino de la premisa asumida: los otros no son parte de ninguna izquierda, no pertenecen, más bien merecen el ostracismo, el destierro o cualquier otra mecánica equivalente a sacarlos del juego.
En términos de pasado presente, esta conducta contrasta con la vieja izquierda y su legado. A pesar de que el sectarismo ha estado presente en más de una corriente política desde el alba de la Revolución, heterodoxos y ortodoxos de los 60 no se negaron mutuamente en el plano político hasta el punto de deslegitimarse.
Quedan todavía algunas preguntas en el bombo.
Una: ¿hasta qué punto las diversas izquierdas de hoy podrían instituirse con capacidad política para caminar con un proyecto socialista definido bajo el brazo? Otra: ¿en sus críticas al PCC está implícita la posibilidad de una reforma democrática interna, equivalente a facilitar la apertura al debate y a la interaccióń entre la dirección y las bases, la mayor representación de estas, etc.? ¿O más bien que se convierta en “partido de masas”? ¿O que se divida en partidos que representen corrientes en sus filas? ¿O que desaparezca?
Por último: una izquierda más dedicada a criticar al gobierno que a la derecha antisocialista y a la política de EEUU, ¿se define más por su ideología de izquierda que por su rol de oposición? ¿O al revés?
Me pregunto cómo responderían a estas preguntas el budista, el forastero y el campesino de Rashomón —si fueran cubanos. Podríamos imaginarlo.
Pregunta socrática UNO: Si la funcion del partido es conducir los caminos de la administración estatal: por qué no podemos hacerlo todos y no solo los 900 000 militantes?
Profesor: Fidel era tan marxista como Gerald Ford.Que trabajo les cuesta reconocer que Cuba estuvo bajo la bota de un psicopata que nos cogio como objeto de sus desviaciones enfermizas !!!