“Estoy pensando en ponerme a criar gallinas como en el Período Especial”, me dice Yolexis* en tono grave por WhatsApp.
“¿En serio?”, le pregunto incrédulo a mi vecino, y más sabiendo lo bromista que es.
“Pues sí, en serio, brother —me confirma—. Hace un tiempo que vengo con la idea, pero no me había decidido porque sé por experiencia que eso es una candela. Pero más en candela están las cosas y hay que tratar de asegurar algo aunque sea”.
“¿Y dónde te vas a poner a hacer eso, en el patiecito del apartamento?”, inquiero.
“Ahí mismo; porque en el balcón no me parece, y dentro de la casa tampoco, no hay que exagerar, al menos no todavía”, me comenta.
“Ya me puse a sacar cuentas y es posible. Además, pa’ que sepas, ya hay vecinos criando gallinas en el edificio, y si ellos pueden, ¿por qué yo no?”, añade.
“Pero lo que te van a caber son dos o tres gallinas apretadas en una jaula. Sin hablar de que no vas a poder hacer más nada ahí atrás”, razono.
“Hasta cuatro gallinas bien organizadas, aunque pienso empezar con tres”, me rectifica mi amigo que, por lo visto, lo tiene to’ pensa’o, como William Vivanco.
“Ya le dije a Dania que podemos poner la lavadora en el baño, aunque nos apretemos un poco, y las otras cosas iré viendo cómo las acomodo entre los closets y otros lugares”, me explica resuelto.
“A ella no le gusta la idea ni a mi suegra tampoco, pero con la crisis que ha habido con los huevos se han ido convenciendo —apunta—. Y, para que veas, mi suegro me apoya y hasta me dijo que podía ayudarme, que él también crió gallinas en el apartamento en los 90 y sabe cómo es eso”.
“Ah, eso me encantaría verlo: tú y el viejo Eugenio dejando a un lado sus viejos rencores y criando gallinas juntos”, le digo en broma, pero también en serio: “Me tienes que mandar una foto por WhatsApp aunque sea”.
“Y te la mando —me responde Yolexis sonriente—. Deja que saque los primeros huevos para que veas: hasta te hago un video haciendo revoltillo”.
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Las gallinas, me informa mi amigo, las va a conseguir a través de un pariente que tiene una finca en Guanabacoa: “El socio me asegura que son buenas ponedoras y que comen lo que sea”.
“Justo de eso te iba a preguntar —acoto—, porque si la comida está difícil para las personas supongo que también lo estará para las gallinas, ¿no?”.
“Esa es una de las cosas por las que no me he lanzado —reconoce—. Quiero tener una reserva antes de arrancar, para tirar un tiempo, por si acaso. Pero he ido cuadrando con unos palomeros que consiguen chícharo pica’o, y ando resolviendo maíz con varia gente. Ya el pienso sí está más complicado”.
“¿Y arroz?”, le pregunto, aunque imagino cuál puede ser su respuesta.
“¿Arroz? Pero ven acá, brother, ¿a ti se te olvidó que cuando saliste de Cuba el arroz llegaba por buchitos a la bodega y había que estar cazándolo en la calle al precio que fuera? ¿Tú crees, de verdad, que eso ha mejorado?, me recrimina.
“No, yo sé, compadre, pero a lo mejor le puedes dar un poco cocinado, la raspa, vaya, para completar”, me justifico.
“Ja, a mi suegro no hay quien le quite la raspa del arroz. El hombre es fanático a limpiar la olla y no creo que por mucho que me quiera ayudar vaya a dejar de darse el gusto. Aunque quién sabe”, contesta divertido.
“Como único se salvan las gallinas es que los vietnamitas inunden Cuba de arroz. Ahora cuando vino el presidente dijeron que iban a donar miles de toneladas y firmaron un acuerdo para producir aquí, pero mejor no hacerse ilusiones”, me dice.
“Sí, mejor no te duermas de ese lado”, lo apoyo. “Esa gente ya ha hecho unas cuantas donaciones, igual que China, y llevan tiempo fajados con proyectos para cultivar arroz en Cuba y las cosas no han mejorado. Según leí, en los últimos seis años la producción arrocera se redujo como en un 90 %”.
“Igual ellos son perseverantes; no se les puede negar. El otro día leí de un método de siembra experimental que los vietnamitas van a probar en Mayabeque con unas semillas de ellos, que dicen que tienen mejores rendimientos”, añado.
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“Dime tú, otro experimento. Nos pasamos la vida experimentando, pero en la concreta, que es donde hace falta, no se nota. O no funciona la cosa o funciona, pero no se puede aplicar porque falta algo más”, se lamenta Yolexis.
“Ahora estamos tirando con lo que puede entrar de afuera, porque con lo que se produce en Cuba no alcanza ni para los círculos infantiles —apunta—. Menos mal que volvieron a extender lo de las importaciones de comida y medicina sin aranceles, porque eso es un alivio para un poco de gente”.
“La verdad que quitar eso, en estas circunstancias, no tiene sentido. Al menos así entran productos básicos que el Estado ni produce ni vende”, confirmo.
“Igual le tienen el ojo echado hace rato, porque se supone que son importaciones no comerciales, y unos cuantos le están sacando tremenda lasca vendiendo las medicinas y otras cosas que traen —acota—. Pero es un respiro. Si tumban eso sería mucho peor y el Gobierno lo sabe”.
“De todas formas —prosigue—, es mejor estar preparado para cualquier cosa y tratar de ir resolviendo uno mismo lo que pueda. Por eso estoy puesto en serio para lo de las gallinas, a ver si por lo menos garantizo algunos huevos para la niña, y hasta para los demás”.
“Yo ya he llegado a pagar más de 4 mil pesos por un file. ¿Tú sabes lo que es eso? Casi mi salario completo, brother. La suerte es que mi cuñado nos tira ‘un salve’ desde Estados Unidos y yo araño lo que pueda de este lado, para calzar un poco. Pero eso se va volando”, me cuenta angustiado.
“Pues suerte con eso, la verdad —le digo—. Ojalá el experimento te funcione y las gallinas no se te estresen como las del Estado ni se den lija para poner”.
“Si se estresan, ya veré qué invento: les doy psicoterapia o les pongo música instrumental —bromea Yolexis—. Y si se siguen dando lija, siempre se puede hacer un buen fricasé que el pollo también anda difícil, pero en blanco no me pienso ir”.
* Yolexis es un personaje ficticio, creado por el autor como recurso literario. Sus opiniones resumen comentarios de varios amigos que residen en Cuba, recibidos por el autor en conversaciones con ellos a través de Whatsapp.